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El incendio se desató en el gatillo del revólver y las piernas de Satoru flaquearon.

La bala rozó su hombro, impactando contra el cristal de la ventana. Se encogió un poco, sintiendo el líquido cálido y espeso que era su sangre saliendo poco a poco, con una mueca. Sin embargo, no soltó el cañón.

Lo apretó con fuerza y lo desvió hacia sí mismo de nuevo, su mano ardía y el hombre desconocido sólo lo miraba con asombro, sosteniendo el arma con firmeza.

—Los heridos son una carga. —Gruñó el soldado, dándole una sonrisa socarrona. —Aparta.

Su acento era marcado y profundo, parecía que tropezaba con las letras, pero lograba entenderle. Negó, interponiéndose entre Toji y él, bajando con fuerza el cañón hacia su pecho, donde su asustado corazón latía con velocidad.

Era extraño. No tenía miedo, ni siquiera de morir. Le daba igual que un agujero se abriera en su cuerpo, siempre y cuando su Teniente estuviera bien.

—Puedo cuidar de él y asegurarme de que vaya a mi ritmo. —Dijo, apretando el arma contra su torso, sintiendo el acero caliente contra su palma. —O puedes dispararme a mí, y perder un médico.

Pudo ver la garganta del hombre temblar y supo que estaba nervioso. Era un subordinado, un tipo que cumplía órdenes y acababa de hacerle dudar. Ladeó la cabeza, esperando una respuesta, y suspiró con alivio cuando el tipo guardó el arma y lo miró con odio.

—Haz que se vista, no pienso perder el tiempo.

Asintió, escuchando numerosas pisadas, voces, por el pasillo. Acudió al baño a buscar la mochila y la ropa de Toji y se aproximó a él con prisa, sentándose a su lado y ofreciéndole los pantalones. Tenían un agujero en el bolsillo izquierdo, donde había guardada una carta ensangrentada. Se había encargado de meter todas las cartas en los bolsillos internos de su chaqueta, junto con un cuchillo, después de retirarle la bala del muslo.

Un par de ojos verdes lo observaban, relucientes en lágrimas como grandes lagos en medio de una enorme selva. Apretó la mandíbula, viendo de reojo el cristal roto de la ventana, donde había impactado el tiro que le había rozado.

—Apóyate en mí. —Se limitó a decir, a sabiendas de lo que estaba pensando.

Toji soltó un quejido por lo bajo, incorporándose y dejando que le ayudara a vestirse, quitándole el camisón y reemplazándolo por la camiseta negra de tirantes, la chaqueta militar. Estaba en un estado tan vulnerable.

Su piel estaba limpia, su rostro mantenía una expresión dolorida y tensa al mismo tiempo. La cicatriz que partía sus labios parecía rígida, no dijo una sola palabra a excepción de aquel susurro que pasó desapercibido para sus captores.

—Gracias.

Quiso depositar un beso entre su pelo húmedo, abrazarle y decirle que todo estaría bien. Aquel momento se había acabado, la intimidad de necesitarse el uno al otro se había convertido en aire amargo e imposible de respirar; era como si un abismo se abriera ante ellos, no podían quererse frente a otros y arriesgarse a ser ejecutados.

Lo ayudó a caminar hacia la puerta, dándole una fiera mirada al hombre que le había disparado. No quería que creyera que era débil o que no estaba dispuesto a pelear, no se lo pondría fácil a nadie.

—¿De dónde ha salido este niño? ¿Realmente es médico? —Se burló uno de los soldados. El acento inglés se escuchaba como el filo de un cuchillo contra una pizarra. —¿Quieres un caramelo, cielo? Puedes pedirlo cuando quieras...

Cerró los ojos, sintiendo el cañón de una escopeta contra la parte baja de su espalda, empujándole, una mano acariciando su cabello. Tragó todo lo que podría haber dicho, hecho y gritado, mientras guiaba a Toji por el pasillo, con aquellos hombres detrás.

Fallen || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora