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Intimidad. Únicamente para ellos dos, el sonido de la lluvia tropical inundando la estancia y calor corporal frente al frío de fuera.

—Lo siento. —Susurró, temiendo perturbar la calma de las aves escondidas. Ya no se escuchaba a los gorriones cantar. —Tendré que estar en reposo una semana, más o menos.

Satoru jugueteaba con sus manos bajo las sábanas, rozando la gasa que cubría su piel cosida. Miraba al techo artesonado de madera, dubitativo, aún aturdido por el sueño del que había despertado hacía poco.

Otra vez, otra vez había vuelto a soñar con él. Con una venda tapando sus ojos de forma casi dolorosa, sus muñecas atadas a un poste y un hombre rubio con una pistola. La venda descubriendo su rostro y el del otro, unas últimas palabras antes de que la bala asesina cortara el aire y dejara un agujero en su cabeza. Su cabello oscuro se había llenado de sangre, mientras le habían perdonado la vida a él.

Sólo había deseado morir aquel día, con las memorias de su última sonrisa.

—¿Por qué te disculpas?

A su lado, Toji estaba sentado sobre la almohada con su habitual expresión enfadada, como si sólo tuviera ese ánimo en su cuerpo dolorido. Tomaba con lentitud un plato hondo lleno de crema de zanahoria que iban a compartir. El hematoma de su sien se volvía de un color más oscuro y el corte de su mejilla estaba teñido de un desinfectante; el muy terco se había negado a cubrirlo con una gasa.

Se encogió de hombros, medio desnudo. Se incorporó para poder sentarse a su lado, recostarse sobre el enorme cojín color mostaza que estaba usando. Se llevó una mano al abdomen, donde sentía una ligera molestia, e hizo una mueca ante la sensación de las suturas.

—Porque dijiste que querías irte. —Dijo, viendo cómo soplaba una cucharada de la crema, con el plato en el regazo y una hoja de color pastel en la otra mano. El olor de la zanahoria le revolvió las entrañas, nunca le había gustado, aunque era saludable. —Y quería ir contigo.

Era tan doloroso aceptarlo, ser capaz de asumir que con él estaría mejor que a solas, con un montón de tipos que le menospreciarían.

—No es tu culpa, ahora necesitas reposo y no pensaba arrastrarte por ahí. —Gruñó el hombre, apartando el plato a la mesita de noche para leer lo que su hijo había escrito. —¿Ya te has dado cuenta de que tu vida vale más que la del resto?

Frunció el ceño, sin entender aquello último.

—No creo que sea así. —Se tocó la frente, apenas tenía fiebre y se encontraba mejor que antes de dormir la siesta. —Sigo siendo médico, las vidas de los demás priman por encima de la...

—No, Satoru, la tuya vale más. —Lo interrumpió el otro, doblando el papel y metiéndolo de vuelta a un sobre. —Hazme caso cuando te hablo, recuerda que soy tu superior.

—Ah, vaya. —Abrió la boca, soltando una inevitable risa. —¿Ahora sí usas tu rango para intimidarme? Creo que eso se llama abuso de poder...

Sonrió con picardía, olvidando la molestia de su apéndice inexistente. Dejó que Toji rodeara sus hombros y lo atrajera hacia sí, cerró los ojos, descansando la cabeza en su hombro. Quería que se metiera bajo las sábanas, poder tomar su mano.

—No está mal ser egocéntrico de vez en cuando, ¿sabes? —Hundió la nariz en el aroma de su pelo blanco y esponjoso. El champú barato y medio caducado del baño inundó sus fosas nasales y logró calmar un poco su inquietud. —Para mí, tu vida es más importante que la de los demás.

—¿Porque soy médico?

Toji sonrió con ligereza y chasqueó la lengua al sentir que su maltratado rostro se resentía de dolor por la expresión.

Fallen || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora