Epílogo

3.6K 429 745
                                    

Siete años después

¿Por dónde empezar? El padre de su novio daba miedo. Mucho miedo.

Estaba allí, parado bajo el umbral de la puerta, atravesándole el alma con sus ojos verdes. Parecía sacado del puto Infierno, con marcas de salvajismo por todo su cuerpo semidesnudo. Se apoyaba contra el marco, le echaba una mirada de arriba a abajo y ni siquiera se molestaba en ocultar una mueca de asco.

De sus labios pendía un cigarrillo, que acompañaba con sabor amargo aquella cicatriz vertical que partía su boca. Los músculos de sus bíceps se marcaban con un gesto de desconfianza, se cruzaba de brazos. Los abdominales de Ares bajaban por su torso hasta convertirse en una V, que se escondía debajo de su ropa interior. Bóxers negros se ajustaban en torno a su cintura y abarcaban el inicio de sus gruesos muslos, que derivaban en un par de prótesis de lo que parecía ser aluminio.

Toji Fushiguro no se dignaba ni a decirle "hola", ni a vestirse para abrirle la puerta.

—¿Y tú qué coño quieres? —El hombre soltó un gruñido lleno de humo, tomando el cigarro entre los dedos de su diestra, pues su zurda estaba escasa de ellos.

El color de su piel estaba ribeteado de cicatrices, heridas de un pasado turbio del que Megumi apenas hablaba. Papá estuvo en la guerra, lo perdió todo, pero ganó un mundo entero, se limitaba a decir. Trozos de su cuerpo estaban cicatrizados en un color más oscuro y arrugado, como gotas de acuarela derramadas sobre el lienzo de parte de sus pectorales y su hombro: quemaduras antiguas, fuego que ardió y se llevó todo lo inocente que tuvo alguna vez, de joven.

Rasgos duros, pelo negro, tanto como la noche, que caía con un sencillo flequillo mal cortado por su frente. Joder, parecía que acababa de salir de tener una relajada conversación con Lucifer.

—Ver a Megumi, señor. —Casi tartamudeó, intimidado por su enorme presencia. Sacó las flores que ocultaba tras su espalda y se las mostró cuando pensó que le echaría a patadas del porche de su casa. —Hemos quedado para ir a dar un paseo y...

Mierda, ¡se suponía que debía de haber sido Megumi quien le abriera la puerta! Había saltado por encima de la verja para darle una sorpresa y tenía que encontrarse precisamente con su padre. La mala suerte de Sukuna siempre aparecía en los peores momentos y la excusa de que habían quedado con antelación ya no tenía sentido, pues ahí estaba, en la puerta de entrada y no de la verja, ¿por qué se colaría en su casa si ya habían quedado?

Tenía que pedir cita para el cardiólogo. Su corazón estaba desbocado.

—Escucha, moscoso, tengo lo mismo de señor que tú de inteligente. —Escupió, arrugando el cigarro en su mano y acabando con su vida. Lo dejó en el cenicero que había sobre el mueble del recibidor. —Si me vuelves a llamar así, te arranco la cabeza del puto cuerpo, ¿me oyes?

Sukuna asintió, como un niño bueno de diecisiete años y no como el chico-problema de la escuela que era. Tatuajes por todo el cuerpo, sus mejillas estaban llenas de raspones, sus nudillos vendados, pero se había esforzado en ponerse guapo y le había robado una camisa a su hermano. Aparcada en el otro extremo de la calle, estaba la motocicleta que le había quitado a un chaval que se había metido con Megumi en clase. No sin antes darle una paliza, claro.

Nadie se metía con Megumi. No mientras él estuviera ahí.

Pero, los ojos de Toji sólo veían un adolescente con las hormonas demasiado aceleradas por su hijo, su pequeño zafiro que seguramente estaría durmiendo con el gato; el niñato que lo había perseguido sin parar desde infantil, y que continuaba siendo el mismo jodido pesado que siempre.

Fallen || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora