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Megumi se escondió detrás de una de sus piernas, agarrándose a la camiseta negra con fuerza. Sus enormes ojos azules observaron al hombre entrar por la puerta. Aquella pelusa llevaba algo en la mano, como una caja que parecía una jaula.

Una mano tocó su espalda y lo empujaba ligeramente hacia delante. Las paredes de su mente temblaron con una voz demasiado conocida y trató de apagarla cuando clavó su mirada en él. Ladeó la cabeza, pensando en qué decir, aunque tal vez estaba gastando segundos enteros sin darse cuenta, en analizarlo; pero, aquel tipo era raro, llevaba unas gafas de cristal redondo y negro bajo las que ocultaba unos iris brillantes. Incluso su sonrisa le daba escalofríos.

—Hola, Megumi. —Dijo Satoru, al ver que el niño se había limitado a esconderse detrás del muslo de su padre con una mueca. —Te he traído un amigo... —Posó el transportín en el suelo y abrió la reja, dejando que el animal saliera con pereza. —Se llama Crispi, seguro que podéis llevaros muy bien.

Toji desenganchó al niño de sus pantalones blancos y le dio un toque en la espalda, a punto de murmurarle lo que le había prometido. Se cruzó de brazos, viendo cómo el gato se tiraba en el suelo y le mostraba la panza con ternura a su hijo. Suspiró, tocándose las sienes, pues había tenido que soportar sus maullidos durante todo el camino, cuando había traído al albino en coche.

—¿Es que le vas enseñando la barriga a todo el mundo? —Gruñó al animal, que se dejaba tocar por el niño en un par de curiosas caricias. —Menuda zo...

Recibió un golpe amistoso de Satoru y rió nerviosamente, rascándose la nuca. Ni siquiera tuvo tiempo de quejarse cuando Megumi agarró a Crispi y se lo llevó a su habitación. Ambos hombres se miraron, asumiendo que el niño prefería socializar con el animal antes que con nadie más —y, para qué mentir, Toji también habría hecho lo mismo—. Sin embargo, nadie salvó a su hijo de tener que comer con ellos dos, como una familia.

Sus dedos habían temblado al tomar el tenedor y el cuchillo, Megumi no alzaba la vista de su plato y tampoco decía nada. A veces hablaba consigo mismo cosas que los otros no llegaban a entender, pues no eran más que manojos de murmullos que salían de entre sus labios y de los que nada era comprensible. Aunque hubiera tomado la medicación, los síntomas nunca desaparecían del todo, y su escasa edad no le permitía tomar una dosis normal, como la que tomaría un adulto.

—Cómo te ha ido en la escuela? —Satoru rompió el silencio que se había formado, cortando el filete de pollo empanado que el otro había hecho a prisa, porque se había olvidado de cocinar. —¿Tienes muchos amigos allí?

Sí, aquello había sido un amable intento de comenzar su relación, pero el niño se limitó a mirarle con el ceño fruncido y hacer una mueca de asco, como si se sintiera extremadamente ofendido.

—¿Te estás burlando de mí? —Soltó, apretando el tenedor con nerviosa fuerza. Se está burlando de ti, porque sabe que no tienes amigos. Pero, realmente no era así y Megumi podía imaginarlo, con lágrimas en los ojos, sintiéndose un verdadero inútil retraído, como le había llamado su profesor de gimnasia en una ocasión. —Bueno... No sé.

—¿Sacas buenas notas? —El albino no se sorprendió de la reacción y supuso que lo había incomodado sin quererlo. Intentó dar su mejor sonrisa. —Seguro que eres muy inteligente.

—Gracias, lo heredó de mí. —Presumió Toji, recibiendo al instante una patada por debajo de la mesa.

Megumi observó a ambos hombres con curiosidad. La relación era extraña y en el aire flotaba una tensión que, tal vez, era su culpa. Tal vez esperaban algo de él que no podía darles, o que ni siquiera alcanzaba a saber qué era. Tal vez sobraba. Apretó los labios y jugueteó con la comida del plato, incómodo, o más bien intimidado por el ruidoso sonido de las agujas del reloj de la pared. Aquello le molestaba mucho.

Fallen || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora