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Años antes

Toji era pequeño. Delgado y frágil, como un pedazo de porcelana, con el rostro aniñado y las facciones suaves. Sería un dulce pastel, tierno y amoroso, de no ser por sus gritos.

Y Naoya odiaba que su hermano gritara.

—Llama al hospital, por favor... —Suplicaba el chico, retorciéndose, intentando huir de él. —¡¡No!! ¡¡Llama al hospital, duele!! ¡¡Duele!! ¡¡Por favor!!

Negó, acorralándolo contra la pared y arrancándole la camiseta negra que llevaba y que había robado de su armario. Su cuerpo era esbelto, se le notaban un poco las costillas y tenía varios hematomas reluciendo por todo el cuadro de su torso.

Su hombro estaba en una posición antinatural, desencajado. El hueso sobresalía por un lado que no era el habitual, más hacia adelante de lo normal. Lo sujetó por los brazos, intentando mantenerle quieto. Tocó el hombro dislocado y su hermano volvió a chillar.

—Deja de provocar a papá, deja de defender a la zorra de mamá si no quieres que pasen estas cosas —Gruñó, agarrando su mentón, clavando las uñas en sus mejillas empapadas en lágrimas. —¡¡Y estate quieto, inútil!! ¡¡Deja de moverte, no pienso llamar a una puta ambulancia!!

—¡¡No!! —Toji ya tenía la voz ronca y raspada, tratando de respirar en vano. La ansiedad ahogaba sus pulmones como si fueran bolsas de aire seco, las manos del mayor lo sujetaron con fuerza, recolocando su hombro y gritó. —¡¡Para!!

Un gemido se prolongó en sus labios agrietados y sangrientos, mordiéndolos con fuerza. El estallido de dolor provocó que sus piernas temblaran y se dejó caer al suelo cuando Naoya lo soltó.

Jadeó sin control, retorciéndose como si quemara. El chico se arrodilló a su lado y se cubrió, indefenso, asustado, como un animal herido y desolado. Su cuerpo sufría, tenía hambre y sólo quería huir de allí.

—Déjame ver cómo ha quedado. —Naoya forcejeó con él, observando el hombro. Estaba cubierto por un gran hematoma e hinchado. —Deja de quejarte, no te vas a morir, idiota.

Toji se encogió contra la esquina de la habitación que compartían, rojizo y tembloroso. Apenas hacía media hora que había llegado a casa, después de que su novia lo acompañara —quería que fuera al revés, pero era demasiado tímido como para expresarlo—, tomados de la mano con extremada vergüenza. Le había dado un abrazo, le había prometido que al día siguiente la llevaría a comprar un helado al centro comercial.

Lo peor era que aún no sabía de dónde sacar el dinero para hacerlo, pero juraba que había sido con buena intención. Y, al alzar la mirada a su edificio había podido ver a su padre observándolo por la ventana de la cocina. El resto de la historia se contaba sola.

—No hice nada malo esta vez. —Susurró, sin ser capaz de hablar más alto. Se hundió en quejidos, incorporándose con cuidado, apoyándose en el lateral del armario. —Sólo estaba con...

Y se percató del estado del cuarto. La cama de su hermano estaba deshecha y el chico tan sólo llevaba la ropa interior puesta. Naoya caminaba con dificultad hacia el colchón y se dejaba caer tumbado. Su cartera estaba abierta, sobre la mesita de noche.

Era demasiado joven como para entender de dónde salía el dinero, cuando su padre recibía una pensión de mierda y su madre no trabajaba.

—¿Con esa puta? —Concluyó el mayor, tapándose con rabia y dándole la espalda. —Te dije que te pillarían, no eres más que un niñato de mierda.

Todo estaba hecho un jodido desastre, los libros de la escuela tirados por el pequeño escritorio, bolígrafos perdidos por el suelo y prendas de ropa acumuladas en la silla. Apestaba a tabaco y perfume masculino.

Fallen || TojiSatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora