¿Un amor platónico?

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Todas las mañanas Mexico cogía el metro para ir a trabajar. Siempre a la misma hora, siempre la misma ruta, siempre subiéndose y bajándose en las mismas estaciones. Todos los días veía a las mismas personas: la señora rubia y elegante con su maletín, el señor que siempre iba enganchado al teléfono móvil, la mujer que llevaba a sus dos hijos pequeños al cole y la chica morena con aire pasota y desgarbado que siempre se bajaba en la misma parada que él. Día tras día la misma historias, día tras día las escenas se repetían como si las hubieran calcado una y otra vez.

Hasta que un miércoles alguien apareció para para romper la rutina de Toni, o, más bien, para romperle todos los esquemas. Esa mañana Argentina se subió al metro. México jamás había visto a ese chico. En todos los años que llevaba haciendo ese mismo recorrido nunca se habían cruzado. Inmediatamente se fijó en él. Alto, piel blanca, tenía eterocromia (un ojo de cada color) tenía un ojo amarillo como el sol y el otro azul como el cielo, muy guapo. Llevaba una camiseta blanca, unos vaqueros y una mochila negra colgada a la espalda. Toni enseguida empezó a fantasear sobre cómo sería la vida de aquel desconocido: “¿Habrá empezado a trabajar en una nueva empresa y a partir de ahora cogerá todos los días este mismo tren? ¿O quizá solo irá a hacer un recado? ¿Qué edad tendrá? ¿ Le gustaran los chicos, Ojalá”, pensó. Lo cierto es que Mexico se había quedado prendado de él desde el primer momento. Un flechazo, amor a primera vista, eso en lo que nunca había creído. Con solo mirarle, se le habían despertado un montón de nuevas emociones. Tenía la sensación de conocer a ese chico de toda la vida.

Cuando México despertó de sus ensoñaciones le quedaba tan solo una parada para bajarse del metro. “¿Qué hago? ¿Me lanzo y le hablo? Puede ser la primera y última vez que le vea”, pensó, pero no se atrevió. Tan solo tuvo valor para sacar el móvil y, disimuladamente, hacerle una fotografía. De esa forma, podría ver y recordar a ese amor platónico  para siempre.

Durante las siguientes semanas, México continuó yendo a trabajar en metro, pero no volvió a ver a Argentina. No podía quitársele de la cabeza, cada mañana deseaba con todas sus fuerzas que aquel chico anónimo se subiera de nuevo al vagón de tren, pero eso nunca ocurría. Desesperado por contactar con él, se le ocurrió una idea: subir la foto que le había hecho a Argentina a las redes sociales para ver si alguno de sus contactos le conocía. No tenía demasiadas esperanzas, pero, contra todo pronóstico, la estrategia funcionó. La foto empezó a expandirse como la espuma por internet y en cuestión de horas, México tenía la dirección de correo electrónico de Argentina en sus manos. ¡Después de tantos días deseando hablar con ese amor platónico, por fin iba a poder hacerlo!

No se lo pensó dos veces y le mandó un mail. “¡Hola! Me llamo México, te vi hace tres semanas en un vagón de metro a primera hora de la mañana. Pensarás que estoy loco, seguramente saldrás corriendo cuando veas este correo y no me contestarás jamás, pero no he podido sacarte de mi cabeza desde entonces. Me encantaría conocerte, me gustas mucho”, escribió.

A los cinco minutos, Argentina recibió una notificación. ¡Un nuevo correo! ¡De Argentina! Lo abrió: “¡Hola! ¿Eras el chico con la gorra azul? Jejeje”, contestó. México no se lo podía creer, Argentina también se había fijado en él, ¡se acordaba de el! Durante los días siguientes continuaron hablando y descubriendo poco a poco cosas de sus vidas. Tenían muchísimo en común y conectaban a la perfección. Había química, complicidad y mucha compenetración. En cada conversación que mantenían saltaba a la vista que ambos se gustaban mucho, sin embargo, ninguno de los dos se atrevía a dar el siguiente paso: conocerse en persona.


Una mañana, México subió al metro como de costumbre. La rutina diaria se estaba desarrollando con normalidad hasta que vio un cartel a lo lejos en el que ponía: “Pensarás que estoy loco, pero ¿quieres salir conmigo?” México miró a su alrededor y todo el vagón estaba empapelado con carteles con el mismo mensaje. Se dio la vuelta y allí estaba él: Argentina. En el mismo sitio donde le había visto por primera vez. Con esos ojos de cada color  y esa preciosa sonrisa esperando una respuesta. “Sí, claro que quiero”, contestó México acercándose lentamente a él hasta darle un beso en los labios. Todo el vagón de tren se emocionó al ver la escena: la señora rubia y elegante con su maletín, el señor que siempre iba enganchado al teléfono móvil, la mujer que llevaba a sus dos hijos pequeños al cole y la chica morena con aire pasota y desgarbado empezaron a aplaudir. Así comenzaron México y Argentina su sus historias amor: un amor que demuestra que todo lo imposible es posible. Siempre y cuando te atrevas.

Fin


Espero que les halla gustado


Mexarg one-shots Donde viven las historias. Descúbrelo ahora