Argentina 14 años

389 28 6
                                    

Me llamo Argentina. Tengo 14 años y, a pesar mi corta edad, he podido experimentar lo que significa ser diferente y sus consecuencias.
A los 5 años empecé el colegio para cursar Primaria. Allí todo el mundo me quería como a un niño más. Desafortunadamente, al cabo de un par de años tuve que cambiarme a otro, donde los problemas comenzaron. Los otros chicos me odiaban porque me juntaba con chicas. No entendía por qué. A mí me encantaba juntarme con ellas: conocerlas más y poder entenderlas. Los primeros años, jugábamos a ser parejas, siempre jugaba con las chicas que me parecían lindas, les daba besos e incluso pude estar con una de ellas más de 3 años, jugando.
A los 8 años me gusto la primera niñita, por entonces aún no me atraían los chicos. No obstante, tuve un único amigo con el que compartía mis gustos por la animación japonesa, la música, etcétera. Siempre participábamos en actos: cantábamos y recitábamos poesía. Mis compañeros no soportaban eso, me envidiaban por sobresalir y hacer cosas que ellos no podían. Por eso me ignoraban completamente y me dejaban de lado, como a un bicho raro.
A los 9 años entré al cuarto curso, y entonces fue cuando las cosas se empezaron a poner muy feas: comenzaron a insultarme. Me hacían sentir tan mal, extremadamente mal. ¿Qué había hecho yo para merecerlo? Al parecer, la causa era que yo me juntaba con las niñas que a ellos les atraían. De ahí comenzaron todos los chismes, de que yo era una «niña» y que era «gay». No lo aceptaba, pero tampoco respondía golpeando. Siempre me gustó ser pacífico y no golpear, menos por cosas estúpidas, por lo cual me aguanté los primeros insultos hasta que empezaron a extenderse por todo el colegio y comencé a ser el tema del año: nadie quería juntarse conmigo, me elegían de los últimos en grupos de gimnasia, y empecé a ser severamente discriminado y aislado por los otros chicos. Esta situación siguió durante varios años. Dejé de querer ir al colegio, me hacía el enfermo o bien me iba a casas de amigos o a cualquier otro lugar bien lejos del colegio, ya que no aguantaba el apodo “gay”. Por supuesto, mi rendimiento escolar cayó en picado.
Cuando cumplí los 10 años finalmente pasó algo sorprendente para mí: ¡me atrajo el primer chico! Fue muy extraño, porque mis gustos por mujeres se deshacían mientras que hacia los hombres aumentaban. Pero, aun así, no me aceptaba a mí mismo como homosexual: ¡Solo tenía 10 años!
En séptimo curso (a los 12 años) me di cuenta de que era gay. Aunque no lo dije a nadie, de cara a los demás era hetero. En ese año también tuve mi primera pareja gay y por primera vez me sentí feliz como si estuviera en el cielo… Después de tantos años de soledad, la vida me ofrecía esperanza y alegría. Pero ser feliz era demasiado pedir, y pronto desperté de aquel dulce sueño. Un día me enteré de que mi chico flirteaba por Messenger con chicas, quedaba con ellas para besarse a escondidas de mí. Y fue con ese chico con quien tuve sexo por primera vez. Era maravilloso, sentir alguien amándome a mi lado. Me di cuenta que solo me quería para tener sexo, lo cual también hacía con otras personas. Y yo que lo amaba tanto… Hizo que mis sueños se convirtieran en pesadillas. Yo lloraba todos los días escondiendo mis lágrimas ante mi familia. Nunca nadie supo de aquella relación ni del sufrimiento que me produjo la ruptura. Tampoco supo nadie que en aquellos días consideraba a menudo terminar voluntariamente con mi vida.
En varias revistas, en series de televisión leí que tener sexo quitaba la depresión y cosas así. Fue entonces cuando comencé a practicar sexo con gente. No solía decir que no, el sexo en sí no estaba mal, pero yo lo que buscaba era sentir la presencia, el interés y el cariño de alguien a mi lado. Aunque fuera un extraño que solo me quería por mi cuerpo. La vida no me ofrecía nada mucho mejor que eso.
Hasta entonces, aunque no tenía amigos, podía contar con en el amor de mi familia. Pero por alguna razón, ese último refugio de tranquilidad que me quedaba también cambió drásticamente: mi familia empezó a dar claras muestras de cruda homofobia: hablaban a diario en contra de los homosexuales, despreciándolos; mi mamá decía abiertamente que no dudaría en echar de casa a su hijo si se enterara de que era homosexual. Por eso yo guardaba mi secreto conmigo, intentando que nadie se enterara, no levantar sospecha… Pero, finalmente, no pude más y tuve que confesárselo a mi mejor amiga. Ella me entendió y eso me hizo sentir muy bien, como si me sacara un peso de encima. Así, poco a poco fui contándoselo a otras personas: mis amigos más confiables y a mi sobrina, que hasta hoy es la única en la familia que sabe. Cada vez me sentía más feliz y los comentarios de mis compañeros ya no hacían tanto efecto, aunque la clase de gimnasia seguía siendo un lío y faltaba a ellas.
A los 13 años, la música era mi vida. No tenía nada, me sentía cada vez más alejado de mi familia y, aunque mis amigos me dijeran varias cosas lindas, esto no lograba ayudar por lo que recurrí a la música y posteriormente en buscar a alguien, un ser que me acompañara y al cual pudiera contarle todos mis secretos, hasta los más dolorosos. No había nada mejor que buscar una mascota. Un gato fue lo primero que pensé, pero mi familia no me dejó tener uno. Me sentía tan solo a pesar de haber contado mis secretos a mis amigos, pero aun así seguía con mi rostro en alto, sabía que algo bueno ocurriría algún día. Meses después llegó el aviso de que la mascota de mi sobrina iba a tener cachorros, momento perfecto para escoger uno, por lo que una vez que los cachorros vieron la luz pude elegir, y al que elegí fue al más débil y unos días después murió. Comencé de nuevo a sentirme solo, me apoyé en mis compañeras y pude sentir que los problemas se iban, pero llegaban cada vez peores.
A los 14 años pasé por la etapa más triste de toda mi vida. Simplemente mis ánimos bajaron y volví a rechazarme, no podía verme al espejo y no me cuidaba, solo esperaba que todo pasara rápido. Perdí a gente, mucha gente que se decían llamar “amigos”, por un acontecimiento que ocurrió no hace mucho: tuve una pelea con mi “mejor amigo” y el círculo de amistades en el que estaba decidieron seguir a aquel tipo sin escuchar mi historia; me odian y me desprecian, y eso me marcó mucho: me tiraba en la cama y lloraba sin que nadie se diera cuenta, ya que pensaba que a nadie le gustaría saber lo que me pasaba. Tampoco le podía contar a mi mamá, ya que tenía miedo, mucho miedo. Solo le decía “Necesito a la psicóloga, necesito a la psicóloga”, cuando me encontraba llorando.
Al final un día no aguante más y exploté. Fue una tarde que estaba en casa de mi sobrina. Yo estaba en su habitación, sollozando solo. Entonces ella entró de repente y me preguntó que ocurría. Yo no pude más y le dije:
No quiero aceptarlo, le dije mientras me aguantaba las lágrimas, haciéndome el fuerte.
¿Qué cosa?
Que mi vida es una mierda… ¿Qué es lo que hice mal? ¿Qué hice para merecerme esto?
Entonces me rodeó con sus brazos y yo me desahogué como nunca lo había hecho, grité y creo que más de alguien en la casa se dio cuenta…

– ¿Qué cosa?– Que mi vida es una mierda… ¿Qué es lo que hice mal? ¿Qué hice para merecerme esto?Entonces me rodeó con sus brazos y yo me desahogué como nunca lo había hecho, grité y creo que más de alguien en la casa se dio cuenta…

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Es una historia muy diferente a las que subo, es triste la historia pero desgraciadamente esto sucede en la realidad

Mexarg one-shots Donde viven las historias. Descúbrelo ahora