4. Proyectando

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Quedan cinco minutos para salir al escenario cuando Agoney decide escabullirse del resto. Le cuesta respirar. Pese a estar en un sitio al aire libre, el escenario, los altavoces, los instrumentos, el equipo trabajando... todo es demasiado para él. Necesita alejarse un momento y respirar. Necesita espacio.

Cuando el canario cree que se ha alejado lo suficiente como para destensarse, se detiene. Pero los nervios no paran. La presión se aferra a su garganta y a su pecho como a un clavo ardiendo, impidiéndole mantener un ritmo respiratorio pausado. No puede más. Tiene que relajarse y, si su cuerpo no puede hacerlo por sí sólo, va a tener que buscarle una pequeña ayuda.

En una medida desesperada, saca el porro que se dejó a medias esta mañana y lo enciende. Da una calada rápida y profunda, con la esperanza de que la calma llegue más rápido de ese modo.

No funciona.

Está a punto de dar la segunda cuando un carraspeo a sus espaldas lo sobresalta.

Y de todas las opciones posibles, tenía que ser él. Tenía que ser Raoul.

—Así que no ibas a emporrarte para subir al escenario, ¿eh? —Comenta con una risa cínica el rubio—. No sé ni por qué me sorprende...

—Déjame en paz, por favor —pide Agoney notando cómo se le quiebra la voz en mitad de la frase. No ha podido con la presión y eso le revienta mucho más que que su mayor enemigo lo haya pillado en pleno acto del crimen—. Voy a tocar para no dejaros tirados, pero buscad a otra persona. Está claro que yo no estoy preparado para algo de esta magnitud.

—Ah, no, no —niega con la cabeza el catalán a la par que saca del bolsillo trasero de su vaquero negro unas baquetas. Sus baquetas—. Te hemos presentado oficialmente, hemos hecho ensayos, hemos hecho planes. Tú solito te has metido en esta mierda y ahora, aunque no me guste ni un pelo, te aguantas y apechugas con las consecuencias de tus actos. Así que coge esto y sal ahí ahora mismo.

Le tiende la mano con las baquetas.

—No te entiendo —confiesa frunciendo el ceño el moreno—. Me odias, nada te haría más feliz que que yo abandonase la banda... me has pillado drogándome a dos minutos del concierto, ¿por qué no lo aprovechas?

—Porque Laguna Azul es mi familia, Agoney —sentencia con firmeza el menor. El tinerfeño nunca lo había oído decir su nombre sin ningún tipo de rencor hasta el momento—. Desgraciadamente, tú formas parte de ella. Y yo no abandono a los míos. Además, no nos hace ningún favor al resto lo que pretendías hacer. Así que coge las baquetas.

El moreno obedece, alargando la mano hasta agarrar los dos palos de madera que sujeta el contrario. Sin querer sus dedos se rozan, pero ninguno parece querer darle mucha más importancia. Aprovechando que tiene el brazo extendido y la mano libre, Raoul atrapa entre sus dedos el porro que sujetaba Agoney con los labios. La mandíbula del mayor se tensa, pero entreabre la boca ante la petición silenciosa del contrario.

El rubio observa con curiosidad el canuto antes de apagarlo y lanzarlo a una papelera cercana. Da un par de pasos de vuelta al escenario antes de hablar, sin siquiera voltearse.

—Deberías dejarte esa mierda.

El isleño se queda paralizado ante la actitud del contrario. Le cuesta mucho entender a ese chico. Apartando esos pensamientos de su cabeza, se limita a seguir los pasos de Raoul, sin darse cuenta de que hace unos cuantos minutos que la ansiedad se ha desvanecido por completo de su cuerpo.

—¿Dónde coño te habías metido, animal? —Pregunta Miriam al borde del ataque de nervios.

—Me estaba agobiando un montón, salí a... —clava su vista momentáneamente a Raoul, quien con una mirada cargada de determinación le asegura que va a guardarle el secreto— ...tomar el aire.

LAGUNA AZUL (Ragoney)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora