14. Insuficiente

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Raoul jadea al ritmo de las envestidas que ejerce contra su propio cuerpo el contrario. Siente a su acompañante entrar y salir de sí mismo al ritmo perfecto, ni demasiado rápido ni demasiado lento, justo como más le gusta. Gime. Gime de placer porque hace meses que no siente nada igual y es que la abstinencia sexual desde que Laguna Azul ha ganado algo más de fama lo estaba empezando a desquiciar. El rubio se agarra con fuerza a la espalda del otro chico, sabiendo que sus uñas dejarán marca allí por donde pasen. Le da igual. Esa noche, o mañana, o lo que sea, es suya.

Y luego está ese hombre. Ese hombre que parece caído del cielo con solo el propósito de darle placer. Conoce sus deseos, sus tiempos, sus gustos... y Raoul ni siquiera recuerda su cara, pues lleva más de diez minutos con la cara enterrada en su cuello, ahogando los gemidos que no logra retener.

Sintiéndose algo culpable, separa sus labios de la piel del contrario para fijar su mirada en el rostro que también contiene su respiración por miedo a gemir demasiado alto.

En cuanto lo hace, desea al instante no haberlo hecho.

-¿Qué pasa, muchacho? -jadea un conocido acento canario sin perder el ritmo -¿te hice daño?

-¿A...Agoney? -Gimotea Raoul incrédulo.

-Sí -sonríe amable el mayor, pasándose la mano por la frente para echarse hacia atrás los rizos empapados por el sudor.

-¿Qué se supone que estamos haciendo?

-Mi niño... ¿De verdad te lo tengo que explicar? -ríe en una carcajada tan natural que el rubio se queda hipnotizado durante varios segundos. Aprovechando el despiste, y sin entrar ni salir ni un centímetro más del cuerpo del pequeño, Agoney se agacha hasta besar con sus labios la punta de la nariz del chico que aún sigue algo desorientado-. ¿Estás bien? Si no estás cómodo, lo podemos dejar...

Raoul vacila unos cuantos segundos. ¿Está incómodo? No. ¿Está bien? Joder, está genial. Entonces, ¿por qué detenerse?

-No quiero que pares, Ago -sentencia el menor enroscando de nuevo su cuerpo con el del canario

-Vale -sonríe el isleño entre susurros, haciendo rozar sus labios con los del catalán-. Vale, no paramos.

Niega lentamente con la cabeza antes de lanzarse a devorar la boca contraria. Y es que esa es la descripción exacta de lo que hacen, se devoran. Se devoran por todas las ganas retenidas, se devoran por falta de tiempo, se devoran con ansia por todo lo que ello acarrea. Se devoran porque llevan tiempo deseándose y al fin están apaciguando esa necesidad visceral de sentirse.

Agoney vuelve a iniciar el movimiento en el interior de Raoul sin dejar de acariciar cualquier superficie de la piel del menor que sus manos encuentren a su paso. Sus labios siguen unidos, separándose sólo cuando la presión en el pecho les indica que necesitan aire y un poco de calma. Cuando esto ocurre, el canario se limita a sustituir los labios del rubio por su cuello, su mentón, su clavícula, su pecho. Le deja besos por todo el cuerpo que el catalán siente como pequeños incendios, allá donde posa sus labios el mayor.

Siente calor. Mucho calor. Por todo el cuerpo. Los labios le arden, la piel quema, el fuego se instala hasta por debajo de ésta. Su respiración pierde el compás y sentir el cuerpo de Agoney balanceándose contra el propio, no ayuda. Raoul siente que si no se hace con algo de aire, su pecho va a explotar.

Se incorpora cogiendo una gran bocanada de aire.

Respira de forma irregular, aún con la angustia del ahogo siendo demasiado reciente. Solo cuando se calma lo suficiente como para dejar de jadear, observa su habitación a oscuras, en silencio, solitaria. Su cuerpo, quitando de la excitación visible en su erección y la fina capa de sudor que empapa gran parte de su piel, está bien.

LAGUNA AZUL (Ragoney)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora