21. Sinceridad

890 112 383
                                    

Tras unas tantas carreras más, en las que Raoul jamás admitirá haber hecho trampas, los dos chicos se ven obligados a descansar al sentir como sus músculos se entumecen con cada movimiento debido al cansancio. 

No obstante, ninguno de los dos tiene ni la más mínima intención de salir del agua. Tanto uno como el otro han supuesto esa noche todo un hallazgo para el contrario y es que, más allá de lo mucho que parecen gustarse sus cuerpos mutuamente, los dos han descubierto en el otro chico un amigo, un apoyo, una mano a la que aferrarse cuando las cosas no van bien.

El brinco que da el corazón del menor al ser completamente consciente de que lo suyo con el canario va mucho más allá de lo físico puede sentirse hasta en el punto más alto de los árboles que rodean el lago.

—¿Qué hacemos ahora? —Pregunta inocentemente el batería. Raoul no tiene palabras para agradecerle el cambio de tema.

—Descansar, por favor.

—¿Flotamos pues? —Sugiere con una sonrisa ladeada el insular.

—Flotamos —asiente con la cabeza el catalán dejando que sea el contrario el primero en relajarse y surfear las ondas que crean sus cuerpos en el agua.

Grave error. El hecho de ver al canario liviano y tan grácil en su hábitat natural, pues no hay que ser muy avispado para darse cuenta de que en otra vida Agoney ha sido espuma de mar, genera una serie de pensamientos contradictorios en la cabeza desamueblada de Raoul.

"Madre del amor hermoso"

"Contrólate"

"Joder, es que es tan guapo"

"Tienes otras preocupaciones más importantes ahora"

"¡A la mierda las preocupaciones! ¿Eso que veo en su costillar izquierdo es otro tatuaje?"

—¿Cuántos tatuajes tienes? —Carraspea el rubio al caer en cuenta del tono, demasiado ronco para su gusto, que ha adquirido su voz.

El inesperado comentario del guitarrista saca a Agoney del trance en el que se había sumergido pese a estar flotando en el agua. Se dispone a resolver la duda del menor cuando fija la mirada en los ojos miel. Una sonrisa maliciosa cruza la cara del moreno en cuanto ve el destello de deseo que habita en la expresión de Raoul. Y es que, a pesar de estar inmersos en la oscuridad nocturna, la vista del catalán es de fuego en esos momentos.

Y bueno, Agoney puede ser muy despistado pero no tonto. Cuando se da cuenta de las cosas, no duda ni un segundo en usarlas a su favor.

—Cuéntalos —sugiere con una mueca chulesca que despierta todos los músculos del otro chico.

—No hay luz casi, no puedo ver bien. —El contrario, sin embargo, no da su brazo a torcer.

—No hay luz pero has visto uno nuevo —lo reta el mayor, a sabiendas que si hay algo que puede con Raoul son los desafíos—. Venga, puedes hacerlo mejor que eso...

—Ven aquí, anda —pide el rubio sabiéndose vencido en el primer asalto.

Agoney se acerca sin vacilar, expectante y con ganas de conocer el nuevo movimiento del catalán. El guitarrista, sin querer acumular una nueva derrota a su marcador, aprovecha la cercanía para agarrar el brazo derecho del canario y acariciar con delicadeza el tatuaje que ya conocía.

—Tenemos uno —cuenta el rubio esbozando media sonrisa al percibir como se eriza el vello del contrario ante el tacto. No va a perder de nuevo—. El de la mariposa.

—Muy bien —traga saliva el mayor, viéndose en desventaja.

—Y dos. —Raoul posa sus dedos en la costilla dibujada y pintarrajeada para pasearlos con fragilidad y cuidado por el costado del tinerfeño—. El arcoíris.

LAGUNA AZUL (Ragoney)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora