Introducción

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Gerris empezó aquel día como cualquier otro. Se despertó cuando el sol terminaba de ocultarse tras los tejados de la ciudad, maldiciendo lo poco que su estómago toleraba el vino últimamente. Desayunó en abundancia de todos modos, pescado frito con cerveza, riendo los chistes de sus chicos en el barracón. Como él, algunos recién comenzaban la jornada; otros, ya la concluían, despiertos desde el amanecer.

—Háganle el mantenimiento a sus armas antes de irnos, muchachos —advirtió Gerris, limpiándose los restos de espuma de la barba—. Ya lo saben. Me importa un carajo si ustedes apestan como cerdos, pero el que no mantenga su hoja bien afilada y brillante en mi unidad que se prepare para pasar la noche en el potro.

—A la orden —rieron sus hombres, cuadrándose para hacerle el saludo.

—Suficiente pescado por hoy. Peck, Rick, preparen a sus chicos. Salimos al patio en cuanto me termine esta jarra.

—Como digas, sargento.

Gerris apuró el pichel de un trago y se ajustó la espada al cinto, haciendo una seña a sus cabos para que lo siguieran. Peck y Rick, cada uno con seis soldados a sus órdenes, lo siguieron a paso firme.

—Trote ligero para empezar, luego seguimos con flexiones y espadas. Lo básico.

Los hombres asintieron y se lanzaron a la carrera, bordeando el inmenso patio de armas. Media hora después, todos se ejercitaban y ponían a prueba sus aceros, con los maestros de esgrima repartiendo varazos ante el más leve error de postura.

Gerris se paseaba por el patio, supervisando los ejercicios con rostro pétreo. Desde que el rey diera inicio a su purga de corruptos y holgazanes, dos años atrás, todos se tomaban más que en serio los entrenamientos.

—Se supone que la guardia urbana está para proteger a la gente de la ciudad —le había dicho el capitán Benn, antes de que lo reasignaran a Puertadeplata—. ¿Cómo lo va a hacer si sus miembros son una panda de gordos borrachos que aceptan mordidas y liberan zonas para las hampas?

Claro que, para un cabrón presuntuoso como Benn Forley, era fácil decirlo. Siendo un héroe condecorado de guerra (así como un mojigato empedernido), su expediente era más que impecable. Gerris, en cambio, había tenido que silenciar a ciertos individuos y renunciar a la bebida cuando toda aquella limpieza empezó. Lo primero había sido fácil, lo segundo no tanto, y si lo había hecho había sido más por su creciente malestar estomacal que por las órdenes del rey.

—Suficiente, muchachos —exclamó alzando un puño—. Terminamos por hoy. Nos vamos.

Siempre había trabajo en las calles de Ruvigardo.

El turno nocturno no era el más tranquilo, desde luego, pero la paga era mejor, y también ofrecía posibilidades de lo más interesantes. Las prostitutas, por ejemplo, trabajaban bastante más a esas horas, a veces metidas en asuntos no del todo acordes con las leyes del rey. Nunca faltaba alguna dispuesta a conceder favores sin cargo a cambio de no pasar una noche en el calabozo.

Pero lo más usual era comenzar la ronda parando alguna pelea de borrachos. Gerris disfrutaba separándolos a garrote limpio, sobre todo cuando algún transeúnte se paraba a mirar. Era una buena forma de recordarle al populacho quién mandaba allí.

La ronda seguía luego con largas caminatas por las calles, avenidas y recovecos de la ciudad. Las patrullas, sin lugar a dudas, constituían el grueso del trabajo de cualquier miembro de la guardia urbana.

La mayoría de las veces, uno podía pasarse toda la noche caminando de las murallas al puerto sin que nada destacable sucediera. Pero tampoco era del todo inusual toparse con algún muerto en medio de la calle, víctima de alguna reyerta anónima. En esos casos, Gerris se limitaba a firmar los informes, dejando el papeleo a sus subordinados. Había aprendido a leer y a escribir hacía un año, obligado por otro de los decretos de su majestad en cuanto a los requisitos que debía cumplir la guardia. El aprendizaje había sido una pesadilla, y no le atraía en absoluto tener que sumar la redacción de los informes a su lista personal.

Crónicas de Kenorland - Relato 4: DeudasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora