Capítulo 9

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Media hora después, Hágnar, Aiden y el capitán Benn Forley, de la guardia urbana, estaban sentados ante la pequeña mesa redonda de una taberna. Las mesas vecinas estaban llenas de jornaleros que se tomaban unos momentos para almorzar y beber, saturando el ambiente con el barullo informe de sus risas y gritos. Su mesa estaba en una de las esquinas del salón, muy cerca de la tarima donde un grupo de músicos ebrios hacían sonar flautas, tambores y liras. Aquello les garantizaba cierta privacidad a su charla.

—Hacía tiempo que no te veía, Benn —comentó Hágnar, apurando su segunda copa de vino—. ¿Cómo está Denna?

—Embarazada otra vez.

—Felicitaciones.

—Guárdatelas. Cinco bocas que alimentar ya me parecían suficientes.

—Oh, vamos, todo niño es una bendición de los dioses, y tampoco es que te esté yendo mal. Lo último que supe de ti era que te habían transferido a Puertadeplata a servir al marqués Corwald, el cabrón más rico de todo Ilmeria.

—Y así fue, pero hace unas semanas recibimos un mensaje del mismísimo Davenn Evedane. Se me ordenaba elegir a diez de mis mejores hombres y volver cuanto antes a investigar cierto asunto. —Frunció los labios—. Ahora entiendo por qué tanta urgencia.

—¿No se sabía nada de los asesinatos en Puertadeplata? —preguntó Aiden.

—No, nada. En el mensaje no se daban detalles. Se me explicó lo que estaba pasando recién cuando llegué a la ciudad, hace poco más de una semana. Toda la guardia está volcada en investigar las muertes, incluso se permiten pedir más hombres a los pueblos y fortalezas cercanas. —Benn dio un corto sorbo a su cerveza—. Quien quiera que esté haciendo esto tiene huevos, he de reconocerlo. No es usual que alguien se anime a ir contra hombres así de poderosos.

—Eso es evidente. Nada menos que un rico comerciante, un viejo amigo del rey y un conde.

—A ver... déjenme adivinar... —Benn Forley se cruzó de brazos y miró alternativamente de uno al otro—. ¿Para investigar la muerte de cuál de ellos es que los han contratado?

—Tan perspicaz como siempre —sonrió Hágnar—. En circunstancias normales iría contra la ética profesional revelar la identidad de un empleador, pero estamos entre amigos, ¿verdad?

—Buenos amigos.

—Por supuesto. Bueno, ha sido la condesa Leonette quien nos ha contratado.

—La viuda de Áldrich. —Benn frunció el ceño—. He oído que sus cuñados son unos tremendos hijos de puta. Debe estar devastada.

—Ni te lo imaginas.

—De cualquier manera, Hágnar, deberías tener más cuidado a la hora de hacer tu trabajo, por más que el encargo venga de parte de la viuda de un conde. Supongo que sabes las órdenes que la guardia ha recibido del rey.

—Sí, sí. —Hágnar agitó una mano—. El caso está oficialmente a cargo de la guardia, todo debe investigarse con la máxima discreción, nadie puede meterse y blablablá. Lo sabemos.

—Doy por hecho que fue por eso que Gerris y sus hombres intentaron detenerlos. ¿Estuvieron haciendo preguntas de más?

—Sí. Y si el tal Gerris hubiera sido más inteligente, no habría terminado con las pelotas en la garganta. —Hágnar alzó las manos con indignación—. ¿Qué acaso los hombres honrados ya no pueden hacer su trabajo en paz?

—Este asunto no es de tan poca importancia como lo pintas, Rojo. Estas muertes son algo serio. Además, me han dicho que dentro de unos días un emisario de Iörd visitará la ciudad. Cuanto menos sepa de esto, más que mejor. No podemos mostrar debilidad ante los norteños, y que gente tan cercana al rey esté siendo torturada y asesinada ante sus narices desde luego no es una buena señal.

Crónicas de Kenorland - Relato 4: DeudasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora