Capítulo 4

71 15 19
                                    

La biblioteca de la Academia, la vasta y antigua sede del conocimiento universal.

Luego de la exposición de Fiorden, Aiden se había literalmente sumergido en sus profundidades.

Tres semanas habían transcurrido desde entonces, y Hágnar no había vuelto a verlo. Según le explicaron los acólitos, Aiden se la pasaba literalmente desde las primeras horas del alba hasta las últimas de la noche inspeccionando la biblioteca, llegando incluso a dormir y comer allí mismo, en medio de los libros.

Hágnar lo había comprobado por cuenta propia cuando fue a buscarlo la primera vez. Aiden estaba tan enfrascado en la lectura, rodeado por una pila tan alta de textos, que apenas se limitó a rechazar con monosílabos sus pedidos de ayuda con el contrato. Lo mismo ocurrió la segunda vez.

En esos instantes, mientras cruzaba por tercera ocasión el enorme jardín frontal, no le sorprendió que los acólitos señalaran hacia la biblioteca cuando preguntó por su amigo.

Hágnar subió las anchas escaleras al final del vestíbulo. Atravesó uno de los pasillos de piedra de la segunda planta, saliendo hacia un inmenso e iluminado espacio en forma de círculo.

Aquella sí que era una habitación.

Los muros ovalados estaban revestidos en su totalidad por estanterías repletas de libros, tan altas que prácticamente rozaban los balcones de los niveles superiores. En el espacio central había un verdadero laberinto de mesas y bancos, los cuales se entremezclaban formando serpenteantes pasillos hacia las estanterías. No había techo. Todo el lugar era como una serie de anillos superpuestos, cada uno un piso más de la biblioteca, en un constante ascenso hacia la cúpula de la torre en la que, Hágnar asumía, debían de estar.

Había cientos de libros allí, miles, quizás decenas de miles. Hágnar seguía mareándose con solo mirar hacia arriba, donde los balcones de los pisos más altos trepaban hasta perderse en las alturas.

Afortunadamente, Aiden estaba mucho más cerca. Lo encontró a un costado de la inmensa sala, de pie frente a una mesa desbordada de textos. Discutía con uno de los encargados de la biblioteca, un sujeto de cabellos oscuros peinados hacia atrás y la nariz propia de un halcón. Vestía una túnica de color marrón oscuro, a diferencia de las pardas de los acólitos. Hágnar había aprendido lo suficiente durante sus visitas a la Academia como para entender que aquel tipo no era un mequetrefe cualquiera, sino uno de los jefes encargados del cuidado y catalogación de los libros.

—Ya te expliqué dos veces lo que estoy buscando —decía Aiden, en un tono que distaba bastante de ser discreto.

—Y yo ya escuché al señor la primera vez. Lo que pide es lo que tenemos aquí. —El encargado señaló de mala gana el montón de libros sobre la mesa.

—Ya he leído las teorías de Fiorden, y también todos estos tratados sobre el Libro de las Verdades. Es lo único que me has traído. Yo necesito otra cosa.

—¿Y qué cosa exactamente, si el señor tiene la amabilidad?

—Ya te lo he dicho... —Aiden entrecerró peligrosamente los ojos—. Escritos de los primeros habitantes del continente que mencionen a los Vástagos, fábulas y leyendas por fuera del Libro de las Verdades, textos apócrifos. Esa clase de cosas.

—Los primeros habitantes llegaron al continente hace más de diez mil años, y no conocían la escritura. Los pocos pueblos que sí la dominaban nos dejaron tablas de arcilla con proto-runas, así como piedras grabadas. —El encargado observó a Aiden con una sonrisilla que expresaba suficiencia, altanería y desprecio, todo a la vez—. Las pocas tablillas que han sobrevivido hasta nuestros días están almacenadas en las criptas, a salvo de la luz, la humedad y las manos no autorizadas a estudiarlas. En cuanto a fábulas y leyendas que mencionen a los Vástagos, todas fueron recopiladas en el Libro de las Verdades hace miles de años. No encontraremos ninguna historia suelta que contradiga a las sagradas escrituras, salvo que se trate de algún texto apócrifo, como bien señala el señor, pero desafortunadamente no tenemos de esos aquí. Los radicales ortodoxos de la Orden quemaron los últimos ejemplares hace más de un milenio, durante la Guerra de las Sectas. Quizás en alguna colección privada el señor pueda encontrar alguna copia sobreviviente.

Crónicas de Kenorland - Relato 4: DeudasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora