Tratándose de la capital del reino más grande de Kenorland, las tierras cercanas a Ruvigardo eran célebres por su riqueza. Estaban repletas de pequeñas aldeas agrícolas, pueblos no tan pequeños, campos cultivados y bosques abundantes en caza. Los asentamientos pesqueros se extendían a lo largo de toda la costa, llegando algunos a constituir puertos diminutos de rica actividad.
El camino Real discurría a través de valles, llanos y tierras de cultivo, conduciendo hacia la puerta del Rey, el principal punto de acceso a la urbe. Por lo general, los bosques en la región crecían relativamente apartados del camino Real, pero había una pequeña zona, a pocos kilómetros de las murallas, donde la ruta se adentraba en una espesa maraña de abetos y cipreses: el bosque Senderos. Aquel tramo del camino era de paso obligado para sortear Senda Fangal, un páramo pantanoso al sudoeste de Ruvigardo.
Hágnar no tenía dudas de que ese era el lugar donde los asesinos emboscaron a Leyton Aldrich y a Herbert Eist.
Echó un rápido vistazo a los alrededores, sin descuidar a los hombres que se parapetaban tras los troncos a sus espaldas. El bosque Senderos era denso. Si bien había un par de metros libres entre los bordes del camino y el inicio de la espesura, los árboles crecían muy juntos, y eran gruesos y altos como torres. Había enredaderas silvestres, arbustos, matas y helechos por todas partes. El alba estaba próxima, los primeros rayos del sol comenzaban a despuntar en el horizonte, pero la oscuridad bajo la telaraña de hojas y ramas era aún considerable.
«Sí... el lugar perfecto para una emboscada.»
Hágnar se palpó con molestia el vientre, ignorando las náuseas y la incipiente sensación de mareo. La noche anterior apenas había bebido un par de copas de vino, a instancias de lady Darbreck, que tuvo la enorme desfachatez de negarse a servir más bebida durante la cena. Supuestamente, debían mantener bien despejada la cabeza para el día que se avecinaba. La maldita mujer ignoraba que él funcionaba precisamente a la inversa.
«Dioses, necesito un trago...»
Sacudió fuertemente la cabeza, procurando enfocarse por completo en lo que estaba a punto de venir. Frente a ellos, más allá de la barrera de matas y árboles, el camino real describía una pronunciada curva hacia el norte, perdiéndose en la espesura. Donnel tenía su único ojo fijo en aquella curva. Estaba acuclillado a su lado, vestido de negro de los pies a la cabeza, igual que los cinco hombres que habían venido con él.
A pedido de Hágnar y Aiden, el capitán había aceptado prescindir de su pesada armadura de caballero, aunque lo había hecho a regañadientes. Le habían explicado que una coraza de ese tipo no solo le dificultaría moverse en un terreno tan cerrado e irregular, sino que también los ponía en peligro de delatar su posición con el constante entrechocar de las piezas. Ropas ligeras y oscuras, eso era lo que se necesitaba si se pretendía actuar de prisa y sin llamar la atención en medio de un bosque.
Así que allí estaban, embutidos en pantalones de lana, botas, guantes de cuero flexible y ajustados jubones, con planchas de cota de malla como única protección.
—Espero que Aiden y Rog tengan mejor visibilidad que nosotros —se quejó el capitán, oteando a través de los árboles.
Hágnar murmuró su aprobación. Él, Donnel y cuatro hombres de la guardia esperaban más allá de los límites del camino, ocultos tras unos troncos entre los matorrales.
De acuerdo a la información provista por su amigo Benn, el vizconde Lowell debía llegar ese mismo día a Ruvigardo, cerca del amanecer. Por supuesto, muchos contratiempos podían darse durante la marcha y retrasar su llegada, de modo que Hágnar juzgó conveniente separar a Aiden y enviarlo como avanzadilla. Su amigo se adelantaría a caballo, bordeando el camino Real hasta dar con la comitiva de Lowell. Seguiría al vizconde hasta tener certeza de su ruta y su ritmo de marcha y así poder estimar su tiempo aproximado de llegada al bosque, donde Hágnar, el capitán y sus hombres esperaban ocultos.
ESTÁS LEYENDO
Crónicas de Kenorland - Relato 4: Deudas
FantasíaMeses antes del ataque a la Torre del Penitente, hombres cercanos al rey están siendo asesinados en la ciudad de Ruvigardo. Desobedeciendo las órdenes reales, la vengativa viuda de una de las víctimas recurrirá al Sindicato para atrapar a los culpab...