Capítulo 2

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—¡Por el reencuentro de viejos amigos! —exclamó Hágnar a voz en grito, atacando su enésima pinta de la noche—. ¡Salud!

Aiden torció el gesto, para nada entusiasmado. Ambos seguían en la taberna en cuyo sótano se celebraban los combates. El antro estaba cargado de humo, gritos y carcajadas, envuelto en la penumbra, pese a que afuera aún no oscurecía del todo.

Aiden había ocultado sus cicatrices bajo la ajustada chaqueta negra del Sindicato, con sus planchas de cota de malla en brazos y hombros y sus costuras color carmín. El aspecto de duro mercenario se veía socavado por el trozo de carne cruda que presionaba contra su pómulo. El tabernero le había dado el corte con gesto curioso, mientras Hágnar se moría de la risa. Él no se había molestado en hacer nada por curar su labio partido y la tumefacción que empezaba a asomar en su nariz.

—Siempre fuiste un luchador más que aceptable —comentó alegremente—, pero te has vuelto mucho más rápido y hábil de lo que recordaba. ¡Y cómo pegas! —Se señaló la cara—. Mira como me has dejado la nariz.

—Tuviste suerte —masculló Aiden, presionando la carne—. Venía cansado de la pelea anterior. Sino no me habrías ganado.

Hágnar soltó una risotada.

—Primero, nunca me ganaste antes. Segundo, el que tuvo suerte de que estuviera borracho fuiste tú. De haber tenido unas copas menos encima ni me habría despeinado.

—Eso nunca iba a pasar. ¿Cuándo fue la última vez que estuviste sobrio?

—Quién sabe.

Aiden murmuró algo inteligible y se recostó contra el respaldo de su silla, llevándose la jarra a la boca. Hágnar lo imitó de buena gana.

—Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, ¿eh, Aidi? Si no recuerdo mal, la última vez fue cuando...

—Cuando fui al Consejo a aportar la cuota —lo cortó Aiden—. Ya lo sé.

—Exacto. Y eso fue hace como tres años, ¿o ya son cuatro? Tienes huevos, he de admitir. Luego de tanto tiempo a mí ya empezaría a preocuparme que el Maestro mandara a buscarme.

Aiden lo miró fijamente, bebiendo a sorbos cortos. No hizo ningún comentario. Hágnar sonrió.

—Pero bueno, no importa, tres o cuatro años es bastante. Cuéntame qué has estado haciendo todo este tiempo.

—No mucho.

—Ah, ¿no? ¿De verdad? —La sonrisa de Hágnar se hizo más grande—. Pues yo tengo una historia la mar de interesante para contarte. De hecho, estoy seguro de que tú también la has oído.

—Si es otra de tus aventuras de borracho no, no estoy al tanto.

Hágnar rio como si aquello fuera lo más gracioso que escuchaba en mucho tiempo.

—Oh, no, no. Luego te contaré de esas si quieres, tengo varias. Pero ahora escúchame. Resulta que hace algunas lunas estuve en la Marca Alta, en Háuribor para ser más preciso. Allí me enteré de que el mismísimo rey estaba en la ciudad, reuniendo hombres para marchar a la conferencia de paz con Iörd en las montañas Plateadas, así que decidí unírmeles. Después de todo, hace tiempo que no tengo la chance de trabajar para un rey en persona.

—¿Estuviste en la conferencia?

—Al final no. —Hágnar se encogió de hombros—. Hablé con los hombres del rey. La paga que me ofrecieron era una mierda, así que decidí quedarme en la ciudad. Siempre se consiguen buenos contratos ahí. —Sacudió la cabeza—. En fin, lo importante es que me quedé casi tres semanas en Háuribor, pero tampoco conseguí nada interesante, así que me fui. Mi idea era retomar el camino Real hacia el sur, haciendo escala en las granjas y aldeas... ¿y a que no adivinas la historia que todo el mundo andaba contando en las posadas?

Crónicas de Kenorland - Relato 4: DeudasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora