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Quedó bastante claro en ambos que ya no nos desagradabamos.

Ninguno eras feo, o desagradable, para el otro. Ni nos eramos molestos.

Así que, como ya dije, seguimos siendo inmaduros.

—Oye, Tomoe— él me observó por un momento. Tomé lo que podemos llamar ventaja, besándole la frente— Tú no eres ningún demonio asqueroso, lamento haberlo pensado por mucho tiempo.

No era algo que realmente acostumbrarnos hacer. Pero a veces se revivía el momento, ¿sabes? Como comer un dulce varias veces, y volviéndolo a sentir como si fuera la primera mordida que le das en toda tu vida.

Las muestras de afecto comenzaron a ser un poco, sólo un poco, más frecuentes.

Tomoe jaló mi muñeca, haciéndo que me arrodillase a su altura.

—¿Estás enferma?— inquirió, intentando tocar mi frente.

—Estoy arrepentida— confesé con pesar, deteniendo él sus movimientos en seco. Me sentía mal. Se me había educado para sentir y comprender emociones como una empática más en aquel templo de hacia siglos. Y fallé, luego de perder ese puesto ya no pude hacer más que fingir agrado y olvidar que el amor fue lo que me trajo.

Olvidé que debía sentir amor y cariño por todos los seres. Todos.

Y perturbé con intenciones a lo que puedo llamar un "colega de trabajo", a un espíritu tan válido y tan fuerte como yo.

Tomoe notó que el humor no funcionaría conmigo en ese preciso momento, yo había querido retirarme antes pero él me había retenido, y creo que estaba consciente de que debía arreglarlo precisamente.

Tomó una de mis mejillas, encontrando dos de sus dedos con el lóbulo de mi oreja, costumbre que se le había formado con el tiempo que habíamos pasado juntos, y colocó uno de los mechones sueltos de mi trenza tras ella.

—En realidad, yo...— y perdí rastro de su voz tosca, que me era ahora la más bella del mundo.

—¡Ya!— exclamó enfadado Mizuki— ¡Ya duerman, tenemos cosas que hacer mañana!

—¡Empieza por callarte tú, que haces más ruido aún!— exclamó soltando su agarre de mi muñeca.

—¡Tú vas tirando a mi amiga al suelo, desalmado!— seguía reclamando mientras se acercaba, aunque se mantenía lejos de donde estabamos. Oíamos sus pasos cada vez más cerca.

—¡No he tirado a nadie!

—¡Niegame que ese ruido era ella cayendo!— Tomoe frunció el ceño con rabia, dispuesto a responder.

Hice lo primero que se me ocurrió, sabiendo que el momento había acabado. Pero no iba a irme sin darle un buen cierre, según yo.

—¡Lo siento, me tropecé!— dije antes de sonreír a Tomoe, que dirigió su atención a mí. Estampé levemente, con cierta vergüenza, mis labios con los suyos, y perdí la poca inseguridad que tenía por la adrenalina... y por el hecho de que Tomoe me correspondió casi al instante.

—Sabes amargo.

—Al té que tú preparaste, que es amargo, si.

Me observó por un momento, y luego se concentró nuevamente en los pasos que se oían, provenientes de Mizuki. Apartó su vista de mí por un momento, antes de oír que aquel compañero de viajes de Nanami se mostraba y ponerse de pié.

Ambos discutieron sobre el asunto de tirarme al suelo, o despertar a Nanami.

—Y tú, Aoi, me sorprendes— me señaló, con un gesto de puchero— No sólo porque lo defiendes a ésta hora, sino porque sobre todo ésto, te tomas el té con él.

—¿Qué más te da si toma el té?

—Pierde horas de sueño, las cuales le son valiosas, muy valiosas— discutió a Tomoe, mientras tomaba la bandeja que tenía el par de tazas vacías— Ahora dejaré éstos en la cocina y ustedes dejarán dormir al templo.

Tomoe frunció el ceño aún más, cruzando los brazos.

Mizuki jaló de la manga de la camisa con la que habituaba dormir.

—Vámonos, te vigilaré— me reprochó, puesto que habíamos acabado por tener una relación extraña de amistad mezclada con algo de madre e hijo, dependiendo de la situación, con roles rotativos.

A su vez, Tomoe pellizcó la espalda de mi camisa, dándome a entender que me quedara.

—Está bien— acepté, me frené con toda la suavidad posible para evitar que pudieran caérsele las tazas— Pero adelántate, tengo que revisar algo.

Mizuki me dio una mirada con la menor confianza posible, quizá por el hecho de que fueran eso de las tres de la madrugada, pero desconfiado al fin.

Me giré.

—Aoi— inquirió él— Estuve pensando en que estuve... mal, alguna vez. No eres ningún "conejo de orejas rotas", o como sea que te hayan llamado antes, como sea que te haya llamado yo. Me gustan tus orejas.

Y sonreí.

Nadie se había preocupado por decirme que mis orejas no eran feas, anormales o similar, que eran algo bello, que aún podía recogerme el cabello sin que ese pedazo faltante de cartílago en ambas orejas llamara la atención negativamente.

Solían preguntar por qué mis cartilagos estaban cortados.

Solían curiosear sobre en qué pelea, con qué delincuente, había estado para que por castigo o venganza me rasgaran las orejas.

También me dijeron un par de veces que era afortunada que, viendo el lado positivo, aún podía adornarme las orejas con aretes.

Que era afortunada porque, al menos, podía oír.

Bueno, una vez en clases, un chico me dijo que era afortunada de no tener que usar anteojos, puesto que no se sostendrían bien.

Lo cual es estúpido, en realidad si que se sostendrían, pero la retorcida intención es lo que cuenta.

Intenciones infinitas de las cuales una, de entre gracias y bromas de siglos, era por fin un halago.

No soy un conejo con las orejas rotas. Ya no.

Porque a él le gustan mis orejas.

Another Date With The Moon || Kamisama HajimemashitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora