Pinta la vida

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Marco Rivera despertó cuando los insistentes rayos de luz entraron por su ventana, acompañados del grito de su madre para que bajara a desayunar, o iba a levantar la mesa. Perezoso, se puso de pie sin quitarse la pijama y salió a rastras de su cuarto.

En el comedor, su hermano menor, Miguel, ya estaba vestido y arreglado. Sostenía un libro en sus manos, sobre teoría musical

—Mamá, ¿esto es azul?—Preguntó, señalando la cubierta del libro

—Más bien morado, cariño. —Respondió Julia, acariciando la cabeza de su hijo. Marco frunció el ceño, observando el libro negro a sus ojos

A ojos de Marco, todo era negro. Negro y blanco, en sus distintas tonalidades, pasando por infinitos tonos de gris. Esos eran los únicos colores que Marco y millones de personas solo podían ver.

Por algún motivo, los humanos no eran capaces de observar todos los colores hasta encontrar a su alma gemela. En ese momento, el mundo de pintaba de brillantes tonos y cobraba vida y luz. O al menos así lo había descrito Miguel

Miguel tenía tan solo 15 años cuando fue capaz de ver los colores. La mayoría no lo hacía sino hasta la adultez, después de los 22, pero existían casos en los que las personas podían verlos desde la niñez, o hasta ya muy adultos, en la tercera edad. Existían casos de gente que juraba haber muerto sin observar los colores jamás

Marco aún recordaba el momento exacto en que supo que su hermano encontró a su alma gemela. No había pasado mucho tiempo desde que se habían mudado al gran San Fransokyo, para que tanto Miguel como Marco entraran a una prestigiosa escuela de música. La ciudad era enorme y ellos disfrutaban de rondarla todos los días, observando el gran contraste con su pequeño pueblo

En uno de sus paseos, Marco insistió visitar un pequeño local para comer. Entraron, la campanilla sonó y un chico joven de cabellos rebeldes detrás de la barra alzó la vista hacia los dos hermanos dispuesto a atenderlos

Y los ojos de Miguel se inundaron de luz.

Miguel tambaleó y Marco lo obligó a sujetarse de su brazo. El joven que los había visto estaba mudo, quieto. Notó que sus labios se abrían y cerraban desesperadamente, pero sin formular ni una sola palabra

—¡Tadashi!—Gritó por fin, antes de desaparecer en la cocina. Marco obligó a su hermano a sentarse, pero no sabía que preguntarle. Jamás había presenciado el momento en el que eso pasaba, así que no sabía cómo reaccionaba la gente.

En cuanto Miguel se recompuso, salió del café. Marco, atónito, no supo que hacer, ¿su hermano acababa de encontrar a su alma gemela, y estaba escapando? Corro detrás de él en busca de una explicación

—¡Espera!—Una voz se escuchó entre el bullicio de gente que era la ciudad, pero sin la fuerza suficiente para llamar la atención de Miguel. —¡Espera, el que me vio en el café! ¡yo también puedo ver los colores!

Miguel frenó en seco y se giró. El chico que los había perseguido se detuvo a pocos pasos de ellos, jadeando. Ahora que podían verlo bien, al parecer era asiático, y debía tener la misma edad de Marco, aunque era unos centímetros más alto

—Sé... sé que tu también los ves ahora...—Prosiguió, recuperando el aliento. Se incorporó, sonriendo con torpeza. — mi nombre es Hiro Hamada. Es agradable por fin conocerte

Miguel le miró unos segundos, procesando lo que Hiro decía. Bien, le habían contado que al conocer a su alma gemela, vería los colores, ¿y luego? ¿Que pasaba? ¿Ahora eran novios? Hiro ni siquiera sabía su nombre.

Su nombre, debía empezar por ahí

—Yo soy Miguel Rivera. —Sonrió, marcando un hoyuelo en su mejilla. —A mi también me alegra conocerte

One-Shots MarcKyleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora