Capítulo 15

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Aristóteles:

– ¿Cómo te sientes acerca de la entrega china?– Le pregunté a Temo, mirándolo a los ojos somnolientos. Se había corrido tan jodidamente fuerte, y podía decir que todo lo que realmente quería hacer era abrazarme mientras dormía. No me opuse a eso, pero joder me había puesto aún más hambriento.
–Trajimos comida a casa–, dijo, su boca se curvó en una media sonrisa saciada. –Oh, Brutus.
–Sí, Brutus–. Le devolví la sonrisa. –Es imposible que no rompiera esos recipientes de poliestireno y devorara nuestras comidas. Entonces, ¿chino? ¿Mexicano? ¿Pizza? Chicago lo tiene todo.

–Esto es tan diferente de cuando éramos niños–, dijo Temo y luego se rió. –¿Cuál fue nuestro refrigerio después del sexo en el día?.

–Rollitos de frutas–, sugerí, y ambos nos reímos. –Me parece recordar que te abriste camino a través de esas empanadas de pollo Tyson que compró mi mamá. Se ponía de mal humor y mi padre le decía que lo dejara. Si su ala cerrada premiada quería empanadas de pollo, entonces comía empanadas de pollo.

–No había forma de que mi mamá me hubiera dejado comer productos procesados de pollo, y conduje Phee con ellos cuando nos casamos por primera vez. Se los llevé a los niños junto con macarrones con queso Kraft cuando ella no estaba en casa –. Cuauhtémoc se puso rígido cuando se dio cuenta de lo que decía. –Lo siento.

–¿Por tener una buena vida? No lo estés, Temo. Siempre tuve la esperanza de que fueras feliz y bien amado dondequiera que te llevara la vida –. Pasé mi pulgar por su barba. –Nunca quise que fueras infeliz.

–Hice lo mejor que pude–, dijo en voz baja. –Nunca iba a ser verdaderamente feliz hasta que fuera honesto conmigo mismo y con todos los que me rodeaban.

La conversación se había vuelto seria más rápido de lo que esperaba, y sabía que se necesitaba comida si quería más de mí que gruñidos. –Voy a separarnos ahora–, advertí. –Entonces vamos a comer algo para que podamos hablar.

–¿Podemos estar desnudos al mismo tiempo?– Temo preguntó esperanzado.

–¿Mientras comemos? No me gusta lo agridulce en mi pubis, y no creo que se sienta mucho mejor que el esperma seco que tenemos ahora mismo.
–Quise decir durante la charla posterior. Te diré todo lo que quieras saber, siempre que pueda sentir tu piel contra la mía mientras lo hago.
–Mmmm. Hablar con la almohada suena bastante sexy —respondí.

–A la cuenta de tres, intentemos separarnos–, sugirió Temo.
–Como la vez que dijiste que deberíamos saltar del puente al río–, le dije.
–Íbamos a tomarnos de la mano–, me recordó Temo.
–Como si eso hubiera hecho la diferencia. Si el alguacil Barkley no hubiera llegado justo cuando estábamos a punto de saltar, probablemente nos hubiéramos roto las piernas, el cuello o ambos.
–¿Y de qué estaba preocupado el buen sheriff? –Hijo, terminarás tu prometedora carrera futbolística antes de que realmente haya tenido la oportunidad de comenzar–. Ni una palabra sobre cuellos o piernas rotos –, dijo Temo sacudiendo la cabeza.

–Tus hazañas en el campo de juego fueron lo único bueno que sucedió en esa ciudad, Temístocles. Estoy seguro de que él también estaba preocupado por tu salud en general –, le ofrecí. –Inicie la cuenta atrás y limpiemos–.

No sucedió rápido ni sin dolor, pero finalmente despegamos nuestros senderos no tan felices y nos metimos en la ducha para lavarnos. Vi el calor en sus ojos y sentí la respuesta crispada en mi pene, pero negué con la cabeza y le entregué una toallita y una pastilla de jabón.

–Guárdalo para después de la charla sobre la comida y la almohada–, le dije a Cuauhtémoc. –Necesito que me folles como lo dices en serio.
–Oh, lo voy a decir en serio, Aristocles–.

Segundo Aire •|| AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora