Capítulo 17

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Aristóteles:

–¿Me veo bien?– Pregunté enderezando mi corbata por lo menos por décima vez mientras esperábamos a que los hijos de Cuauhtémoc llegaran a casa de Mario.
Me encogí cuando vi mi expresión de pánico en el espejo detrás de la barra. – Mierda, al menos debería haberme cortado el pelo. Me veo hecho un desastre.

Una risa sexy retumbó desde el pecho de Temo y nuestros ojos se conectaron en el espejo. Así, todo el aire fue succionado fuera de la habitación y todos los que nos rodeaban se desvanecieron en el olvido. Solo estábamos él y yo; de la forma en que debía ser.

–Tus rizos son sexys Aristóteles.

Giramos nuestras cabezas para mirarnos, y supe exactamente lo que estaba pensando cuando pasó su mano por mi cabello. Estaba recordando la forma en que le gustaba apretar el puño en sus manos cuando me arrodillé a sus pies. O tal vez estaba recordando las ideas que tenía sobre lo que podríamos hacer con nuestras corbatas una vez que volviéramos a mi casa.

Una tos masculina y una risita femenina interrumpieron mis pensamientos, que eran los más adecuados para cuando estábamos solos. Cuauhtémoc no se apartó de inmediato para saludar a sus hijos, lo que me sorprendió. En cambio, pasó su pulgar sobre mi pómulo y mi mandíbula. Esperaba que fuera un poco más reticente a mostrar afecto en público, pero me sorprendía todo el tiempo.

Esa voz dubitativa en mi cabeza decía que era porque se sentía más seguro aquí en una ciudad donde la gente no lo conocía. No tenía nada invertido aquí, nada que
perder.

–Hola, niños–, dijo Temo sin apartar la mirada de mí.
–Oh, genial. Otro muerde el polvo –, dijo Arion luego tarareó la famosa canción de Queen. –Mamá no me ha llamado en más de una semana.

Eso llamó la atención de Temo y rompió el contacto visual para dirigirse a su hijo. También me volví en su dirección y no pude olvidar lo mucho que se parecían al hombre que amaba. Sí, amado. Sabía que era estúpido
dejarme enamorarme tan fuerte y rápido de él de nuevo, pero si fuera honesto, admitiría que nunca dejé de amarlo.

Fue como si hubiera entrado en remisión durante las últimas dos décadas, y todo lo que sentí por él salió a la superficie cuando nuestras miradas se encontraron en el muelle.

Por las fotos del teléfono de Temo, podía decir que Kennedy tenía el color de Phee, pero la forma de sus ojos, nariz, boca e incluso barbilla eran todas de Cuauhtémoc. Arion se parecía tanto a su padre que era asombroso.

–Intenta llamarla de vez en cuando, idiota. Las líneas van en ambos sentidos –, le dijo Kennedy a su hermano y luego volvió su atención hacia mí. –Perdónanos por ser groseros–. Extendió la mano y dijo: –Soy
Kennedy y este es mi hermano idiota, Arion.

–Es un placer conocerte, Kennedy–, le dije estrechándole la mano antes de extender la mía al hijo de Temo. Y tú también, Arion.
–Kennedy, sé amable–, dijo Cuauhtémoc.
–Está bien–, refunfuñó.
–¿No te conozco de alguna parte?– Arion me preguntó. –Me pareces familiar.
–Um, yo ...

Arion chasqueó los dedos y luego me señaló con el dedo índice.

–Te he visto por el campus de SAIC. ¿Eres profesor?
–No, pero en ocasiones actúo como conferencista invitado para clases de fotografía–, dije. –Debes ser un artista talentoso para asistir a SAIC.

A pesar de que el niño irradiaba confianza, se encogió de hombros con indiferencia.

–Lo es–, dijeron Temo y Kennedy al mismo tiempo, haciendo que sus mejillas se pusieran un poco rosadas.

Segundo Aire •|| AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora