Capítulo 17

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Era el segundo día después del asesinato de Artemis, la princesa seguía firme en su desición de llevar a cabo la boda, y más aún, la de ejecutar a Yaten inmediatamente después de sellar su compromiso como muestra de la autoridad que ahora adquiriría como reina —Va a casarse mañana ¿Verdad?— Kakyu se acercó a Mina quien reflexionaba en uno de los amplios jardines de su propiedad.

—¡Señora Kou! ¿Que hace aquí?

—Todos en el palacio están vueltos locos con los pormenores de su matrimonio, nadie en su sano juicio dejaría sus actividades para seguir a esta insignificante mujer que está delante de usted. Dígame algo ¿En verdad lo ama?— Kakyu se tomó la libertad de sentarse a un costado de Mina para comenzar una plática que la haría reflexionar.

—¿Qué? ¿A quién?

—A su futuro esposo desde luego. Debe amarlo mucho como para contraer matrimonio así, tan rápido— ante esas palabras Mina solo desvió su mirada hacia el suelo sin responder ni una sola palabra —Respóndame algo entonces ¿En verdad cree que Yaten atentó contra su padre?

—Lo único que sé es que todas las pruebas lo inculpan a él. Su armadura se encontraba llena de sangre, la sangre de mi padre, y en el puñal solo aparecen las huellas de su hijo, de nadie más ¿Que pensaría usted? Para mí está claro, él es el culpable, el lo asesinó.

—Entiendo por lo que está pasando, comprendo que el dolor que siente la haga tomar desiciones tan precipitadas y quizá un poco herradas ¿Sabe algo? Aún recuerdo cuando un malvado soldado asesinó a mi esposo, en ese momento Yaten pensó que todos los soldados eran iguales, pero al integrarse a su ejército se dio cuenta de que la realidad era otra, esos hombres solo actúan recibiendo órdenes, lo que hacen no es por voluntad propia.

—¿Eso que tiene que ver con la muerte de mi padre?

—Lo que intento decirle es que muchas veces la tristeza nos ciega, y no nos deja ver más allá de lo que realmente son las cosas. Yaten no es malo, ha pasado por mucho y ha tenido una vida muy difícil, y aunque la mayoría de nuestras penas fueron causadas por el rey Artemis sé perfectamente que mi hijo sería incapaz de hacerle daño a alguien y mucho menos matar a su padre, sobre todo después de que gracias a él nuestra vida cambió para bien. Debería intentar escuchar a su corazón, en el fondo sabe que mi hijo no lo hizo, y aunque todo apunté a qué es culpable sé que debe haber una explicación.

—Princesa, necesito que venga conmigo— el comandante del ejército llegó para interrumpir a las mujeres —Yaten asegura que el rey le dió un mensaje antes de morir, pero afirma que no se lo contará a nadie a excepción de usted— ante la petición del soldado Mina no supo cómo reaccionar, sino hasta que tiernamente Kakyu colocó sus manos sobre las de ella y con una dulce mirada y una pequeña sonrisa le habló —¡Escúchalo! Dale una oportunidad, vé lo que tiene que decirte y escucha a tu corazón— Mina se levantó dirigiendo su mirada a la de la madre de Yaten para susurrarle una sencilla pero significativa palabra —Gracias— y se dirigió hacia donde su guardián se encontraba.

Una por una Mina recorrió las escalinatas que ya antes había pisado en compañía de su general para llegar al encuentro con ese joven de ojos verdes que tantas sensaciones producía en ella —Han dicho que querías verme, pues aquí estoy, dime ¿Que es lo que deseas?

—Aquí la tienes, habla ¿Cuál es ese mensaje que tienes que darle?— el comandante del ejército trataba de presionarlo.

—He dicho que solo se lo diré a ella, a nadie más— Yaten no quería revelar ninguna información ante personas en las que no sabía si podía confiar.

—Está bien, déjeme sola con él.

—Pero princesa, podría ser peligroso, el príncipe Kunzite ordenó que...

—Kunzite, Kunzite, siempre Kunzite, le recuerdo que él sigue siendo un extranjero, y hasta que yo no me case con él no tiene ninguna autoridad, y hasta donde recuerdo eso será a partir de mañana, así que haga lo que le estoy diciendo y déjeme a solas con él— ante esas palabras el hombre no tuvo más remedio que acatar la orden.

—Bien, ya estamos solos ¿Qué querías decirme?

—¿Así que te casas mañana? ¡Increíble! ¿No te parece muy precipitado?

—Ese no es tu asunto, dime cuál es ese mensaje de mi padre que para eso solicitaste hablar conmigo.

—Si, disculpa, no tengo derecho a entrometerme en tu vida, al final no soy nadie, solo un sirviente catalogado como asesino. Aun no entiendo cómo pudiste creer que yo lo hice.

—Todo te señala a ti. Si no fuiste tu, entonces explícame por qué estabas lleno de sangre, y por que tus huellas estaban en el arma con la que fue atacado.

—Cuando escuchamos el gritó yo salí corriendo para averiguar que sucedía, y al llegar ahí tu padre ya estaba mal herido, mi primera reacción fue sujetarlo sobre mi cuerpo para tratar de ayudarlo pero fue inútil, eso explica lo de la sangre. En cuanto al arma, cuando vi ese puñal tirado mi intención fue tomarlo, para buscar alguna señal que nos llevara al culpable, justo cuando hacia eso me sorprendieron y me culparon por algo que yo no hice, ahora ya te expliqué lo de las huellas. Creo que el culpable usó algo para cubrir sus manos y no dejar algún rastro, aunque fracaso en su intento.

—¿A qué te refieres?

—Justo al lado del cuerpo de tu padre encontré ésto— Yaten saco de su bolsillo un pequeño diamante que les resultaba familiar a ambos.

—¡No puede ser! Ese es...— afirmaba Mina asombrada.

—Asi es, es uno de los diamantes que Beryl tiene en su collar.

—¿Pero que hacía eso en la habitación de mi padre?

—Siempre te he dicho que ella y su hijo no me dan muy buena espina, no quiero pensar mal, pero quizá ellos sepan mucho más que yo sobre lo que le pasó a tu padre.

—¿Pero por qué querrían matarlo? No lo entiendo.

—Antes de morir, con las pocas fuerzas que le quedaban al rey me hizo prometerle dos cosas, la primera, que cuidaría de ti, y la segunda, que protegería el petróleo.

—¿Petróleo? ¿Cuál petróleo?— preguntaba Mina asombrada.

—No pudo decírmelo, pero eso solo me deja pensar en una posibilidad. De alguna manera, tu territorio debe ser rico en ese mineral, y Kunzite y su madre lo quieren. Todos pudimos notar que no estabas segura de aceptar ese matrimonio, y quizá su muerte haya sido provocada para presionarte de alguna forma.

—¿Estás diciéndome que ellos lo mataron?

—Aún no lo sé, lo único de lo que tengo certeza en este momento es de que cumpliré con la promesa que le hice al rey, te cuidaré, no importa cómo, ni a costa de qué.

—¡Soldado!— Mina dió un fuerte grito que llamó la atención del general que la esperaba en las afueras.

—Dígame princesa ¿Que se le ofrece?

—¡Liberelo! Ponga en libertad a este joven.

—¿Pero princesa? Es el asesino de su padre.

—¿Que no ha escuchado mi órden? ¡He dicho que lo libere!— aún sin comprender la actitud de Mina, el soldado abrió la celda en la que su guardián se encontraba para observar a ambos jóvenes fundirse en un fuerte abrazo y un cálido beso.

El guardián de su amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora