Capítulo 20

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Todo estaba preparado, el banquete, el salón en el que se haría la recepción, la decoración y la iglesia del pueblo para que se llevase a cabo la boda ente Mina y Kunzite.

A muy temprana hora Diana acudió a la alcoba de la princesa para acompañada por algunas doncellas más ayudarla con su arreglo personal. Con suma delicadeza, le fue colocado un precioso vestido en tono anaranjado con aplicaciones azules, un belo de delgada seda traslúcida en el mismo color se puso sobre su cabeza cubriendo sus dorados cabellos, y un hermoso ramo hecho por algunas jóvenes de la aldea con las flores de sus propios invernaderos era posado sobre sus manos.

Mina salió de su habitación lista para enfrentarse a lo que vendría, paso a paso caminaba rumbo al carruaje que la llevaría a la iglesia concentrada y serena, aunque con mil pensamientos en su mente, pero el principal sin duda era Yaten. Al convertirse en la esposa de Kunzite debería renunciar a sus verdaderos sentimientos hacia su guardián.

Mientras recorría los pasillos del palacio toda la servidumbre la admiraba, realmente se veía hermosa, uno por uno sus empleados la felicitaban y ella solo sonreía en señal de agradecimiento al ver la emoción en cada uno de esos rostros tan conocidos, aunque el que ella deseaba observar en ese momento no se encontraba ahí.

—Señora ¿En donde está Yaten? Se supone que él debe acompañarme— preguntó Mina acercándose a Kakyu al notar su ausencia.

—¿Qué? ¿Yaten no estaba contigo? Ayer por la noche regresó para contarme que lo había liberado y luego salió nuevamente, me dijo que tenía asuntos importantes que hacer, pensé que se trataba de asuntos de usted.

—No, en cuanto Yaten salió de mi habitación no volvió, aunque a mí también me dijo que debía hacer algo importante ¿En donde está?

—Princesa eso no importa— interrumpió el jefe del ejército —si necesita que alguien la escolte yo mismo lo haré.

—¡No! No pienso ir a ningún lado hasta que Yaten no aparezca. Si le han hecho algo lo van a pagar...

—Nadie le ha hecho nada princesa, yo lo vi salir del palacio durante la noche, solo y por voluntad propia— Diana dió una confesión que le partiría el corazón a Mina —Quizá se fue para no verla casarse.

—Se fue, decidió alejarse de mí— el pensamiento de Mina solo logró hacer que derramará una pequeña lágrima
—vamos general, es hora de llegar a la iglesia— Mina abordó su decorado carruaje, el cochero lo guío hacia su destino mientras el general escoltaba su espalda a bordo de su caballo.

Al llegar a la entrada del lugar, un camino alfombrado había sido preparado para que Mina caminara sobre él y pudiera llegar al pie del altar en el que la esperaba el impaciente Kunzite. El soldado que la había resguardado durante su trayecto le ofreció su brazo y ella correspondió a su acción sujetándolo para comenzar su andar.

Paso a paso, lentamente Mina caminó rumbo al altar. Congregados en ese recinto, los aldeanos observaban a su hermosa princesa dar un gran y muy maduro paso. En primera fila esperaba Beryl, y al frente, Kunzite portando un elegante traje militar.

Recorrer ese pasillo parecía eterno, hasta que por fin llegó al final de este —Aqui la tiene, sana y salva— hablaba el soldado mientras colocaba la mano de Mina sobre la de Kunzite.

La ceremonia comenzó con el clásico discurso del hombre que la oficiaba, una breve introducción en la que Mina había estado totalmente distraída. Su pensamiento solo se encontraba en Yaten, en los momentos que había vivido a su lado y en su huida la noche anterior. Se sentía triste, deprimida y abandonada. —¿En donde quedó tú promesa de estar conmigo en cualquier situación? Me mentiste— se encontraba tan concentrada en lo que sentía que todo lo que ocurría a su alrededor paso completamente desapercibido.

—Mina, el sacerdote nos está haciendo una pregunta— Kunzite habló para interrumpir su concentración —¿Estás llorando?

—Lo siento, estaba distraída, y esta lágrima es por la emoción ¿Cuál fue la pregunta?

—Príncipe Kunzite ¿Aceptas como tu esposa a la princesa Mina?

—Por supuesto que sí, es lo que más deseo— en sus palabras había un ligero sarcasmo y una sonrisa en su rostro un poco maliciosa.

—Princesa Mina ¿Aceptas como esposo al príncipe Kunzite?— esa pregunta dejó a Mina en shock por unos instantes, si bien sabía cómo era una boda, vivir la suya propia y con una persona a la que no amaba era muy difícil.

—Princesa ¿Aceptas por esposo a este hombre?— nuevamente se le repitió la pregunta.

—Yo...— estaba bloqueada, su razón le decía que respondiera afirmativamente, pero su corazón le dictaba que debía hacerle caso a sus verdaderos sentimientos, aún así, seguía firme en su desición —Si, acepto.

—Bien, ahora, si existe alguien en este lugar que tenga algún impedimento para que está unión se realice, le pedimos que hable ahora— esa era la frase crucial que decidiría para siempre el destino de Mina y su reino.

Algunos minutos transcurrieron en total silencio, pero en ese corto tiempo Mina solo dirigía su mirada hacia la entrada del recinto esperando que su guardián apareciera para rescatarla del destino que le esperaba, pero para su mala fortuna eso no ocurrió.

—Al no haber impedimento alguno para sellar este compromiso yo los declaro marido y...

—¡Esperen!— una voz que se escuchaba desde la puerta retumbó por todo el lugar obteniendo la atención de todos los presentes —¡Ésta unión no se puede llevar a cabo!— alguien había llegado para impedir ese compromiso.

El guardián de su amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora