IV

176 5 0
                                    

Mis ojos sólo podían moverse de un lado hacia el otro, siguiendo las manos balanceantes de Sei. Eran más pálidas que las mías, pero ahora mismo tenían un horrible color cobrizo manchado de carmesí. ¿Por qué Sei tenía qué ser tan malo?

No entendía. Alfa me dijo que era porque soy retrasado, pero yo no estoy muy seguro de lo que soy realmente.

A medida que Sei sigue subiendo de las ramas, temo un poco más. No quiero que nada le pase, pero mi cuerpo sigue sin moverse. Mi saliva pasa por mi garganta con ansiedad, y el temor comienza a llenar mis arterias.

-Sei -mi voz sale con un empujón-, por favor, baja de ahí.

Lo único que escucho son palabras obstruidas por el viento. «Cállate, retrasado», creo que dijo. Todos me llaman así, y no me gusta. Me hacen sentir mal.

Y es que yo sé que no soy solo un retrasado; hay algo mal. No puedo moverme bien y no puedo hablar bien, pero mis pensamientos son estables. Puedo saber que lo que Sei hace está mal, porque eso es algo que sólo alguien malvado hace, pero no puedo hacer o decir nada.

... tampoco quiero hacerlo, en realidad. No quiero que Sei crea que no puede contar conmigo.

¿Eso me hace un retrasado?

Pronto, otro objeto chorreante choca frente a mis pies, contra el duro suelo cubierto con pasto y algunas flores. Mi cuerpo se tensa de nuevo y mi espalda se cubre con escalofríos.

-Aoba -me llamó. Mi cabeza se alzó instintivamente, y las gotas entonces mancharon mi uniforme blanco y mis mejillas coloridas por el ardiente sol de un verano que apenas empezaba.

-Sei...

-Tengo algo para ti.

Estaba apretando una bolita de plumas entre sus dedos derechos. Teniendo cuidado de no derramar más de lo que debiese, se bajó con cuidado por las ramas. Estando a un poco más de un metro más alto que el suelo se soltó, y bajó de un salto. No pude siquiera cambiar de expresión, temeroso.

-Cómete estos.

Abrió su puño frente a mí.

Sólo pude ver una repulsiva combinación de plumas aún inmaduras y líquidos escarlatas y algunos pardos. Aunque en ese momento, me pareció que esa era la misma imagen de la muerte.

Mi cara no cambió.

-Sei... -balbuceé, mi lengua secándose.

Sei acercó su mano hacia mi cara. Sentí que pude haber llorado.

-Te quiero mucho, Aoba.

Dijo de forma dura, mientras sentía entre mis dientes el crujido de huesos sin formar y cascarones babosos. No podía mantenerlo todo sin que algunas gotas chorrearan fuera de mis comisuras.

Masticando cada vez más fácilmente de lo que comenzaba a asemejar una pasta, pude observar el conjunto de ramas que antes fue una nidada caer desde la cumbre del árbol. Por alguna razón, vi a Sei en ese espectro. Sus heridas eran tan recientes, y siempre terminaban siendo provocadas por torturas cada vez más crueles, que casi pude haber adivinado que su carne tendría este mismo sabor.

Hermanos (EN PAUSA POR CORRECCIONES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora