XXII

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Era la primera vez que era capaz de observar ese tipo de comportamiento de parte del de cabellos azules, y aún seguía impactándolo, muy a pesar de haber pasado ya cinco meses. Su boca babeaba aún más que antes, y su pelo pegado a su rostro y cuello por el sudor hacía que su imagen se asemejase más a la de un animal sarnoso obligado a mantenerse atado, que a la de una persona angustiada. Aunque, de cualquier manera, desde cualquier ángulo, Aoba le parecía exactamente lo mismo que antes; una figura transparente e incolora, salvaje y animal. Le agradaba, pero no podía encontrar aquello de él que tanta fascinación le causaba a Virus.

El rubio nunca separó sus pupilas del menor; sus cuencas a veces vibraban, siguiendo con detenimiento el movimiento de sus músculos tensos de ira y ansiedad. Su sonrisa jamás se borró. Era la primera vez que lo veía tan embelesado en algo; parecía que habían pasado miles de eternidades desde la última vez que lo vieron, allá en Oval Tower, antes de terminar bajo el cuidado directo de Toue como sus lacayos. Al parecer, su imagen nunca se había borrado de la mente de su admirado, siempre fosforescente y acaparadora. Virus jamás había podido alejar su corazón de aquel objeto de su eterno afecto: Aoba.

El de ojos dorados seguía pataleando, buscando inútilmente alguna manera de zafarse de sus esposas. Sus tobillos y muñecas ya habían comenzado a despellejarse, y la sangre que se deslizaba hasta sus axilas, pasaba por su pecho y a veces formaba un charquito en su ombligo era, sin lugar a dudas, bastante erótica. Incluso para Virus, que era muy quisquilloso en ese aspecto. Aoba era su musa.

Pero Trip ya sabía esto; desde que ambos eran infantes, Virus siempre prestó especial atención al de orbes dorados. Él jamás sonrió, hasta que Aoba apareció por primera vez delante de sus ojos, sucio, roto, escurriendo. Jamás había visto alguna otra expresión que no fuese neutral en su rostro, hasta ese día. Sólo cuando Aoba llegó a sus vidas, parecía que el vacío de Virus en su pecho poco a poco se llenaba un poco más con su simple imagen, con el sonido de su voz entrecortada por su retraso.

Se dio cuenta de que había vuelto a divagar cuando, a través del vidrio, un crujido sordo y grave atacó sus tímpanos, seguido de la voz tranquila y casi risueña del rubio que se encontraba parado al lado suyo.

—Su hombro se volvió a dislocar.

Virus no le habló a nadie en particular. El de cabellos teñidos volteó a ver al que estaba encadenado, que yacía colgando en una posición antinatural de las cadenas ajustadas desde el techo. Ya no peleaba ni hacía ningún sonido, sólo seguía sudando y babeando. No tardaría mucho en perder la consciencia.

—Koujaku no ha venido. ¿Qué deberíamos hacer?

—Esperar. Sólo nos dijo que lo controláramos.

Era obvio que Virus estaba disfrutando eso. Y faltaba más; desde la última vez que Aoba había perdido el control, habían recibido la orden de mantenerlo a raya para que no pudiese volver a intentar suicidarse. El de cabellos azabaches solo llegaba de vez en cuando para darle una o dos palmaditas en la cabeza, y después volvía a desaparecer. Aunque ambos estaban de acuerdo con eso; después de todo, seguía siendo divertido, y seguía siendo su siempre especial Aoba.

Aunque a Trip no le causaba tanto regocijo como al más grande.

Pasaron unos minutos, otra vez repletos de silencio. La respiración de Virus se mantenía con una suavidad feliz que parecía alejarlo de la dimensión en la que el originalmente pelirrojo se encontraba, para llevarle al cielo. Aoba ya había colapsado, y lo único que se podía ver desde su lado del cristal era su cuerpo balancearse con la simple ayuda de la inercia que su peso ejercía sobre la cadena. Ya era la tercera vez que se dislocaba el hombro derecho, pero Aoba ni siquiera parecía flaquear. Apenas despertaba, lo primero que hacía era mirar a sus alrededores, caer en la cuenta de que seguía en el mismo lugar, y gritar en respuesta. Sollozaba, golpeaba, se rompía huesos y sangraba. Sus dedos anular y meñique de la mano izquierda ya habían quedado completamente inmovilizados, y su rodilla derecha se encontraba ligeramente desviada. Había pasado a ser un despojo de huesos chuecos y piel rasgada o quemada.

A los ojos de Virus, Aoba parecía ser la criatura más fascinante de todo el planeta.

A veces se preguntaba qué clase de fuerza de atracción tendría el muchacho sobre todos los demás; su hermano, Virus, tal vez Koujaku, e incluso él mismo. No entendía qué era lo que le hacía tan irresistible. Trip reconocía, a veces con timidez, que él estaba también hundido en ese hechizo que ejercía sobre todos los que le rodeaban. Esa era la única razón por la cual no se atrevería a estrangularlo o a prenderle fuego.

Más que sentir envidia, sentía a veces una pequeñísima urgencia por probar su cuerpo mancillado. Tal vez, incluso, más que las ganas que tenía de hacerle tronar. Aoba era como una muñeca; era etéreo. Era simplemente encantador.

¿Cómo no sentir ganas de romperle, con puro e infantil cariño?

Hermanos (EN PAUSA POR CORRECCIONES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora