XIX

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Su visita era completamente indeseada; su presencia hastiosa y su cabello tan pretencioso, acomodado de lado, le exasperaban. Maldito entrometido.

Había tratado de evitarle a toda costa, por varias semanas. Antes de eso, habían pasado meses. Koujaku nunca le inspiró confianza, ni siquiera respeto; era sólo un inútil negando su homosexualidad y manteniendo apariencias por lambiscón. Además, le fastidiaba que fuese entrometido. ¿Por qué mierda había tenido que venir hasta su morada, por el simple hecho de «hablar de negocios»? Para eso estaban sus oficinas, imbécil.

Aunque siendo su compañero de negocios, lo entendía. Pero eso era todo lo que eran: compañeros. No tenía razón válida para venir directamente a su puerta, y estar en la misma que él, acompañando sus canapés con té inglés.

Sus modales impecables podían compararse a los suyos, y eso le fastidiaba.

—Veo que su gusto sigue siendo refinado como siempre, Sei-san.

Ese tonito de nuevo.

—Claro que sí —admitió sin pena el muchacho—, es una casa muy hermosa como para desperdiciarla con adornos que no combinasen con su aire victoriano, ¿no le parece?

Tomó otro sorbo de té. Tenía la sospecha de que Koujaku sólo estaba buscando la más mínima oportunidad para hacerle quedar en ridículo; jamás le cruzó por la mente la posibilidad de estar exagerando. Koujaku entendió esto muy bien.

—Tiene usted razón. Su padre también guardaba un gusto muy marcado por la decoración victoriana, creo recordar.

—Así es. Siempre le entusiasmaba traer a casa algún mueble viejo más.

En su voz no hubo ni un ápice de nada; sólo pudo escuchar la voz seca de una persona entumida. Koujaku tomó un sorbo más de té, con esa aura que tanto tranquilizaba a otros, pero que a Sei sólo le fastidiaba más.

—Era un hombre con alegrías peculiares, me atrevo a decir —posó de nuevo la taza sobre el pequeño plato de porcelana—; a mi mujer también le encantó esta casa la primera vez que la vio. Si le soy sincero, incluso me preocupa que quiera que costeemos una mansión de esta magnitud. Puedo observar cosas costosas en cualquier rincón al que volteo.

—Ciertamente, es muy costoso mantener este lujo —suspiró. Su plática era aburrida, y su voz fastidiosa. Toda su presencia se podía simplificar con la palabra «estorbo»—… Koujaku-san, ha venido a discutir algo sobre nuestra coparticipación en la investigación sobre las plagas que atacaron India últimamente, ¿no es así? Me disculpará que le apresure, pero mi agenda está saturada hoy y debo salir antes de las tres.

Koujaku soltó una risa avergonzada y vivaz.

—Por supuesto, por supuesto, disculpe mis modales —Sei se controló para no voltear sus ojos—; pero antes que nada, me gustaría que recibiese este obsequio que le manda mi mujer. No tardará mucho.

Sacó, de una pequeña maleta que había asentado en el piso, cerca de sus pies, una caja de envoltura roja con adornos negros. Era pequeña, pero el mismo papel se miraba carísimo. Aunque a Sei no le causó ninguna reacción.

—No tenía que tomarse la molestia —comentó el de cabellos negros, tomando la caja en sus manos. Notó que era bastante ligera—. Dígale a su esposa que me siento muy honrado de recibir esto de su parte. Seguramente sus manos, tan delicadas como se miran, serán herramientas magistrales a la hora de la joyería.

Sus palabras llegaron vacías a los oídos del de cabello amarrado, mas este no deshizo su sonrisa; la cordialidad era la clave para cualquier acertijo.

—Ella insistió, de hecho. Kaoru a veces es demasiado atenta —rió, bajo—. Pero, por favor, abra su regalo. Me gustaría ver si es de su agrado con mis propios ojos.

Hermanos (EN PAUSA POR CORRECCIONES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora