XXIV

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La grabación había estado reproduciéndose desde hace una hora, tal vez un poco más. El sonido de la humedad y los gemidos retumbaban en medio de las cuatro paredes como si se tratase de un eco, intensificado por el silencio imponente de los pasillos de la residencia. El muchacho a veces ni sabía por qué se molestaba en ver esto.

O por qué, siquiera, se molestaba en sentir celos.

Sólo podía ver colores. Muñecos, cuadros, dibujos en las paredes, y una alfombra color rosa que se esparcía por todo el suelo. La imagen era, en general, bastante tierna, a excepción de lo que se observaba en el medio de la pantalla.

El muchacho más bello que jamás haya visto, follando duramente a su hermano gemelo.

Se sujetó la mandíbula con su mano derecha, mientras sujetaba un pequeño shot de tequila en su mano izquierda. El humo de su cigarro a punto de acabarse por completo apenas y nublaba su vista, pero jamás podía distraerlo de las líneas en esa piel que separaban músculo con músculo. Tenía un cuerpo bellísimo, e incluso cuando se contraía al asestar una estocada más fuerte que la anterior se veía igual de bello que antes.

Koujaku no sabía bien qué sentir cada que veía esa imagen. Jamás había podido dejar de pensar en Sei, ni en su hermano, y sus pensamientos se hicieron aún más fuertes cuando logró instalar esas cámaras. Cada vez que le observaba desnudo, lascivo, sonrojado y en medio de un orgasmo, sentía que él mismo se estaba viniendo. No supo cuándo fue que su desagrado se convirtió en esa obsesión.

No podía dejar de mirarlo. Su pecho se amargaba con el sabor de la envidia, y el deseo de tocar su piel le quemaba la suya. Sólo podía imaginarse lo suave que sería al tacto, el sabor de su saliva, el sabor de la cavidad que se ocultaba en medio de esas nalgas, moviéndose de atrás hacia adelante. Koujaku se estaba asfixiando en medio del sonido de sus respiraciones profundas y sus suspiros de placer.

No pudo evitar sacarse su erección y satisfacerse a sí mismo, con ayuda de una de las cremas de su mujer.

Se sintió patético. Siempre había logrado atraer a hombres y mujeres por igual, pero sabía que no lograría atraer a aquel que ocupaba sus sueños durante la noche y sus pensamientos durante el día.

Él sabía que Sei no podía sentir nada; estaba entumido.

Su mano se movió de arriba hacia abajo, siguiendo el ritmo de las embestidas del de orbes dorados. Koujaku solo podía posar sus ojos en su espalda, en sus pies que le ayudaban a impulsarse para adentrar su erección rosácea en el interior del retrasado y en su espalda delineada por sombras seductoras. Al principio, esa escena le asqueó e incluso le causó arcadas, pero pronto aprendió a disfrutarla. No había manera de no hacerlo, en realidad. Sei parecía ser un experto en el arte de la seducción y la satisfacción de la lujuria.

Al mirar la videoteca de su padre supo por qué. Desde niño, Sei había sido condenadamente apuesto. Casi pudo entender por qué despertaba tanto el deseo sexual del anterior dueño de la empresa...

Pero Koujaku le trataría con más cariño. O con mejor técnica, por lo menos.

Sei subió a Aoba en sus piernas. El menor estuvo a punto de perder el equilibrio y abrazó a su gemelo en respuesta, pero Sei le enderezó de nuevo. La lascivia en su voz hizo a Koujaku aspirar con un placer ansioso.

—Muévete tú, Aoba.

La voz de Sei, aunque interrumpida por la calidad del video en vivo, seguía sonando tan hermosa como siempre. Aoba tenía una imagen patética, pero Sei compensaba todo eso y más. Era precioso.

Movió sus caderas, aún estando debajo, comprobando que su hermano gemelo seguía siendo inútil para hacerlo. Pero eso fue mucho más placentero para el de ojos carmesí.

Le encantaba y le frustraba ver a Sei y sentirse sobrecogido; era embelesador. Pero lo que más le frustraba era saber que otra persona estaba disfrutando lo que él debería estar disfrutando.

Aparte, claro, del hecho de que Sei aún debía ser castigado por haberle mentido.

Hermanos (EN PAUSA POR CORRECCIONES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora