XXIII

46 4 3
                                    

Koujaku comenzó a sospechar cuando los focos se hicieron más potentes, gracias a la gradual pérdida de luz solar en el pasillo. Cada vez doblaban más y más veces; algunos corredores eran más largos, o más angostos, o de distintos colores. Fuere como fuere, ya había contado veinte, y parecían no tener fin.

Sabía que la mansión era enorme, pero jamás pensó que sería así de enorme; nunca logró conseguir algún plano de la residencia, por más que buscase. Era como si sólo hubiese aparecido ahí por arte de magia, sin previa venta, sin previo diseño, sin ningún antecedente de construcción. Simplemente existía.

No pensó que pudiese llegar a acceder a seguir al de cabello negro. Desde el principio supo que era solo una trampa; sabía que el muchacho, el refinadísimo Sei, era un bastardo hecho de mierda. Supo también que había sido un imbécil de haberse confiado demasiado en sus habilidades para el combate; podría ser un experto cuerpo a cuerpo, pero no sería ningún reto para sus robots. Maldita sea.

Como sea, ya no había vuelta atrás. Literalmente, ya no había forma de volver. Él notó que la casa tenía un curioso funcionamiento: cada que pasaban por una puerta, algo se movía detrás de ella al ser cerrada. Sonaba como si un vapor a presión estuviese ejerciéndose bajo el piso, y así este se moviera. Así que aunque tratara de escapar, seguro simplemente se perdería y terminaría por ser capturado. Sin contar las cámaras instaladas en cada esquina, y las contraseñas que el más bajo ponía en un artefacto pegado a la pared de vez en cuando...

Si Sei trataba de asesinarlo, estaría jodido.

Ya se había asegurado de dejar rastros, por supuesto; no estaba solo en la misión de quitar a Sei del mercado. Sus colaboradores tenían la instrucción de reportar su desaparición en caso de algún incidente, y tomar acciones legales en contra del de cabello negro de inmediato si no regresaba antes del horario acordado. Sei estaba acorralado.

Y sin embargo, el ambiente se hacía cada vez más tenso...

Bajaron escaleras, pasaron por más puertas, y se escuchó más vapor. Koujaku no sabía bien qué esperar; no tendría caso hundir a Sei si él no podía disfrutarlo. El objetivo principal era sacarlo del mercado para acaparar sus ventas y ganarse a sus compradores; tenían lista la inversión en la mano de obra y planes innovadores, pero no podían hacer nada con él en el camino. Además, él merecía pagar por sus actos. Tratar de esa forma a su hermano menor, para colmo su gemelo, y no mostrar señales de arrepentimiento a pesar incluso de haberle roto la muñeca sólo mostraba lo podrido que estaba por dentro. Si acaso Koujaku hubiese nacido con un hermano, él le habría protegido hasta el final...

Sei no se merecía ser llamado «humano». Sei merecía morir, tanto por haber violado y vejado por tantos años a su propio hermano, como por haber dejado a su padre hacer tantas torturas «experimentales» a niños como los que tenía en caso de testimonios faltantes. Ya no podía ocultar más que él y toda su familia estaba manchada de crímenes sanguinarios; tenía pruebas suficientes para, por lo menos, condenarlo a la pena de muerte.

Por fin, después de más caminatas, llegaron a una puerta que parecía mucho más confidencial que las otras: era de metal, y la contraseña que el menor había puesto en el artefacto metálico para permitirles la entrada era la más larga de todas. Supo que esta era la puerta definitiva.

1, 4, 7, 8, 9, D, F, 6, 3...

Sus dedos se movían demasiado rápido, seguro porque adivinaron que estaban siendo observados. Terminando de tipear la combinación de números y letras en el pequeño teclado, la puerta sonó aguda mientras se abría de par en par; toda la casa mantenía esa aura victoriana que tanto había encantado a su esposa, pero esta era, en cambio, blanquísima y sin mancha alguna. Casi parecía que habían llegado de nuevo a Oval Tower.

Hermanos (EN PAUSA POR CORRECCIONES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora