Capítulo 4

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Cuando llegué a mi casa, mi papá corrió desesperado a mi encuentro.

- ¡Milena! – gritó yendo hacia mí y abrazándome.

- Estoy bien, papá – hace cuatro horas, probablemente lo hubiera rechazado y hasta le hubiera quitado las manos de encima, pero dejé que siguiera abrazándome.

- Conociéndote, creí que habías huido o tomado un avión hasta Viña del Mar – probablemente – o que te habías quitado la vida.

No soy mucho de hacerles cariños a mis familiares o a mi papá, que es la única persona que tengo a mi lado. Pero esta vez lo abracé por más de cinco segundos.

- Gracias – le dije a mi papá, susurrándole en el oído.

- ¿Por qué? – me miró extrañado.

- Por todo – él sonrió.

No me costaba nada decirle eso de vez en cuando, para que fuese feliz. No me costaría decírselo a diario, de hecho, pero no me nace. Prefiero decirlo y de verdad sentirlo, a que decirlo porque sí.

- Mañana iremos a casa de Fernanda, para que sepas desde ahora.

- Está bien, ¿qué quieres que haga?

- ¿Por qué me preguntas?...

- No sé. ¿No quieres que haga algo?

- No...

- Entonces saldré a ver el barrio.

- Pero si acabas de llegar – mi papá se calló. No quería arruinar esta linda escena. Ni él ni yo.

Además, él sabía que si yo quería salir, saldría de todos modos.

- No regreses tarde – se limitó a decirme.

Antes de salir, fui a mi habitación por mi guitarra. Quería tocar algo sentada en la acera.

Salí de mi casa, y recorrí algo el barrio. Como lo sospechaba, era bastante grande y amplio, con un pequeño parque con una pileta en medio.

Ahí me senté y tomé mi guitarra para empezar a tocar algo.

Empezaba con una tonada que había escuchado el día anterior en el avión. Hacía una mezcla que producía un escalofrío en mi cuerpo al escucharlo.

No sé por qué, pero sospechaba que pasaría una gran parte de mis vacaciones en ese preciso lugar.

Busqué el cejillo en mi bolsillo y al hacerlo toqué de pronto un papel...

<<Llámame 93369499 J>>

¿Qué pasaría si lo llamaba? ¿No sería muy pronto? ¿Tendría que hacerlo ahora?

Si dejaba pasar mucho tiempo, luego él se olvidaría de mí, lo más seguro.

O quizás ya lo había y yo fui simplemente ya un recuerdo en su memoria al viajar. Uno de esos amores de buses que ya no los vuelves a ver más. Además, probablemente él ahora estaría en cualquier otra ciudad de Chile, menos aquí.

Me guardé el papel en el bolsillo y seguí tocando un buen rato más, hasta que de pronto levanté mi cabeza y vi un skate a mi lado.

Con él, un chico.

Levanto mi cabeza.

Con el chico, unos cuantos chicos.

- Hola – me sonrió uno de ellos. Eran tres en total – me llamo Alonso.

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