Capítulo 20

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Esa noche.

Esa maldita noche.

Esa pavorosa y escalofriante noche.

Eran cerca de las doce de la noche. Era trece de febrero y hacía un frío increíble al considerar que era pleno verano.

Estaba buscando a Austin por toda la casa hace ya rato, y el único lugar que me faltaba era la piscina.

-¡Por Dios Austin! ¿Te estás drogando? – Exclamé al momento de verlo ahí, con los ojos rojos cerca de la piscina y una planta que detesto a su lado.

Otra vez.

Este último mes había tenido muchas peleas con Austin por lo mismo. Mil veces, luego de cada beso, me prometía que iba a dejar de drogarse, dejar de fumar.

-Ay, Milena – dijo con desdén – déjame, ¿sí? Agradece que sólo es marihuana.

-¿Qué sólo es marihuana? ¿Estás hablando en serio?

-Milena, no quiero discutir otra vez, por favor…

-Austin, la droga está destruyéndote.

-Milena, estoy bien, sólo lo hago para relajarme – dijo acercándose a mí.

-Entonces relájate conmigo – supliqué.

-Linda – sonrió – te amo, lo sabes.

-¿Por qué me prometes que lo dejarás si no es cierto?

-Realmente lo intento, Mile, te juro que lo hago.

-¿Por qué no intentas rehabilitarte?

-¿Estás hablando en serio?

-Pues… sí.

-Yo sí puedo controlarme – dijo subiendo un poco el tono y alejándose de mí.

-Está claro que no puedes.

-He fumado sólo un par de veces este mes, Mile – me miraba con sus ojos rojos, desorbitados, perdidos.

-          Estamos recién a mitad del mes.

-          Bueno, ya sabes.

-          ¿No quieres intentarlo ni por mí?

-          Milena, ¿nunca has fumado ni probado la droga?

-          Jamás en mi vida.

-          ¿Y el alcohol?

-          No.

-          ¿Segura?

-          Simplemente no me interesa. Y quiero que lo dejes por tu bien.

-          Amor, relájate. De algo tendré que morir.

-          Bueno, tendrás que morir solo.

Y me fui continuamente hacia la escalera para salir de ese lugar, pero él corrió detrás de mí y tomó mi brazo.

-¿A qué te refieres? – me dice, con angustia.

-Que no quiero seguir con un drogadicto.

-¡Sé clara por el amor de Dios, Milena! No sé leer entre líneas.

-¡Fui lo bastante clara! ¿No te parece? No quiero seguir con un drogadicto, ya no.

- Milena, te amo, no quiero que esto nos separe – seguía diciendo, sosteniendo más fuerte mi brazo.

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