Epílogo

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TRES AÑOS DESPUÉS

Era febrero, y en la Isla de Pascua había un clima subtropical. El aire que corría a través de mi cuerpo era tibio y me gustaba. Me gustaba la manera en la que me envolvía, que calzaba justo con la forma en que Austin me envolvía en sus brazos.

Miré hacia mi alrededor; palmeras, más allá arena blanca y la playa Anakena, miles de arbustos con hibiscos de todos los colores, pero mayormente rosados.

Personas bien arregladas, con vestidos florares y sueltos. Miro al frente, una alfombra roja y un cura al final. Mi padre al final.

Se escuchan campanas de boda, aún no lo puedo creer.

Escucho mi corazón latiendo a mil por hora. Cierro mis ojos, esperé mucho tiempo este día. Esperé mucho tiempo sentirme así.

Miro a Austin, que se encuentra a mi lado. Está vestido formalmente, como debería ser para estas ocasiones. Es primera vez que lo veo de esta forma, pero aún así puedo reconocer al antiguo Austin escondido debajo de toda esa ropa, al viejo Austin del cual me enamoré hace tres años atrás.

Veo que se acomoda la corbata, parece estar inquieto, ¿y cómo no estarlo? Yo igual lo estoy.

-Estoy muy nerviosa – digo.

-Aún no puedo creer que se casen nuestros padres – me responde Austin.

Él recoge una flor de un arbusto y me la pone al final de mi trenza espiga.

-Te ves hermosa – me dijo él.

Pasaron las damas de honor, entre ellas, yo. Echamos pétalos por todo el lugar y nos ubicamos a los costados de la ceremonia.

Vi la sonrisa de mi padre, unas preciosas margaritas, las cuales yo también heredé. Miré hacia el público, hacia los invitados. En la primera fila estaba Austin, sonriéndome y prometiéndome en su mirada que a partir de ese día ya todo sería diferente.

Ahora yo tenía diecinueve, Austin veintitrés. Él estaba estudiando contabilidad y yo estaba entrando a la carrera de sicología y doy charlas contando mi experiencia. Son increíbles las vueltas de la vida, pero simplemente es así.

Luego volví mi mirada y atención hacia la ceremonia; el padre dijo unas palabras, ambos dijeron sus votos, se pusieron los anillos y, acto seguido, se besaron.

Se lo merecían. Se amaban demasiado, y lo mejor, es que también entendían que Austin y yo nos amábamos, que no éramos hermanos, que no compartíamos la misma sangre. Papá vio a través de este tiempo el profundo cambio de Austin.

Tengo diecinueve, lo sé, soy muy joven aún, pero aún así cierro mis ojos y me veo en este mismo lugar, pero yo caminando hacia el frente, hacia Austin...

Tengo diecinueve, pero nunca creí pasar de los quince años. Sinceramente, siempre aspiré a una vida mediocre, de hecho siempre fue mi sueño matarme. Y es increíble como ahora el carmesí me repugna, como mi piel no ha tenido contacto con un cuchillo desde hacia 3 años. Después de todo, las mil terapias a la que asistí sirvieron.

Es increíble como ahora sonrío, como tengo vida, como soy feliz.

Nunca creí poder sentirme así, nunca creí poder ser tan feliz...

                                                          FIN 

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