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No había manera de describir como se sintió Vlad. Él simplemente bajó el rostro, cerrando sus ojos y agitando su cabeza muy fuerte.

Joseph no supo que le dió esa impresión, pero sintió que Vlad tenía ganas de llorar.

—Igor, por favor— Pidió en una voz suave, quebradiza— Esto ya me puede ¿Qué te pasa? Nunca me has tratado así.

El silencio al otro lado de la línea no lo tranquilizó en lo absoluto. Vlad tomó una respiración profunda, despejándose la mente y atacó.

—Bien, si vas a estar así y ni siquiera te vas a dignar de decirme que está mal, entonces mejor no me hables. Dedícate a tus asuntos.

—Querido, yo-...— Lo que sea que fuera a decir, a Vlad no le interesaba, por lo que le colgó.

Masajeó el puente de su nariz con los nudillos, en un vago intento de relajarse. Eran pocas, por no decir nulas, las veces en las que peleaba con Igor. Pero Danilo tenía razón, no podía dejar que el percusionista lo moldeara como si fuera arcilla para después romperlo por puro capricho.

Joseph esperó un par de segundos, para darle cierta "privacidad" a Vlad. Por supuesto, no era necesaria, pero vamos, que si no hacía algo así, no era Joseph.

—¿Nos vamos?— Preguntó una vez que estuvo cerca. Vlad lo vió al rostro, sonriendo.

—Seguro— Tomó su celular del techo del auto— Estoy bien, Joseph. Es solo Igor siendo Igor.

—... ¿Cómo supiste?

—¿Que estás preocupado? Tus ojos me lo dijeron.

Ah, esa elección de palabras sonaba un poco... rara. Joseph pareció terriblemente avergonzado al ser descubierto por algo así.

—Q-quiero decir— Trató de volver a hablar Vlad, pero se rindió apenas abrió la boca— Bah, olvídalo. Vamos. No quiero que me vean ni por casualidad.

—Bueno, en eso tienes un... ¿Qué haces?— La pregunta salió inconsciente. Se le hizo extraño ver qué se acomodaba en la parte del piso en vez de en el asiento.

—No conviene que me vean ¿Cierto?— Contestó encogiéndose de hombros — No se preocupe, entiendo mi lugar.

La garganta de Joseph se apretó como si una pitón tratara de estrangularlo. El calor abandonó su cuerpo y, por un segundo, el tiempo se detuvo. El saber que Vlad, de cierta manera, tenía razón, le hizo recordar a Igor.

**No soy diferente a él**  El pensamiento llegó con amargura. Desesperadamente, comenzó a pensar en todas las cosas en las que eran diferentes. Él no engañaba a nadie, no era un mentiroso de cuidado y, por sobre todas las cosas, no buscaba lastimar a Vlad **No somos iguales. No quiero herirlo ni molestarlo. Si tan solo él... me viera como...**  Detuvo sus pensamientos. Era inútil pensar en algo así ahora, no servía de nada.

Después de un rato ya en la calle, Vlad salió de su escondite. Como habían hecho antes, hablaron trivialidades. Que si compositores favoritos. Mejores filarmónicas, exitosas giras realizadas por ambos.

Si, no había mucho tema fuera de la música, pero por algo se empieza.

Ya tenían casi media hora de camino. Vlad no era particularmente curioso, pero demonios ¿Acaso estaba siendo secuestrado?

—¿Dónde demonios vives?— Preguntó luego de un rato.

—En las estrellas... No me mires así, solo fue un chiste— No pudo evitar reír— Vivo en Kisha.

Kisha era una urbanización que quedaba, por decirlo poco, casi a las afueras de la ciudad. No solo eso, quedaba en una montaña, en una jodida montaña.

—Joder ¿A qué hora te levantas para ir al complejo?

Vlad notó como el rostro de Joseph se deformaba en una mueca de disgusto terrible ¿Había dicho algo mal?

—Bastante temprano, sí. No hables con esas palabras, cuida tu lenguaje.

El Chelista se sintió algo cohibido por la reprimenda. Sin saber muy bien que decir, desvió el rostro con vergüenza y se disculpó en un tono suave, cómo acariciando a un cachorro asustado.

—No te lo tomes personal, Vlad— Trató de tranquilizar el director— No quise molestarte. Me siento muy incómodo cuando alguien dice malas palabras delante de mí. Tengo el alma de una anciana.

Esta vez Vlad no pudo evitar reírse.

—¿Anciana? ¿Por qué no Anciano?

—Ah, no sé. Fue lo primero que se me ocurrió.

El resto del camino (que no era precisamente corto) lo pasaron haciéndose ligeras burlas. Joseph había deshecho sus trenzas y sacó las pequeñas hebras brillosas que tenía en la cascada rubia. Si Vlad quiso preguntar algo al respecto, decidió mejor guardárselo.

Estacionaron frente a una sencilla casa de dos pisos. Al detenerse, Joseph le dió un juego de llaves a Vlad.

—Ve entrando, voy a guardar el auto. Hay bebidas y algo de fruta... creo, en la cocina. Ponte  cómodo.

Cómo le indicaron, Vlad salió del auto y se puso a probar suerte con las llaves. Notando que tenía al rededor de 8 llaveros solo para 3 llaves. Decidió no volver a sorprenderse con nada que tuviera que ver con Joseph y entró a la casa.

Se sorprendió aún más 3 segundos después.

La Disonancia de los SentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora