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Quien dijera que Joseph Astertuas no era el antónimo de lo ordinario, o mentía de manera descarada, o en realidad no sabía quién era. 

Medía 1.85cm, tenía el cabello rubio y liso, largo hasta llegar casi a las caderas. Sus ojos afilados eran de color gris. Tenía la piel bastante blanca y el cuerpo bien tonificado. Sus manos eran grandes y tenía los dedos largos, ideales para el piano.

Y aunque su físico fuese algo corriente, su título sin duda lo sacaba a relucir aún más. Conocido como uno de los mejores directores a nivel internacional, habiendo dirigido orquestas como la filarmónica de Viena y siendo director titular de la orquesta más grande del país. Definitivamente no podía ser catalogado como alguien "ordinario".

Así que... ¿Por qué tenía que tener problemas ordinarios?

Vale, no eran del todo comunes. Es decir, no a todos les sucedía que tenían un deslumbramiento casi absurdo solo por ver a un chico sonreír a otra persona (a otra persona, ni siquiera a él) y sentir ligero nerviosismo al verlo caminar un par de veces por los pasillos de la sede, casi siempre solo.

Pero Dios, el chico era caliente.

No era bajo, debía medir entre 1.73 o 1.75cm. Su cabello era castaño oscuro y era rizado, casi rozándole los hombros, sus ojos eran almendrados, de color verde oscuro y con pestañas largas. Las facciones en su rostro eran afiladas, sobre todo lo marcada que era su mandíbula, pero sin perder sus rasgos varoniles. Su piel se veía ligeramente bronceada. Pero lo que más volvía loco a Joseph, era la manera en la que su nuez de Adán resaltaba en su cuello.

Casi pidiendo ser mordida.

Dios ¿Por qué? No, en serio ¿Qué demonios le pasaba por la cabeza? A ver. Él jamás fue de dejarse llevar por sus primitivos impulsos. Tuvo ligues, sí, ligues comunes que lograba terminar con relativa facilidad sin que se hicieran conocidos para que la prensa amarillista no se lo comiera vivo, pero jamás al grado de ese chelista que ni siquiera conocía y es que ¿Qué profesional detendría un ensayo de la nada para darse 5 minutos y poder refrescarse la mente? Para nada razonable.

Se encontraba hablando con Nicholas, el coordinador encargado de la disponibilidad de la sala "Labroff" sala principal de conciertos de la sede. Tenían un concierto en 2 semanas y quería poder ensayar ahí desde un inicio para tener que evitar pruebas de acústica, pero la sala estaba reservada esa primera semana para que la orquesta regional del sur ensayara. Por lo que estaba negociando el nuevo horario.

—Por última vez, Joseph, es demasiado difícil cambiar los horarios así, por lo que la respuesta sigue siendo no— Habló ya exasperado. Se arrancaría los cabellos de frustración ante la terquedad del rubio si no fuera porque ya no quedaba nada que arrancar.

—Nicholas, por favor. La regional ni siquiera tiene concierto en esta sala. Quiero que podamos pulir todos los detalles desde un comienzo y no perder el tiempo con pruebas de acústica— Volvió a hablar, sin perder el enfoque de su objetivo a pesar de la negativa. Debía conseguir esa sala desde el principio sí o sí.

—... Si te digo que sí ¿Me dejarás seguir trabajando?— Preguntó resignado.

Por su imagen, la gente tendía a olvidar lo terco que podía llegar a ser Joseph para algunas cosas, pero él amablemente estaba ahí para recordárselo a las veces que fueran necesarias. Y las que no, también.

—Por supuesto— Sonrió el rubio, totalmente feliz de haber logrado su cometido.

—Por supuesto, sonríe todo lo que quieras. Claro, como no eres al que le caerán encima pidiendo tu cabeza estás muy tranquilo.

Iba a contestar algo sarcástico, pero sus palabras quedaron ahogadas en su garganta al ver una cabellera rizada pasar muy cerca de ellos y detenerse frente al calvo con esa sonrisa deslumbrante.

La Disonancia de los SentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora