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La sala conservaba aires de antaño. Los sofás eran de color marrón, con estética antigua. Los muebles de madera oscura. Habían decoraciones de porcelana enormes, algunos floreros y una lámpara de piso que parecía sacada de los años 60. Parecía la casa de una abuela típica de la televisión.

El término "alma de una anciana" tuvo más sentido en su mente.

—¿Todo bien?— Escuchó a sus espaldas.

Giró el rostro para encontrarse con los ojos grises de Joseph. Y de la nada, sintió que esta casa era perfectamente un reflejo del director. Por fuera frío, estoico. Por dentro cálido, hogareño.

Sonrió divertido.

—Sí. Estoy sorprendido, es todo.

—¿Por qué?

Sintió que explicarle estaba de más, la verdad, simplemente agitó la mano restándole importancia. Joseph la tomó con sus dos manos y se la llevó a sus labios, regalando un suave beso en los nudillos.

Con cuidado, lo jaló hasta el sillón más grande. Joseph se sentó, acomodando a Vlad en su regazo. Repartió caricias ligeras por encima del traje, simplemente mimándolo un poco.

—Te ves precioso.

—Ah... Gracias— No pudo evitar sonrojarse ante el espontáneo elogio— Usted también luce muy atractivo. Me gustó mucho su peinado.

—¿Sí? Estuve como tres horas pensando en que hacerme. Creo que quedó decente.

—Te veías hermoso.

—¿Entonces no soy hermoso otras veces?

—Eres guapo, atractivo. Hoy te veías absolutamente hermoso.

La sinceridad de ese comentario descolocó a Joseph. Su pálido rostro rápidamente se convirtió en una manzana brillante. Abrazó su cintura y enterró el rostro en su cuello, inhalando con fuerza.

—¿Por qué no te gusta tu nombre?

¿En serio, Joseph? ¡¿En serio?! ¿Qué clase de momento es este para preguntar eso?

Sintió el cuerpo de Vlad ponerse rígido y como su respiración se detuvo. Se separó un poco de él y lo vió a los ojos.

—Lo siento, no tienes que decirme.

—No, no es eso. Me tomó por sorpresa— Hizo un gesto de querer levantarse, pero las manos del director presionaron su cintura, en una petición silenciosa de que se quedara ahí— Es, uhm, es una tontería.

—No lo es, no si te afecta tanto— Demandó Joseph, recostándose contra el respaldar del sillón— Hablo en serio cuando digo que no tienes que decirme si no quieres.

—No, está bien, yo solo...— Tomó una respiración profunda— Vengo de una familia bastante... Disfuncional.

Las caricias en su espalda se detuvieron.

—Éramos mis padres, mi hermano y yo. Los gritos pasaban a golpes en cuestión de segundos, de quién sea a quien sea. Nuestros padres nos ponían en contra a mí y a mi hermano. Les causaba cierto... placer vernos pelear hasta que la sangre se pudiese oler en el ambiente.

»En las peleas verbales nunca pude hacerles frente. Él usaba mucho mi nombre, diciendo que si llevaba el nombre de un genocida no podía hacer más que causar desgracias. Je, tenía como ocho años, a esa edad era muy influenciable.

Joseph había vuelto a iniciar las caricias, haciendo sentir más relajado a Vlad.

—En alguna de las peleas con mi papá, me confesó que mi nombre lo habían elegido con la intención de tener algo con lo cual poder torturarme. Una excusa, por así decirlo.

La Disonancia de los SentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora