Capitulo 2

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Matías desde pequeño tuvo que aprender que la vida era extraña, que siempre luego de darte una caricia te daba una bofetada. Desde niño ya tenía esa personalidad tan extrovertida pero cautelosa, como si quisiera ser tu amigo pero juzgarte al mismo tiempo.

"Ser precavido pero lanzado" le decía su madre a su personalidad.

Y es que todos querían ser amigos del dulce Matías, era alto y de gran contextura para ser sólo un niño, con sus bucles del mismo color que la noche más oscura y sus grandes ojos voraces de tono pardo que sólo eran la ventana más obvia que dejaba en evidencia lo insaciable de experiencias que estaba su joven cerebro.

Él quería explorar y ser libre, encontrar un significado a todo lo que su ingenuo ser no entendía, de tintes curiosos que sólo hacían que su madre lo adorara aún más. Porque ella era igual, infantil y valiente, dejaba todo con tal de satisfacer su sentido de aventura que desde niña la acompañaba.

Lástima que su padre no pensaba lo mismo.

Nunca logró entender porqué era entusiasta y adorable mujer se había casado con un hombre tan apático y callado como lo era Ermer.

Casi parecía a propósito el parecido físico del niño con aquella hermosa mujer de gran altura y mirada estrecha, una copia tan perfectamente hecha que incluso podría parecer inverosímil que sean tan iguales.

No tenía el cabello rojo de su padre ni su celestina mirada, mucho menos esa actitud escuálida y esa voz monótona que casi lo caracterizaba, a él y a su asquerosa personalidad.

No es como si odiara a su padre, de hecho lo quería a su manera a pesar de que no hablaran en absoluto. Aunque hay que recordar que en realidad era sólo un pequeño niño que siempre intentaría llamar la atención de su padre como si no hubiera nada más importante que eso.

Y es que para él no lo había, en su pequeño mundo sus padres eran lo principal.

--¡Papá!

La mirada de su padre era tan vacía y apagada que a veces dudaba en si estaba vivo o no, en si no era un robot que suplantaba a su verdadero progenitor. Apenas hablaba y cuando lo hacía una especie de vaho con un olor viejo salía de su boca como cuando una persona recién se despierta.

Su padre vivía dormido y su madre tenía insomnio.

--¿Qué?

Su voz era tan rasposa como una especie de esponja siendo tallada contra las cuerdas bocales, daba miedo y apenas se le entendía, además de lo brusco que era para elegir las palabras adecuadas también era algo bastante criticable.

--Mira lo que encontré...--Levantó su pequeña manito hacia el hombre relativamente bajo, mostrándole el dorso de esta donde una mariquita estaba posada, tranquila sin moverse.

Al pequeño le gustaban los bichos.

--Aléjalo de mi.

A su padre le daban asco.

Y es que no tendría que haber tanto problema, si, le hacía mal que su padre no le prestara su debida atención como a cualquier niño le haría pero eso no era algo que lo perjudicara demasiado en su adolescencia. Su madre lo amaba, tenía amigos y le iba bien en el colegio ¿Para que lo necesitaría?

La relación de sus padres a veces funcionaba y a veces no, alguna que otra vez se podía apreciar ese amor que los mantenía juntos desde hace toda una vida, con su madre contándole algunas cosas a su marido y este sonriendo con esa cara tan vacua que por unos momentos de verdad mostraba una hermosa expresión. Se contrastaban de manera extraña pero bella, él era una llovizna lenta, corta, sin sabor, sin ninguna gracia, y ella era una tormenta eléctrica, potente e imparable, un caos bellísimo.

ImbécilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora