Capitulo 11

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Matías tenía la mala costumbre de llorar en las tormentas eléctricas. Su madre cada vez que veía el cielo relampaguear sabía que su niño vendría corriendo en medio de la noche, aterrado a meterse entre las sábanas para dormir con ellos.

Era pequeño pero no lo suficiente como para no comprender la complejidad de sus acciones, así que cuando empujó a su padre por no dejarlo acostarse con ellos en una noche lluviosa supo que había cometido un error.

Nunca había visto a su madre enojada, nunca lo retaba y si lo hacía era muy tranquila para hacerlo, sabe como regañar sin hacerlo sentir mal por sus acciones, era una buena madre. Pero esa vez, Dios, pareciera como si hubiera prendido fuego la casa.

Su padre los miraba inseguro desde dentro de la alcoba, sin saber qué decir ni cuando sería suficiente regaño, dejándolo todo en manos de la mujer que grita delante de un niño lloroso.

Ella estaba furiosa ¿Cómo se atrevía a empujar a su padre? ¿Cómo tuvo el tupé de levantarle la mano? 

Esa noche Matías lloró hasta que salió el sol en su cama, ya sin siquiera importarle las luces del cielo que tanto le aterran, estaba ocupado en estar desconsolado, pensando que su madre nunca más lo querría. Todo por culpa del inoperante de su padre.

Mamá lo odiaba y era todo la culpa de papá.

Mamá lo odiaba y era todo la culpa de papá

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Lo sabía, ese chico lo sabía.

Lo vio en su mirada, y lo confirmó cuando salió corriendo a vomitar. Lo sabe, sabe todo.

Mató a su padre y lo dejó pudriéndose en casa.

Lo buscan.

Y una parte de él, la más racional, le pide que huya, que tome el auto mientras están distraídos y se vaya, que si no puede quitarle las llaves a el moreno entonces corra hasta perderse en medio de la nada, porque estaban casi en un lugar donde no hay nada, no se veían muchas cosas cerca. 

¿Dónde se supone que están yendo?

Pero se mantuvo allí, sentado, quieto, casi sin pensar. No quería racionalizar mucho la situación porque sino terminaría saltando debajo de uno de los pocos vehículos que cada tanto pasan. No sabe porqué no se movió en ningún momento, porqué esperó casi con impaciencia que el chico hiciera algo.

Quizás eso es lo que tanto espera. La policía, una parte de él quería ser castigado por lo que hizo. O tal vez sólo es un asesino en pánico.

No quiso levantar la mirada, esperaba ver de nuevo en dirección a Bruno y que este se haya ido, buscarlo y que aparezca hablando con un oficial o por teléfono para que venga uno.

Pero contra todo pronóstico el chico volvió, despacio y luego de tomar una pastilla cortesía del otro chico moreno. Se sentaron y comieron.

En silencio, sin saber qué decir. 

Un asesino, alguien que sabe que es un asesino y un chico que apenas comió.

 El castaño parecía estar en su propio mundo, muriendo entre sus pensamientos al son de la música que el televisor emite. Habían cambiado de canal, un asesinato no es tema que abra el apetito.

El chico delante suyo, con los rubios cabellos cortos y un traje mal arreglado, miraba la mesa. No puede decir en que piensa porque no tiene siquiera una idea, no deja ver nada de entre sus pensamientos en su mirada ni en su comportamiento. No parecía aterrado ni furioso, no se veía como alguien que quiera correr hacia el teléfono para llamar a la policía. 

No se ve como alguien que se acaba de enterar que está comiendo junto a un homicida.

¿Y él? Él no tiene idea de como se ve, pero está seguro de que bien no porque las gotas de sudor le recorren el rostro y la saliva cada vez escasea más en su boca, la sentía seca y debía pasar su lengua por sus labios de lo partidos que se encuentran. Le tiemblan las manos y un poco el cerebro, no sabe que pensar.

No tiene idea de que se supone que debe estar haciendo ¿Corriendo? ¿Negándole lo obvio? ¿Tomando la situación de manera más violenta?

Bruno salió del lugar sin decir nada al terminar de comer, y antes de siquiera asustarse el rubio se fue a subir al auto, le había pedido las llaves a Ciro.

--Voy a ver que no se escape con el auto.

No sabe que decir, se subió al asiento del copiloto sin pensarlo, Bruno no parece haberle prestado mucha atención tampoco.  Se quedaron en silencio un momento sólo porque ninguno tiene idea de qué decir. 

¿Qué excusa darías?

--¿A dónde vamos?

--No lo sé.

Contestó rápido, no parece haber siquiera pensado la respuesta.

No parece prestar atención a la situación tampoco.

--¿Vas a conducir tú?

No sabe porqué está hablando, no sabe qué decir.

No le gusta este silencio en el que le echan la culpa sin decirle nada.

El chico volteó hacia él despacio, abriendo un poco la boca para tomar aire. Parece pensar las palabras, analizar bien lo que quiere decir. Se mantuvieron al menos dos minutos así, con el rubio mirándolo fijo mientras respira y Matías devolviendo la mirada sin hacer nada más.

--¿Lo hiciste?

Casi susurrado, como si fuera un secreto mal contado. Teme la respuesta que va a recibir y no lo culpa, él tampoco desearía escuchar la verdad.

--Si.

--¿Por qué?

--Porque soy un imbécil.

No estaba tan alejado de la realidad.

Otra vez no dijeron nada, pero no apartaron la mirada.

Vio algo en esos ojos, no sabe qué, algo que no estaba buscando y que no esperaba encontrar. Un sentimiento raro, una especie de miedo incomprensible. No era temor que uno tendría al estar en el mismo auto que un asesino, era un miedo que no supo interpretar.

¿Pena? 

Apartó sus ojos y miró de nuevo hacia el volante, literalmente miraba el volante.

Pensaba, y entre ese pensar veía sus ojos hostigados, como si se dañara con esa idea.

--¿Quién soy yo para juzgar?--Había susurrado.

Matías prefirió no interpretar eso.

Una vez Ciro entró en el auto nadie dijo nada.

Ni sobre que Matías estaba sudando como un cerdo.

Ni de que Bruno tenía lágrimas en los ojos.

Ni de que se habían ido sin pagar.

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⏰ Última actualización: Aug 23, 2022 ⏰

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