Ciro de pequeño era todo un amor, sus padres lo habían criado muy bien y tenía una hermosa personalidad dulce y extrovertida, con una hermosa y gran sonrisa que siempre abarcaba su pequeña carita.
Era la familia perfecta. Su padre era un hombre atento y cariñoso, al igual que su simpatiquísima madre y su honorable tío.
Su vida era como un cuento de hadas, tenía muchos amigos ya que su personalidad amistosa resaltaba entre todos, no tenía problemas en desenvolverse con otros ya que siempre había sido tan dulce que era imposible que le caiga mal a los demás.
Su madre siempre dijo que era como un arcoíris.
Y es que en cada celebración laboral o cada reunión social a la que debían asistir su pequeño de castaños cabellos destacaba siempre, lo veían correr y liderar a todos los demás como un pequeño mandamás. Era normal verlo correr por la casa, persiguiendo a los perros de la familia o quizás jugando con los vecinos, viviendo su dulce infancia de la mejor manera que podía.
Su padre siempre lo adoró, decía que tenía los ojos de un oso pardo y el corazón de un conejo.
Ojos avellana, parecían comunes pero no había quien no le dijera algo respecto a esos bellos ojitos tan tiernos y aniñados que tenía un ser tan dulce y risueño como lo era Ciro, los ojos de su madre. Su cabello siempre era una maraña que de alguna manera simulaba estar peinada, rebelde e inquieta, demasiado para tratarse de un cabello lacio pero eso sólo le sumaba puntos a su ternura.
Eran de la alta acuña y siempre lo serían, sus progenitores eran dueños de una franquicia de cigarros, la cual era por decirlo de alguna manera su gallina de los huevos dorados. Eran frescos y económicos, les daba una muy buena ganancia.
El problema era que a mucha ganancia muchas responsabilidades, su madre y su padre tenían una vida laboral muy movida, gran parte de su día era abarcado por deberes profesionales así que en realidad no tenían demasiado tiempo para su pequeño Ciro. Aunque hacían lo que podían ya que al fin y al cabo darían lo que sea y abrían todo el tiempo que tenían para poder pasarlo con él.
Aunque no es como si lo dejaran solo, apenas tenía diez años y no podía cuidarse por si mismo así que necesitaban a alguien que pudiera cuidar a su pequeño tesoro.
Ahí entraba el hermano de su madre.
Su tío, Mario. Un hombre robusto y de buen porte, con una barba desprolija y con unos anteojos de grueso marco que debe pero aún así nunca usa, de piel morena y cabellos castaños justo como su madre y como él. Era alto y grande pero con una actitud recta y profunda al igual que su voz.
Su grave y fuerte voz. A Ciro le daba miedo.
A su padre nunca le cayó muy bien su tío por alguna razón, no es como si pelearan o algo así pero a veces y de vez en cuando se notaba la tensión entre ambos al hablar, al verse, al conectar miradas.
Ciro no podía decir mucho sobre su tío en realidad, le cocinaba y lo cuidaba casi siempre pero no eran cercanos, no sabía casi nada de él. Le gustaba leer, cocinar y vivía en una parte muy alejada del estado antes de irse a vivir con ellos.
Eso era todo, incluso a veces parecía que ese hombre huía de su infantil presencia.
Luego claro que podía destacar lo que cualquier persona notaría a simple vista, como que se sentaba de manera correcta con la espalda bien recta y mantenía siempre una actitud bastante asertiva, era educado y cortes, todo un señor. Al contrario de su hermana, la madre de Ciro, quien no podía ser más salvaje.
Su madre tenía un instinto rebelde pero educado, al contrario de su hermano, un hombre de pocas palabras. Eran tan diferentes, si no fuera por su parecido físico probablemente nadie creería que eran hermanos. Aunque eso tenía que ver con que su madre había sido criada por su ahora difunta abuela y Mario por su también muerto abuelo, quizás eso explicaba porqué eran tan distintos en todo.

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Imbéciles
Storie breviBruno huía de una boda. Matías de un asesinato. Y Ciro ya no podía volver a casa. Tres imbéciles.