Capítulo 4

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Señores...se viene :'D

Pronto a los pocos minutos todo fue una bola de gritos y gemidos, el blondo recorría el cuerpo de la hada con hambre y lujuria impidiéndole respirar siquiera, la había devorado como un animal haciendo incluso que se sintiera incomoda por la fuerza y rudeza que había usado. Su primera vez no fue como lo había imaginando, él había sido demasiado brusco, ella no se sentía para nada satisfecha, al contrario sentía un hueco en el corazón que le hacía sentir una profunda tristeza y desilusión. Había imaginando que él volvería por ella para cumplir su promesa y luego la tomaría con calma y amor, todo lo contrario a lo que sucedió.

Hablaron de muchas cosas cuando terminaron y los años se desvanecieron entre sus manos como la bondad en el cuerpo de el humano. Ella perdono a estarossa por su necedad y ambición, había declarado que estaba ansiosa por volver a verlo al igual que estaba tan necesitada de él que poco le importo la fuerza con la que la estrujaba constantemente, considero que eso era un consuelo para su corazón, las platicas le hacían olvidar el hueco que tenía en el pecho ¿por qué se sentía así? Eso fue lo que siempre soño durante años ¿por qué ahora sentía que algo le faltaba?

—¿Estas cansada? —

—Si, un poco — le respondió con una sonrisa tímida llamando la atención de el humano, había llegado la hora finalmente, había llegado el momento de cumplir con su ansiado destino. Permitió que la joven de hermosas alas se levantará para ponerse su ropa nuevamente, admiro su cuerpo desnudo largos segundos, cuando se puso sus bragas, cuando se coloco su sutil vestido blanco y acomodo su moño, finalmente volvió a recostarse a su lado ocultando su cara entre su fuerte pecho y cerró los ojos

—¿Tienes sed? —elizabeth asintió con una sonrisa, rápidamente el de gran musculatura tomó el frasco que tenía guardado entre sus cosas y se lo extendió —Bebe— le ordenó, rápidamente elizabeth lo tomó entre sus manos y empezó a beber, aquella bebida tenía un sabor un poco amargo pero no tanto como para molestarla, incluso podía oler como tenía un poco de frutas frescas que le daban un toque dulce. Separó el líquido de sus labios dejando que una gota resbalara por su comisura, se volvió a recostar en el pecho de el humano sonriendo como una boba enamorada se quedó un rato así.

Repentinamente de un momento a otro sus ojos pesaron como rocas, que extraño, estaba segura de que no estaba cansada. Soltó un bostezo sin importarle mucho aquello, solo se acurrucó más en el pecho de estarossa, sonrió dulcemente permitiendo que sus ojos se cerrarán y poco a poco su cuerpo se relajo lo suficiente, sus alas cayeron, el color rosado en sus mejillas disminuyó mientras que su pecho subía y bajaba con tranquilidad. Al fin había llegado el momento.

Estarossa se levantó de inmediato dispuesto a actuar, se puso su ropa cubriendo su desnudez para que nadie lo viera y con mucho sigilo sacó la bolsa en la que llevaba sus armas aventando el frasco de esa bebida, solo la haría dormir un tiempo, miro su bello rostro dormido, miro su cuerpo de diosa y luego frunció el ceño como si estuviera enojado. Alzando aquel cuchillo de hierro con el que ella moriría a el instante la miro una última vez, todo su cuerpo empezó a temblar como si una helada cortina de aire lo hubiera sacudido, no podía hacerlo...¡no podía!

—¡Tsk!— gruñó cuando se alejó de la hada con miedo de su mismo y lanzó el cuchillo, no podía dejar ir esa oportunidad, era su salida a una vida de abusos para ser el más respetado y poderoso de el reino; ademas, la linda Liz contaba con él, ella no quería casarse con algún viejo que solo quería su cuerpo ni mucho menos con un príncipe que quería más a la corona que a ella, le había dicho que prefería miles de veces casarse con un amigo como él y estar en confianza que con un simple desconocido que consiguió matar a Elizabeth.

Se arrodilló al lado de la de alas enormes y se detuvo a admirarla. Pasó la yema de sus dedos por su frente, acarició sus largas hebras de plata  deteniéndose a olfatear un mechón de estas, acarició su mejilla y labios consiguiendo que aún dormida tuviera un sonrojo, siguiendo su trayectoria acarició sus hombros desviando su mano hasta donde estaban sus alas, suaves y dulces, llenas de plumas blancas como si ella en realidad fuera un ángel que Dios había mandado. No debía matarla solo debía de hacerles creer que lo hizo, rápidamente y algo apurado sacó una nueva arma, la tomó de los extremos respirando de manera agitada y Esta vez sin dudar ni parpadear comenzó con su labor de inmediato 

ElizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora