Capítulo 8

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Con el paso de los años la visión de estarossa se fue nublado completamente controlado por la ira y la venganza. Él se sentía tan traicionado que no veía lo que realmente le había hecho a su antigua amada, le corto las alas y la dejó sin volar, lleno su corazón de odio sin dudarlo solo para conseguir la corona y cuando ella se atrevía a regresarle la jugada. Aveces no podía conciliar el sueño, se levantaba muy temprano para deambular por el pasillo intentando buscar una forma de que todo fuera normal, el muro no era indestructible, el hechizo de elizabeth podía romperse y detenerse. ¡Debía haber una forma!. En esos momento el rey se encontraba dándoles órdenes a sus caballeros, no podían perder tiempo, ya habían esperado 5 años y si lograban una forma de que el muro se derrumbara para entrar por ese par de malnacidos lo harían

Todos los soldados partieron apenas las órdenes fueron claras, quemalo todo, no dejes ni una sola ceniza. La respuesta era más que obvia, si las espadas no podían cortarlo, si los cuchillos no podían abrir una abertura entonces la solución era quemar esas enredaderas espinosas. Llevaban cargando sus grandes catapultas, el sudor de los caballeros en sus frentes al arrastrarlas, aquellos que llevaban el heno con el que podrían quemar todo, ellos estaban decididos a vengar a su joven princesa, pero ¿quién iba a vengar a el hada que perdió sus alas? Claramente todos la veían como villana cuando no sabían lo que había detrás

—¡Prepárense soldados! —todos ellos dieron un grito llenos de euforia para seguir con su labor. Colocaron las bolas de heno en la cuchara de las catapultas, les prendieron fuego con la antorcha sonriendo maliciosamente al ver como esta se quemaba casi a el instante—¿Listos?— gritó aquel que estaba a cargos no iban a permitir que más desgracias le sucedieran a la familia real, el blanco era exacto, entre más cantidad de enredaderas pudieran quemar les iría mucho mejor. Aunque claramente no sabían que la responsable de todo ese caos en el reino humano estaba de el otro lado sonriendo maliciosamente 

—¿Qué harás Elizabeth?—

—Le demostrare a estarossa que no puede conmigo — esa sonrisa tenía hipnotizados  meliodas, tanto así q un solo retrocedió dos pasos al verla abrir la palma de sus manos y empezó a admirarla embobado. Estaba tan enamorado, tanto que simple te no podía dejar de mirarla, tanto que si ella se lo permitiera besaría las cicatrices de su espalda cada segundo de cada día. Sacudió levemente la cabeza y se quedó estático para poder admirar el show completo 

—¡Fuego!— literalmente estaban aventando fuego, si borrar esas sonrisas prejuicios as de su rostro, si apartar las mirada de cómo las bolsas de fuego gigantes empezaban a quemar ese enorme muro, los soldados de el rey gritaron de alegría y empezaron a festejar entre ellos que ese plan había dado frutos, quemarlo había funcionado, las llamas consumían lento pero seguir aquellas enredaderas pero cuando creían que todo había acabado, la verdadera magia comenzó 

Sin quitar esa sonrisa torcida de su bello rostro, sin preocuparse en qué el viento ondeará su cabello la magia de color azul salió de las manos de la platinada empezando a controlar las enormes enredaderas llenas de espinas. Al instante los gritos y alaridos de victoria se apagaron por completo empezando a transformarse en algo mas. Aún completamente en llamas, las espinas se levantaron como si estuvieran furiosas y luego con esa misma furia se dejaron caer, aplastando cada catapulta como si fuera un insecto, tomando de los pies a los caballeros que alcanzaba solo para después lanzarla lejos hasta su muerte. Elizabeth se reía como una maniática sintiendo y escuchando esos gritos 

—¡Retirada! ¡Retirada!— la enredadera tomó a uno de los caballeros encajando sus espinas, la sangre fluía por las ramas y espinas como si siempre hubieran estado ahí y en el pasto sólo había materiales rotos. Los pocos sobrevivientes heridos salieron corriendo de inmediato huyendo de las enormes espinas escuchando por última vez la risa divertida de elizabeth. La platinada sólo hizo más grande aquellas espinas, estaba preparada para no dejar ni un solo sobreviviente sin embargo sintió un cálido tacto sobre su hombro. Cerró las manos deteniendo todo ese show macabro y se dio la vieta lentamente con los ojos abiertos

ElizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora