Epílogo

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Abrió sus ojos con la luz calando sus orbes esmeralda. Estaba solo, estaba recostado en el lugar que fue su hogar desde que era un niño y se quedó mirando a la nada aún algo dormido, recordaba que la noche pasada no se había querido separar de ella, recordaba que se la había pasado tan nervioso que todo el rato estuvo con un tin en la pierna y el ojo, dormirse le había costado demasiado ya hora no quería levantarse. Sin embargo debía de hacerlo, siempre dormía con ella a su lado ¿por qué ese día especialmente tuvo que dormir con su hermano?

—¡Levántate ya maldito flojo!— antes de poder reaccionar, el herrero ban la lanzó lo que parecía ser una camisa blanca que quito de su cara de inmediato solo para encontrarse con esos ojos rojos mirándolo burlón —Joder amigo, justo el día de tu boda te levantas tarde. Si que eres un maldito — día de la boda...¿boda?...¡la boda! 

—Mierda— se levantó lo más rápido que pudo empezando a ponerse los zapatos lo más rápido que podía siendo mirado con burla por el albino. Justo el día más importante de su vía resulta que se levanta tarde, podía ver a las hadas arreglando el altar, podía ver a unos humanos siendo ayudados por los gigantes para decorar y cuando salió hacia donde estaba su hermano; este solo alzó una ceja confundido —Por favor dime que Ellie no me lleva esperando mucho. Joder que imbecil soy, si llego tarde se va a enojar mucho y...—

—¿Hermano estás bien?— el pelinegro dejo su taza de té a un lado ignorando la risa de gelda, ella no pudo contenerse mucho —Estás pálido y muy apresurado —

—Pues ya es tarde hermano, ¿Ellie no me espera mucho?—

—A ver tranquilo— escuchándolo bufar su hermano menor lo sentó sobre una de las ramas conteniendo su enorme carcajada, le extendió una taza de su porcelana recién comprada y luego sobó sus hombros ligeramente —Hermano, Elizabeth apenas se está arreglando, descuida no vas nada tarde — rió ligeramente. Cuando le hubiera encantado poder grabar en algún lugar la cara que puso su mayor, estaba perplejo, tanto que casi tira la taza de té de no ser por qué el de cabellos azabaches la sostuvo, se levantó de ahí con una mirada sombría y se dirigió a el herrero que no podía contener su escandalosa risa

—Ban—murmuró el rubio cuando llegó frente a él herrero, el joven se reía animadamente, consiguió asustar a meliodas exitosamente y su cara de enojo no tenía precio. Antes de poder hacer algo aquel rubio le dio un golpe que lo tiró a el piso, aún así no dejo de reírse, no se arrepentía de nada —¿Por qué hiciste eso?—

—Oh vamos amigo, tenía que hacer algo antes de que dejaras de ser libre — meliodas alzo una ceja —Una última despedida antes de que te unas a una mujer de por vida —

—Ban sigo sin comprender lo que dices— 

—Amigo, para nosotros el matrimonio es unirnos a una persona para vivir nuestra corta vida, para ustedes es casi por la eternidad  — bueno, tenía un buen punto en eso. Aún así nada ni nadie lo haría arrepentirse de esperar en el altar a su bella hada, la había esperado toda la vida y ahora que al fin había llegado el momento estaba realmente nervioso y emocionado, más nervioso que lo segundo—Sigo sin saber por qué quisieron hacer esto —

—Melissa insistió en cumplir esta costumbre humana — añadió levantando los hombros, eso sonaba más realista que nada, a la reina le encantaba ese tipo de cosas y desde que había empezado a salir con el príncipe insistió mucho más en que ese par se casara. Algo un poco infantil pero eso poco les importaba —Además, yo quiero hacerlo, Ellie se veía tan feliz —

—Ella ha estado feliz desde que recuperó sus alas — ese momento. Incluso cuando meliodas cerraba los ojos podía volver a presenciar ese momento, se había visto tan hermosa y celestial. Recordaba bien que se había agachado sobre las escaleras dispuesta a recibir su muerte, había dejado de luchar solo para permitirle a estarossa que la lastimara todo lo que quisiera, recorda a escuchar aleteos fuertes, escuchaba pasos corriendo desde arriba y como si el destino fuera; sus bellas alas habían llegado lo más rápido que pudieron hasta volver a la espalda de su portadora.  La luz dorada, cuando ella gritó tras sentir el ardor de sus alas uniéndose a su cuerpo y finalmente cuando se puso de pie dispuesta a luchar. Sus alas sacudiendose, sus pies levantándose de el suelo y su cara de incredulidad y felicidad al darse cuenta de que volaba otra vez

ElizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora