EL FIN DE UNA ETAPA

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En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!

Mas a pesar del tiempo
terco, mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco a los
rosales del jardín...

Rubén Darío (1867-1916)

Estoy segura de que tanto Luis como Blaisdell manejan sospechas muy fuertes sobre lo que estábamos haciendo Hans y yo antes de interrumpirnos, porque el único que habla sin parar es el noble sueco. Los demás nos limitamos a responder de forma educada pero escueta hasta que empieza a haber demasiados silencios incómodos. En algún momento Luis me pone su casaca sobre los hombros con la excusa de que se ha levantado fresco, aunque ya me ha quitado disimuladamente algunas briznas de hierba del pelo y me imagino que en realidad es porque debo tener bastantes más en la espalda. Hablamos acerca del tiempo, de lo magnífico que luce el jardín en primavera y banalidades por el estilo. Finalmente decidimos volver a palacio porque se acerca la hora de comer e, inesperadamente, Blaisdell sugiere que lo hagamos en privado "a modo de despedida para el noble Conde sueco". Se nota que tiene ganas de que se vaya.

Durante todo el camino de regreso puedo sentir los ojos del Ministro clavados en la nuca, así que decido mantener la cabeza bien alta, porque no quiero que dé por sentado que tengo motivos para avergonzarme. Se me hace eterno, pero en realidad no tardamos en llegar y al acercarnos ya hay varios sirvientes dispuestos en la entrada, esperando para atendernos. Luis les da instrucciones de que prepararen para nosotros el Salón de Venus, en el Grand Appartement del Rey, e indica que la comida se sirva desde las cocinas privadas que hay en los aposentos para que la velada sea lo más íntima posible. Los muchachos que nos atienden nos adelantan con premura mientras que nosotros les damos tiempo caminando más lentamente. Nos dirigimos allí dejando cruzando varias antecámaras, atravesamos la Galería de los Espejos y, cuando al fin llegamos al salón, los sirvientes están dando los últimos toques depositando vasos y bebidas en la mesa. Me siento junto a Luis y Blaisdell se apresura a colocarse a mi lado, dejando para Fersen la silla que queda libre junto al Rey. El gesto podría interpretarse como una deferencia al sueco, pero estoy casi segura de que lo ha hecho para alejar a mi amante todavía más de mí.

Se sirven en rápida sucesión sopas, asados, ensaladas, un pudding que nunca había probado y, finalmente, fruta fresca para el postre. El aroma es suculento y todo parece apetitoso, pero no consigo llevarme apenas nada a la boca. A lo largo de la comida Fersen ha dejado de buscarme con la mirada. En cambio, toda su atención está puesta en el Rey a quien relata alegremente mil anécdotas de la guerra o de alguno de sus viajes. Apoyo el tenedor en el plato junto a los restos de una pera que he estado picoteando, y me lleno de nostalgia al darme cuenta de que yo ya apenas formo parte de su mundo. Seguramente la próxima vez que nos veamos ambos habremos dejado atrás a los dos tontos enamorados que una vez fuimos. Me quedo en silencio, mirando con expresión pensativa cómo los dos hombres a los que más quiero conversan, intentando retener este momento en mi memoria... Hasta que la voz de Blaisdell me sobresalta.

-¿Y bien, querido conde, por qué nos abandona esta vez? Parece que vuestra marcha entristece sobremanera a nuestra bella Reina -pregunta dirigiéndose al caballero sueco.

-Nada me apena más que abandonar Francia... y a la Familia Real, que ha sido siempre tan espléndida conmigo. -Replica mientras esconde una media sonrisa tras un sorbo de vino-. Pero me temo que mis habilidades como diplomático me llevan de vuelta a Suecia por un tiempo indeterminado.

-Siempre viajando y haciéndonos sufrir con su ausencia -continúa Blaisdell con fingida consternación-, me pregunto, con su porte, a cuántas damas dejará suspirando cada vez que marcha a uno u otro lugar.

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