"Morir no es tan difícil"
Lord Byron (1788 -1824)
Cuando Blaisdell despertó se dio cuenta de dos cosas: que aún podía contarse entre los vivos y que estaba tumbado sobre hierva muerta y húmeda, algo que le hizo sentirse bastante incómodo. No sabía dónde se encontraba, así que decidió que lo mejor sería ponerse en pie y averiguarlo cuanto antes. Y eso es exactamente lo que hizo. Se irguió con cuidado de ensuciarse lo menos posible y, una vez recuperada la verticalidad, echó a andar sacudiéndose restos de tierra y hojas podridas de la casaca. Estaba en un bosque, y a pesar de que el sol se abría paso entre las hojas de los árboles revelando una atmósfera cargada de partículas en suspensión, el aire era muy frío y estaba saturado de humedad. Los rayos de luz descendían en líneas verticales que llegaban hasta el suelo, donde una alfombra de niebla flotaba enredándose en sus tobillos, dificultando la visión del terreno que pisaba. El aire, saturado de un olor pútrido pantanoso, le recordaba levemente a Versalles, lo cual le dio una vaga esperanza de no estar lejos de palacio.
No llegó a ver pájaros, pero sabía que los había porque constantemente le llegaban los ecos distantes de un canto áspero y desagradable que procedía de las copas de los árboles. Había veces en las que confundía la inquietante letanía con voces humanas que le reprochaban ciertos... comportamientos de su vida y de vez en cuando giraba la cabeza esperando ver a alguien hablándole a sus espaldas. En general todo el conjunto le producía escalofríos, pero indudablemente era mucho peor estar muerto y con eso se conformaba. Tras un tiempo andando bajo aquella fría humedad que le daba a la piel una desagradable sensación pegajosa, el bosque quedó en silencio y lo único que pudo escuchar a partir de ese momento fue el sonido amortiguado de sus pasos entre la vegetación esponjosa y el incesante retumbar de los latidos de su propio corazón.
Descendió por una empinada pendiente que le condujo al borde de una playa tan silenciosa como lo era el bosque. Contempló la extensión de arena y agua durante unos momentos y se convenció desanimado de que no debía estar ni remotamente cerca de Versalles. La neblina que le había acompañado durante todo el recorrido se propagaba ahora lentamente hacia el agua, envolviendo como un manto los fondos de una barcaza que estaba varada en la orilla. Blaisdell se aproximó al distinguir una silueta solitaria de pie en la cubierta de la embarcación, pero cuando les separaba una veintena de metros, se dio cuenta de que, aunque la figura tenía el cuerpo de un hombre, sobre el cuello se erguía grotescamente la cabeza de un perro.
El Ministro decidió que descender hasta la playa había sido una pésima idea, maldijo para sus adentros y se dio la vuelta encaminándose despacio en dirección contraria, deseando internarse otra vez en el bosque. Pero en cuanto oyó a su espalda un crujido y un golpe sordo en la arena, supo que aquella cosa que había vislumbrado sobre la cubierta se había bajado para ir tras él. Aún así se obligó a seguir caminando sin variar la velocidad porque había oído en alguna parte que ante los perros era preferible no demostrar miedo, por lo que contuvo el deseo de gritar incluso cuando el extraño ser estuvo lo suficientemente cerca como para percibir el calor de su aliento en la nuca. A esas alturas ni siquiera creía estar ya en París.
Mientras el Ministro avanzaba no dejaba de preguntarse en qué momento le atacaría la criatura, pero al ver que pasaban los minutos y no sucedía nada, harto de la situación, habló mirando al frente, teniendo cuidado de no girarse.
-He de decirle que usted me incomoda. Deje de seguirme.
No hubo ninguna respuesta.
"Bueno, al menos lo he intentado", pensó. Y siguió caminando con aquel ser pisando sobre sus huellas. Después de recorrer un buen tramo, el perro decidió aumentar su agonía animándose a hablar con una voz sorprendentemente clara.
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Descendencia
Fiksi PenggemarLectura erótica. María vive una existencia tranquila... quizá demasiado tranquila. Hasta que Blaisdell acude al Rey y le plantea un asunto que podría poner en peligro el futuro de la Corona Francesa... y cuya solución depende totalmente de la Reina...