Prologo
_______, una mujer de poco más de treinta años, con un hijo adolescente y una vida cómoda en Madrid, se ve «obligada» a pasar las vacaciones de verano en el pueblo de su exmarido. Y no es que le haga mucha gracia...
Un día, perdida en la sierra, encuentra una rústica cabaña de madera en un claro del bosque. Junto a ella hay un pequeño cercado con dos caballos; incapaz de resistir la curiosidad, se acerca para recrearse en sus movimientos sin saber que ella misma está siendo observada.
A partir de ese momento todo su mundo dará un giro radical. Todo en lo que cree cambiará a manos de un desconocido que no permite que le vea la cara mientras le ordena, susurrante, que haga lo que jamás se atrevió a hacer.
¿Lo hará? ¿Se dejará llevar por las palabras encendidas, las caricias ocultas y la pasión prohibida de un hombre al que ni siquiera puede ver el rostro?
Capítulo 1
Llegó el ardiente verano, el bochornoso calor, las temidas vacaciones, el odiado pueblo... El aburrimiento.
Un día tras otro, una hora tras otra, un segundo tras otro... En el maldito pueblo.
_______ observó desde el umbral de la casa a su hijo de 14 años levantar la mano y despedirse; se iba a dar una vuelta, no volvería hasta la noche.
Les vio alejarse; su niño pequeño, que ya no lo era, rodeado de toda la caterva de primos de su misma edad que se reunían en el pueblo al llegar el verano. En el maldito y aburrido pueblo.
Cuando era niña y acababan las clases, la mayoría de sus amigas se iban al pueblo desde finales de junio hasta principios de septiembre. Ella se quedaba sola en Madrid, soñando que sus padres tenían un pueblo al que ir; un pueblo lleno de tíos, primos y abuelos con los que pasar las vacaciones estivales.
Hay que tener cuidado con lo que se desea... porque puede cumplirse.
Al crecer se olvidó del sueño, pero el sueño no se olvidó de ella. Y cuando conoció al que sería su marido durante casi diez años, el sueño iba incluido en el trato.
Ben era de Ávila, más concretamente de un pueblo de Ávila, Mombeltrán. Durante el primer verano de su noviazgo fueron allí a pasar las vacaciones, fue un sueño convertido en realidad. Días de calor y risas, de ríos y juegos, de naturaleza y sensualidad, de locura y erotismo... De polvos salvajes en el campo y embarazos no deseados.
Se casaron, tuvieron a Andrés, se odiaron y se divorciaron. Pero mucho antes de divorciarse, aborrecía el pueblo.
Y ahora estaba de nuevo allí. Tras cinco años sin poner un pie en las montañas de Gredos, se había visto obligada a volver.
Miró a su alrededor, Andrés había desaparecido en las callejuelas; se encontraba sola de nuevo. Se giró para entrar en la casa, posó la mano en el pomo de la puerta y la apartó como si se hubiera quemado. ¡No quería pasar otra tarde más encerrada entre aquellas cuatro paredes!
Metió los dedos en el bolsillo de los vaqueros, asegurándose de que llevaba las llaves encima y dio un paso. Respiró profundamente y dio otro, y otro más. No miró a izquierda ni a derecha, no miró hacia atrás, ni siquiera levantó la cabeza de la punta de sus pies. Solo quería alejarse de ese horrible pueblo, de esa horrible casa y, perderse...
¿Dónde? Ni idea. Solo perderse.
Caminó por la calle principal sin hacer caso a la gente que la reconocía como «la viuda del hijo del Rubio». En el pueblo perdía su identidad, pasaba de ser _______ a ser «La mujer del hijo de...» o, más exactamente en estos momentos: «La viuda del hijo de...»; aunque antes había sido «la Ex del hijo de...». Se necesitaba ser un hombre del pueblo para tener nombre allí, su exmarido no lo había sido; ni hombre, ni del pueblo..., por tanto siempre sería «el hijo del Rubio».