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Estaba a punto de terminar el año escolar, mis vacaciones habían sido bastas, miserables. El clima en Brasil era Cálido y la gente era amable. 

Traté de dejar todo atrás y enfocarme en lo que debía, pero las noches bohemias siempre me habían llamado la atención, el alcohol era bueno, me ayudaba a olvidar a Draco, o eso creía.

Ahí estaba él, devolviéndome la mirada en el reflejo del tocador del baño, sosteniéndome la cara, los hombros, tocándome la espalda... era lo único que me hacía aferrarme a este mundo. 

Bellatrix Lestrange me había matado incontables veces y Narcissa Malfoy me había salvado la vida, pero Draco... Draco había salvado mi alma.

Y mi alma era lo que estaba a punto de arriesgar para salvarlo a él.

Había creado una especie de vínculo con Nessa, una de las Caiporas guardianas de Castelobruxo. Le había contado mi historia y ella había compartido la suya conmigo.

Todas las noches íbamos a lo más profundo de la selva y entrenábamos, en los límites que separaban la escuela de magia con el mundo muggle, donde nadie nos encontrara, donde los ojos curiosos no vieran qué hacíamos, ni los oídos agudos escucharan lo que decíamos.

- En el sótano de la escuela hay un espejo - me dijo la Caipora - en él se reflejan los deseos más profundos y oscuros de tu alma.

- Llévame - le pedí - necesito verlo.

La Ravenclaw que conquistó Slytherin IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora