Horas más tarde, estaba metiéndose en la bañera -que era más bien como una pequeña piscina- cuando la puerta del cuarto de baño se abrió y Michael dijo totalmente calmado. -Te pones en peligro. Pones a mi niño aún no nacido en peligro. Intencionadamente. Tragando agua, se sentó y se giró, para verlo allí, de pie en la entrada del baño, con gesto pétreo. Ella abrió la boca, pero antes de poder hablar él continuó. -Termina tu baño -y salió. Una hora más tarde, todavía estaba en la bañera. Arrugada y temblorosa, pero desafiante. ¡No era su jefe, caray! Saldría de la bañera cuando estuviera malditamente bien y preparada, muchas gracias... -¡Jeannie!. Si tengo que sacarte de la bañera, no te va a gustar. ... Y era ahora mismo. Salió de la bañera, se secó y se puso la misma ropa que había llevado puesta antes. Se cubrió el pelo mojado con una toalla y se dirigió hacia la habitación para tomar su medicina. Wyndham era al parecer un estupendo boy scout, porque había encendido un buen fuego en la chimenea. Estaba en cuclillas ante las llamas, balanceándose sobre los pies, y tenía la impresión de que había estado en aquella posición durante algún tiempo, esperando por ella. Giró la cabeza cuando ella entró en la estancia e inmediatamente se levantó. -¿Por qué no llevas un camisón? Hay mucha ropa para ti, para que la uses. -No es mi ropa -le lanzó ella-. La compraste antes de secuestrarme, ¿Verdad? ¿Compraste un montón de cosas de mi talla? Lo vi antes. Bueno, olvídalo. Me pongo mi propia ropa. Debido a la luz del fuego, sus ojos eran amarillos. Sin embargo, su voz todavía era fría y tranquila, cosa que la tranquilizó algo. -Todo lo que hay en esta habitación es tuyo. -Esta habitación no es mía. Nada de aquí es mío. Ahora, sobre lo de esta tarde -Tragó y levantó la barbilla-. Me confieso culpable sobre golpear fríamente a la doctora, pero... Él cruzó la habitación y le arrancó la camisa del cuerpo, sin hacer caso de su ultrajado grito; luego se agachó y tiró de sus pantalones hasta que también los rompió. -¡Tu antigua vida se ha terminado! -gritó cuando la arrastró al vestidor. Abrió bruscamente un cajón, encontró un camisón y se lo dio-. ¡Me perteneces, y llevarás puesta mi ropa y te quedarás en mi casa y estarás segura y estarás condenadamente de acuerdo con eso! Sobresaltada ante su rabia y pérdida de control, no pudo sujetar el camisón y flotó hasta el suelo.
-No fuiste así en el ascensor -dijo ella, quitándose los restos de la camiseta de sus brazos y odiando el modo en que sus manos temblaban-. ¿Qué problema tienes? -Mi problema -dijo con salvaje sarcasmo, tirando bruscamente de la toalla que envolvía su pelo y secando furiosamente con la toalla los empapados mechones-, es una compañera que deliberadamente no se preocupa por su propia seguridad o, por lo visto, la de mi niño. -¡No soy tu compañera! -Lo eres. Y todas tus protestas no cambiarán ese hecho. La ley del hombre lobo es infernalmente más antigua que la de los humanos, Jeannie, y como tal, eres mía, del mismo modo que lo es el niño, para siempre y durante toda la vida, amen -Terminó de secarle el pelo y alejó la toalla de ella-. Por lo que te recomiendo contundentemente que termines con esto. -Te odio -dijo desesperanzada, furiosa consigo misma por su incapacidad de decir algo mejor. -Te sugiero que también termines con eso -dijo despreocupadamente. Tiró de su camiseta para sacársela sobre la cabeza y se desabotonó los pantalones cortos para dejarlos caer y salir de ellos. -Mal hecho -dijo, y ah Dios, tenía la garganta seca-. Ni en mil años, amigo. Jamás lo haremos de nuevo. -No soy tu amigo -dijo con frialdad, pero con las mejillas ruborizadas de deseo y la mirada ardiente-. Soy tu compañero. Es hora de que lo recuerdes. -Y no puedes esperar más, ¿Verdad? -Siseó-. Has estado esperando durante todo el día a que me escapara y así poder violarme. Otra vez. Bueno, lo he intentado, y ahora vas a hacer tu jugada -o al menos piensas que lo vas a hacer- pero entonces... ¿por qué estás tan enfadado? -Jamás esperé que terminaras literalmente atrapada por Gerald -gruñó él, acercándosela desafiante. Ella dio un gran paso hacia atrás y casi tropezó con la esquina de la mesilla. Él tuvo que estabilizarla, colocando su mano en su brazo, de manera sorprendentemente suave-. ¡Jesús! ¡Pudo haberte arrancado la garganta y no te habrías dado cuenta hasta que te hubieras despertado en el otro mundo! -Lo único que corrió peligro fue la garganta de Gerald -replicó ella y tragó para intentar quitarse el nudo de la garganta-. Yo tenía su arma. Yo... -¡No había ninguna bala en la cámara, idiota! -El calor de su rabia coloreaba su cara; la sacudió con tal fuerza que su pelo voló hacia su rostro, cubriéndola los ojos-. ¡El arma no habría disparado! ¡Gerald lo sabía, y podía haberte matado en cualquier momento! Ahora conoce tu estado, sabe donde estás; sabe que si consigue tenerte, tendrá al próximo líder de la jauría. Has sido imprudente y podrías haber pagado el precio con tu vida, si mi gente no hubiera llegado a tiempo, estúpida, estúpida... -Entonces fue aplastada en un abrazo tan apretado, que expulsó el aire de sus pulmones. Respiraba agitadamente y le temblaba todo el cuerpo, pero trataba de calmarse-. ¿Cómo has podido arriesgarte así? ¿Arriesgar a nuestro bebé? ¿Sabes que es un susto que me durará todos los años de mi vida? -Yo no he... no he... Su boca de repente estuvo en la suya, con un doloroso beso, mientras se movía presionándola contra él. Sus piernas chocaron contra la cama y se revolvió alejándose, jadeando, solo para conseguir que él la lanzara sobre la cama. Se quitó los calzoncillos y no pudo menos que contemplar lo que la había metido en este lío. Totalmente erguido, casi arqueado por su peso, brotando de un nido de exuberante negro pelo, le miró durante un largo momento, casi cautivada. Entonces sus ojos se trasladaron hacia arriba, hasta su dorada y reluciente mirada. -No puedo -susurró, pero ah, parte de ella sí quería-. No contigo. No de nuevo. -Lo harás. Solo conmigo. Se subió en la cama, evitando fácilmente su patada, y después su pecho estaba contra el suyo y sus manos en su pelo, tirando y haciendo retroceder su cabeza. Se acercó a su cabello e inhaló su olor, pareciendo como si la saboreara; entonces pudo sentir la cálida y dura presión contra la parte inferior de su estómago, y supo que no iba a quedar satisfecho únicamente con su perfume natural. -No lo hagas. -No puedo evitarlo. Siempre he adorado tu olor. -¡No lo hagas! -dijo casi jadeando, cuando le lamió la garganta-. No te quiero. ¡No hagas eso! -Esto no tiene por que ser un castigo -dijo y pareció casi...- si tú quisieras -... desesperado-. Déjame hacerlo bien. Te quiero, no solo a tu cuerpo. No quiero tomar por la fuerza lo que podríamos compartir los dos. -¿No lo entiendes? -le gritó, asustándole y asustándose a sí misma-. ¡No puedo! Mi manera de ser, esa que hace que yo te guste tanto, también me impide... ceder -No importa cuanto lo quiera, pensó desesperada-. ¡Ahora, déjame tranquila! -Por favor -dijo de nuevo, con ojos hechizantes-. Pasaré por alto lo sucedido. No debería haber forzado la situación. Simplemente déjame... -Dejó caer un suave beso en su garganta-. Esto te gustará. Eso es lo que no puedo soportar, se dijo a sí misma. Ah, Dios, lo que sea, menos volver a rogarle de nuevo. Prefiero ser tomada con cólera, que ser reducida a gritar de manera humillante rogándole o gritar hasta quedar afónica mientras me corro con tanta fuerza que no puedo ni pensar... Y se equivocaba. Se equivocaba al mantenerla aquí, con Gerald o sin él. Su ultrajado orgullo no podía olvidar ese hecho. Nadie retenía a Jeannie contra su voluntad, que Dios le condenara. -Me escaparé otra vez -dijo entre dientes mientras él lamía la zona interior de su pecho izquierdo. Su pezón se elevó, en un capullo tenso y rosado, que él frotó con su mejilla. Gimió, un diminuto sonido que salió de ella antes de poder evitarlo. Él sonrió ante el sonido. -Tuve tanto miedo -dijo suavemente, presionando su boca entre el valle de sus senos en un dulce beso-. Tan aterrorizado. Cuando me dijeron que habías huido. Cuando me dijeron que el bastardo asesino había puesto las manos sobre ti -Apoyó la cabeza en su hombro-. Jeannie, estuve tan asustado por ti -dijo, tan bajo que apenas pudo oír las palabras. Quiso consolarle. Quiso agradecerle su interés. Y odió cada pizca de ternura que él hacía salir de ella. Forzándola. Era mejor ser forzada, mejor ser una víctima, que una presa complaciente. Todo menos eso. -Creo que conseguiría un mejor trato con Gerald -dijo con cruel tranquilidad-. Tan pronto como me vuelva a escapar -y lo voy a hacer- voy a buscarle. Al menos él me dejará en paz hasta que el bebé haya nacido. Se congeló contra ella y eso la hizo contener el aliento. Él levantó la cabeza y la dirigió una larga y plana mirada. -Me marcharé -dijo lisamente, sintiéndose avergonzada y colérica ante el sentimiento de esa vergüenza-. No me quedaré contra mi voluntad. Déjame ir ahora, esta noche, o encontraré a Gerald en cuanto pueda -Era mentira... no iba a acercarse a Gerald ni aunque lo apostase pero Michael no lo sabía. No dijo nada. En cambio, se levantó tranquilamente y salió de la habitación, completamente desnudo. Se sintió inundada por el alivio, incapaz de creer que lo había conseguido con tanta facilidad. Se levantó de la cama y guardó en su sitio el camisón que la había lanzado antes para que se lo pusiera. Había hablado en serio sobre lo de no llevar la ropa que él había elegido durante sus compras para su futura prisionera. No tenía por que aguantar toda esa tontería de dominación masculina, y si creía que ella era de ese tipo...

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Prisionera del amor
AcakAtrapada en un ascensor, Jeannie Lawrence no estaba dispuesta a experimentar el placer a manos de Michael Wyndham. Nunca esperó que ese hombre diabólicamente apuesto volviera a aparecer en su vida, ¡o que resultara ser un hombre lobo! ¿Aceptará ella...