3. Génova

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Bajo del avión esquivando como puedo la larga fila que se ha formado en el pasillo y ando rápidamente hacia la puerta de embarque. Ahora sí que estoy perdida. Como no sé a donde tengo que ir, me decanto por seguir a la gente que sale del mismo vuelo que yo para al menos llegar a un sitio coherente. Tras andar por un largo corredor, llegamos a un zona amplia e iluminada en la que se encuentran las cintas que entregan de vuelta las maletas a sus dueños. Espero impaciente a que la mía aparezca, pero nada. Me quedo quince minutos más y sigue sin haber rastro de mi maleta. Furiosa, busco por todas partes alguien a quien poder preguntar, pero por lo visto solo hay pasajeros terminando de recoger sus equipajes. Así que localizo una puerta doble de cristal en la que pone "EXIT" iluminado en verde y me dirijo hacia ella. La abro de un portazo. Al otro lado, una multitud de gente con carteles de bienvenida - claramente no para mí - me mira sorprendida. Me quedo ahí plantada, y noto cómo mis mejillas comienzan a arder rápidamente. Leo desesperadamente los cartelitos para ver si por suerte hay uno con mi nombre. Y cuando mis esperanzas empiezan a desaparecer, encuentro uno en el que se ve escrito "Darla Miller". Lo sujeta un joven alto y delgado, con el cabello negro, largo y despeinado. Sus ojos son profundos, aunque en la distancia no logro distinguir su color. Se ríe. Se está riendo de mí.

* * *
ARGUS

Por fin encuentro un maldito trabajo. Me echaron del último por faltar más de tres días sin justificación. En mi defensa diré que estaba haciendo cosas más importantes que servir cervezas en un chiringuito de mala muerte. En fin, lo importante es que empiezo mañana en el nuevo. Es temporal y me pagarán poco, pero de algo servirá.

Para despedirme de mi último día en el paro, salgo a la pequeña bahía que hay detrás de mi casa, una vieja cabaña con aspecto de haber estado inhabitada durante años, el tejado hundido y desmoronado, y los tablones de madera que forman la pared roídos por los ratones y termitas. Corro por la playa, mis pies descalzos rozando la arena. Ya en la orilla, me sumerjo en el agua cristalina. Todavía está templada, pero en unas semanas no habrá quien se meta.

Disfruto de la soledad, respiro mi propio aire. Oigo a Fito acercarse jadeando desde la cabaña, moviendo la cola con aire animado e infantil. Lleva la pelotita que le compré hace tiempo en la boca, como pidiéndome que juegue con él. Se la quito y corro por la bahía, cambiando de dirección y girando a todos lados para que se maree. A continuación, lanzo el pequeño juguete al agua, obligando a mi perro a nadar para llegar hasta él. Me mira divertido, y se mete en el mar sin dejar de chapotear. Fito es la única compañía de la que disfruto de verdad. Lo encontré en un cubo de basura hace unos dos años, cuando él era solo un cachorro. No me entra en la cabeza que haya gente capaz de abandonar a un ser vivo en una cesta dentro de un contenedor, dejándolo sin protección alguna, amenazado. Desde ese momento siempre ha estado conmigo.

Terminamos de jugar, ambos exhaustos de correr y nadar, y volvemos a casa. Es hora de prepararme para mañana. Después de una buena cena y una ducha refrescante, dejo la ropa limpia sobre la silla del diminuto escritorio y compruebo que en él se encuentre el material necesario para el empleo: las llaves de un coche prestado y un cartel con el nombre de alguna alumna pija americana del internado. Decido hacerle un pequeño "arreglo" antes de meterme en la cama. Cierro los ojos y me duermo casi al instante.

* * *
DALIA

Me acerco a él dando zancadas, y cuando le tengo delante, le digo:

- He perdido la maleta así que más te vale dejar de reírte y ayudarme a encontrarla.
- Buenos días a ti también, Darla - me contesta, haciendo una reverencia fingida.
- Es Dalia - le espeto, más cabreada de lo que debería.
- Aquí no pone eso - señala al cartelito que lleva en la mano. Lanzo un bufido y pongo los ojos en blanco. Lo último que quiero ahora es tener que aguantar a un chaval que no hace más que vacilarme. Le doy la espalda y me dirijo de vuelta a las cintas de recogida de equipajes, ignorándole por completo.
- ¿Vienes o no? - le pregunto, sin darme la vuelta para mirarle.

IgnorantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora