4. Medianoche

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DALIA

— ¡¡Despierta!! ¡¡Que es ya la una y diez!! - grita una voz, sacudiendo mi cuerpo impulsivamente. Me incorporo sobresaltada.
— Dios, ¿qué pasa? - digo, aún con los ojos entrecerrados.
— Por fin, me presento. Hola, soy Gianna, tu compañera de cuarto y única amiga del internado. Puedes llamarme Gia mejor.
— Yo soy Dalia, encantada.
— Lo mismo digo, y ahora corre que llegamos tarde a comer - me tira del brazo, levantándome de la cama - La Sra. Russo se va a cabrear un montón.
Me pongo cualquier cosa del armario y nos dirigimos a la cafetería a toda prisa. Es una sala grande y espaciosa provista de mesas redondas de madera y una gran barra, como la de un bar, donde sirven la comida. También hay una vitrina con bollería. El lugar está bastante vacío, así que después de pasar por la barra con una bandeja a por el almuerzo, nos sentamos en una mesa cualquiera que da a la ventana. Gia es una chica alta y delgada, con el cabello liso y rubio por encima de los hombros y unos grandes ojos de color verde esmeralda. Su piel pálida está repleta de pequeños lunares marrones, y su rostro, de pequitas. Me cuenta que vive en un pueblo cerca de Roma, pero que siempre ha estudiado en el internado porque sus padres nunca han tenido tiempo de cuidar de ella. Vaya.

— Pero bueno, ya estoy acostumbrada. El internado está guay en el fondo — concluye, poniendo una sonrisa tranquilizadora.
— ¿Y tienes muchos amigos? — pregunto, por curiosidad.
— Tengo un grupo pequeño, aunque son solo chicos. Algunos llegan esta tarde, luego te los presento.
— ¡Vale!

Pasamos el resto de la hora de la comida riendo y conociéndonos. Es muy simpática. Después, cuando terminamos, la directora nos echa la bronca por haber llegado tarde, pero al ser mi primer día, nos lo perdona. Gia me lleva por todo el edificio, recorriendo los pasillos blancos de moqueta azul cielo, como la de las escaleras, hasta llegar a la biblioteca. Es una habitación enorme, con el techo altísimo. Las paredes están cubiertas por cientos de estanterías, todas llenas de libros. Una escalera corrediza se mantiene en pie delante de una de ellas. Nunca he sido fan de leer, pero la estancia me produce una sensación tan abrumadora que de repente me entran ganas de coger cualquier libro y sentarme horas y horas a leer en uno de los pequeños sofás de la habitación. Mi nueva amiga se da cuenta de mi reacción, porque acto seguido dice:

— Yo me quedé igual. Es preciosa.

Después de contemplar la maravillosa biblioteca durante unos minutos más, decidimos ir a la playa. Nos ponemos los bikinis y nos dirigimos a una pequeña puerta que se encuentra en una acogedora sala común de la planta baja. La salida da al patio trasero del internado, un lugar repleto de vegetación en el cual varias mesitas de metal blanco están rodeadas de sauces cuyas ramas caen hacia abajo en forma de cascada. Atravesamos el jardín y llegamos a una pasarela de madera que conduce a la costa. A pesar de que hace mucho calor, la arena no quema. Es agradable caminar por ella, sentir las finas piedrecitas bajo nuestros pies descalzos. Estiramos las toallas sobre el suelo y nos tumbamos. Nos mantenemos en silencio unos minutos, con los ojos cerrados. Disfrutamos del sonido de las olas al romper, del canto de las gaviotas volando de un lado a otro por encima de nuestros cuerpos relajados.

De pronto recuerdo el motivo por el que estoy aquí, en Portofino. Una oleada de arrepentimiento se apodera de mí al hacerlo, y me siento culpable por no tomarme la estancia en el internado como un castigo. Sacudo la cabeza para alejar esos pensamientos de mi mente y abro los ojos. Saco mi teléfono móvil y me dispongo a contestar a todos los mensajes acumulados desde que salí de Virginia. Uno de Lea preguntando qué tal estoy, un montón de mis amigas del instituto comentando sus primeros días de clase, porque en Estados Unidos ya ha empezado el curso. Todas me preguntan dónde me encuentro, así que les mando una foto de la playa. En cuanto la reciben se ponen a comentar como locas lo celosas que están y a cuestionarme cuándo vuelvo. Les explico que ese año no cursaría con ellas, pero me salto la parte del internado. No me apetece tener que acordarme otra vez de lo que hice para estar aquí. Después me paso un rato mirando Instagram y las demás redes sociales. Gia se incorpora y me mira con cara de indignación, pero comienza a reír.

IgnorantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora