DALIA
Llega de nuevo el lunes, así que salgo otra vez a dar un paseo al pueblo con Sam. Corremos durante media hora, yo parando de vez en cuando porque mi resistencia no es la mejor, hasta que empiezo a notar una falta de aire considerable en los pulmones. Parece que Sam se da cuenta, porque dice:
— ¿Te apetecen unos cruasanes?
Le regalo la más sincera de mis sonrisas.
— Me salvarías la vida.
Él suelta una sonora carcajada y apoya su mano cuidadosamente en mi espalda, como empujándome a caminar. Lo agradezco, porque estoy tan exhausta que mis piernas necesitan energía extra para conseguir moverse. Recorremos el mismo itinerario que la otra vez, subiendo por el callejón oscuro a la plazoleta de las casitas de colores, y llegamos a la panadería de Gertrude.
— ¡Dalia querida! — exclama la anciana — Qué sorpresa volve a verte por aquí tan pronto.
— Buenos días, Gertrude — contesto amablemente.
— Hola, abuela — saluda Sam.
— Ah, hola nieto — dice ella, fingiendo decepción. Mi amigo adopta una expresión de confusión y pesar bastante graciosa. — Que es broma hombre, ¡¿no le vienes a dar un abrazo a tu abuela?!
— Pues ahora no te lo doy — replica él, haciendo un gesto exagerado de indignación. Gertrude pone la misma cara que Sam hace varios segundos, y me doy cuenta de su increíble parecido a pesar de la diferencia de edad. — Que es broma hombre, ¡¿no le das un abrazo a tu nieto favorito del mundo?!
— Prefiero a tu hermana pequeña.
— Eso es mentira y lo sabes.
— Ay... lo que hay que aguantar — resopla, pero se acerca a su nieto y le da el achuchón típico de abuelas, ese que te deja sin respiración. Literalmente.
— Vale abuela, ya... que me... ahogo.
La situación me resulta tan tierna que comienzo a reír. Y recuerdo lo que es estar cerca de la familia... Mis padres no han contactado conmigo desde la última vez que les llamé antes de que me confiscaran el teléfono y a decir verdad, les echo de menos. Una lágrima de nostalgia resbala por mi mejilla.
— ¿Dalia? — dice Sam, que deja de reírse y se acerca a mí apresuradamente. — ¿Estás... llorando?
— No, no. Yo no...
Entonces empiezo a llorar más fuerte sin motivo. La clásica sensación de estar triste pero ser perfectamente capaz de contenerlo hasta que alguien te pregunta por de ello, que acabas en llanto.
— Oh no, Dalia cariño — Gertrude me acuna el rostro entre sus manos — ¿Quieres contarnos qué ha pasado?
— E-es que e-echo de men-nos... — sorbo por la nariz — a-a mi fa-familia. Llev-vo mu-ucho s-sin hablar c-co...
— Anda ven aquí — me corta Sam, abriendo los brazos y dando pasos largos hacia mí. Me abraza y yo entierro la cara en su pecho, sin dejar de sollozar descontroladamente. Él me acaricia el pelo despacio, lo que consigue tranquilizarme un poco. Cuando nota que me he calmado, me besa la cabeza y me aparta de él para mirarme. — Ey, no llores más, ¿vale?
— Va-le...
— Mientras estés aquí yo te adopto como nieta, ¿quieres? — comenta Gertrude, limpiándome la última lágrima del rostro. Me río, medio llorando todavía. Sin embargo ese simple comentario consigue hacerme feliz por un instante.
— Muchas gracias. — les agradezco totalmente sincera — De verdad.
Después de mi pequeña crisis, Gertrude nos prepara una bolsita con dos cruasanes y dos vasitos de chocolate caliente para llevar. Le damos las gracias y nos despedimos de ella entre más risas y achuchones, y regresamos a la playa a tomar nuestro delicioso desayuno casero.
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Ignorantes
Teen FictionDalia, una adolescente de dieciséis años, comete un grave error durante sus vacaciones de verano. Por ello, sus padres le imponen un castigo que ella deberá cumplir sin vacilaciones. Un castigo que le sacará de la ignorancia y cambiará completamente...