Habían pasado cerca de dos meses desde la confesión de toda la verdad. Vahid había vuelto a ser el mismo, al menos hasta que el sol se escondía, entonces mientras otros dormían él se desplazaba hasta la habitación de Elaheh y dormía con ella.
En ocasiones no dormían sino que él se dedicaba a besarla, tocarla, recorrer su piel parte por parte. Llegar con sus manos, sus labios, sus dientes y su lengua a todos los puntos más sensibles del cuerpo de Elaheh. Colmándola y haciéndola llegar a su límite más alto.
Sin embargo no la dejaba tocarlo a él, se sentía incompleto porque sabía que todavía no era el momento. No la dejaría tocarlo, no quería que ella se viese en esa situación los recuerdos de otros hombres.
Antes de que el alba llegara, se vestía y se iba de vuelta a su habitación. Muchas veces se fue sin que Elaheh lo supiera, pero finalmente ella se adaptó a ese estilo de vida y ahora se despertaba al mínimo movimiento de él y lo despedía todos los días.
Solo Pari y las hermanas sabían de esa situación y eran quienes se encargaban de vigilar que las demás concubinas no estuviesen despiertas en el horario en que el príncipe entraba y salía. Elaheh compartía su felicidad con ellas y ellas se sentían felices por Elaheh.
Asha la había arreglado ese día, vestía ropa cómoda y práctica lo que parecía indicar que saldrían del palacio interior. Tomó la cinta que le había dejado Asha en el tocador y con ella se recogió el cabello, ya lo tenía largo hasta la cintura. Le gustaba verse así y Vahid la veía feliz por eso.
Un día ella le había preguntado si a él le gustaba el cabello largo a fin de cuentas el suyo lo mantenía bastante largo, más que cualquiera de sus concubinas.
— La verdad es que me gusta mi cabello, mucho. A mi madre le encantaba y por eso empecé a dejármelo largo. Le cogí el gusto por el camino. No me imagino con el cabello corto y no deseo tenerlo así, pero no impongo ese gusto, aunque he de admitir que si me encantan las mujeres con cabellos largos. Jamás las he forzado a ello, mis concubinas eligieron libremente el mantener sus cabellos de esa manera.
Elaheh no estaba segura que ellas hubieras hecho una elección exactamente, pero no se lo diría a Vahid. Por el momento meditaba que nunca había pensado en qué le gustaba. Por eso se había dedicado a descubrirlo en su estadía en el palacio.
Por ahora había descubierto que su cabello le gustaba de las dos formas, como había pasado toda su vida con él corto lo mantendría largo por un tiempo, pero pensaba cortarlo de nuevo en algún momento.
Escuchó el ajetreo en los pasillos y supo que las demás concubinas estaban listas. Era hora de irse. Todas esperaban en el jardín de la entrada, los mozos de cuadra preparaban los camellos pues era la forma más segura de moverse por las dunas de arena. Aún nadie les decía a donde irían y no había señal de Vahid por ningún lado.
— Buenos días— Vahid finalmente decidía aparecer.
Todas saludaron con suma algarabía como todos los días. Elaheh siempre se sorprendía de la indiferencia que ambos podían fingir cuando dormían juntos cada noche.
— Todas os estáis preguntando a donde vamos y por qué no he dicho nada. La verdad es que quería mantener la sorpresa. Vamos al orfanato del poblado Sharan, será una visita especial.
Las concubinas se pusieron sonrientes y felices, muchas incluso aplaudían y daban brinquitos. Sin embargo el rostro de Elaheh era la viva imagen del horror.
— ¿Qué sucede Elaheh? ¿te asustan los niños pequeños?— dijo burlona Leila. Elaheh le profirió una mirada que hizo a la joven pensar por un segundo que la golpearía hasta matarla. Su sonrisa desapareció en el acto y afortunadamente Vahid intervino.
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Encadenada al Desierto
Historical FictionEn el Oriente del mundo las mujeres son el objeto de lujo de los hombres ricos, por eso mientras más riqueza más grande era el harem que poseían. Elaheh llega a Jaldra huyendo de su antiguo amo, de quien había sido esclava durante toda su vida. Odi...