Capítulo 27 Guerra

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Rashid: valiente, el que es guiado rectamente, fé verdadera, maduro.
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Malik esperaba paciente, sus vigías ya habían divisado al enemigo acercarse. La lucha tendría lugar en campo abierto, menos estragos, más fácil limpiar cadáveres para un bando u otro. Todos sus soldados estaban preparados, el silencio retumbante ensordecía entre los árboles que arrullaban una canción de guerra.

Nadie pensaba en nada, vivir y morir se habían vuelto más que opciones, eran caminos a los que el mar te arrastraba. Las corrientes podían ser bondadosas o no, pero tu lucharías por ir contra ellas buscando llegar a la orilla. Los soldados llegaron, los vigías anunciaron lo que todos podían ver. El juego comenzó.

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Desde afuera Valghar parecía un país impenetrable. Muros y soldados hacían una brecha inmensa entre la posición del ejército de Jaldra y el palacio interior de Alfred. Rashid contemplaba a la multitud de blanco vestida y armada hasta los dientes que serían sus oponentes.

La misión era clara, ellos atacaban, un grupo más pequeño abría su camino hacia el palacio y entraba. Obtener a Alfred era el objetivo. Con un cuchillo apuntando a su garganta la guerra debía detenerse, o eso pensaban.

Rashid miró a sus generales, más allá, unos cincuenta metros atrás, Vahid lo miraba. Por un segundo las miradas se encontraron hablando sin hablar.

— Es la hora— anunció Rashid— ATAQUEN.

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Elaheh estaba tranquila, esperaba pacientemente su destino. Sabía que fuera de esos muros, cruzando el mar, Lithuam era atacada. Que probablemente nadie sobreviviría, pero tampoco lo haría ella. ¿Qué importaba si no estaba viva para sufrirlo? La muerte parecía una buena escapatoria.

Un dolor fuerte y punzante la atravesó haciéndola retorcerse. Los llevaba sintiendo desde hacía un rato en menor medida, ignorándolos, ahora era imposible hacer como si no estuvieran. Como también era imposible fingir que no se formaba un charco a su alrededor debido a que había roto aguas, la labor de parto empezaba. Otra contracción.

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Los cuerpos de aquellos que encabezaban los ejércitos chocaron en una inmensa colisión. Las cabezas se desprendían de los hombros cuando sus cuellos eran rebanados por las afiladas espadas, sangre cubría a todos los que en la lucha se empeñaban. Caían por igual mercenarios y soldados. Flechas cruzaban de lado a lado a los soldados desplomándolos inertes.

Malik peleaba con su espada como los demás, hería a su paso a quien podía. En algún momento alguien le logró cortar por encima del codo, el dolor lo hizo frenarse un poco mientras su antebrazo se llenaba de sangre que pronto llegó al suelo. Hizo como que nada había pasado y girándose atravesó con su espada a quien lo había herido.

Dushan fue rápidamente en su ayuda, pero Malik no dejó la lucha. Ambos siguieron abriéndose paso a través de las multitudes, viendo morir y matando. Malik se enredó en un encuentro con tres mercenarios.

Imposibilitado de usar su brazo izquierdo para sostener su daga o cualquier otra cosa y más lento debido a la pérdida de sangre y el dolor, venció a uno de los tres mientras el otro le atravesaba con su espada una pierna haciéndolo caer arrodillado. El tercero puso la espada en su garganta. El fin, pensó. Un grito ahogado fue el último sonido del hombre que sostenía la espada.

Dushan lo atravesó con la suya por la espalda, pero el que había herido la pierna de Malik le atacó hiriéndole en el estómago y retirando hacia atrás su arma. Dushan giró y enterró su espada en el pecho del mercenario, los dos cayeron al suelo en un gran charco de sangre.

Encadenada al DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora