Los días habían pasado rápido, se habían convertido en semanas y antes de notarlo Elaheh descubrió que llevaba ya un mes en el palacio interior.
Nada se había vuelto a saber del hermano mayor del príncipe Vahid luego de que el rey determinara que este perdiera parte de su terreno ante su hermano menor, el tercer príncipe. Además de otorgarle a este todos los derechos de los puertos costeros y encargarle la supervisión de sus tierras en orden de que si se encontraran fallos, el territorio cambiara de gobernador.
Por supuesto también lo desplazó en la línea sucesoria poniéndolo debajo del cuarto príncipe Irad, que no poseía dominación de ningún lado del país.
Mientras tanto la vida para las concubinas era difícil a su propia manera. Pese a haber salvado aquella noche a las cuatro concubinas secuestradas, la relación entre Elaheh y las demás no mejoraba. Le habían agradecido y luego habían vuelto a despellejarla viva.
Esto a Elaheh la tenía sin cuidado, poco le importaba lo que ellas pensaran. Lo más duro de esa vida era el entrenamiento. Por supuesto cada una entrenaba de forma diferente. Entre las pocas clases que tenían juntas estaban danza, modales y comportamiento, vestimenta y presencia.
Fuera de eso cada una era libre de entrenarse acorde a sus propias habilidades. Elaheh las había visto bordar, plantar, leer, tocar instrumentos, cantar, bailar, dibujar, cocinar, coser, entre otras muchas cosas. Sin embargo ella, más allá del baile, no era buena en ninguna de las demás cosas.
El entrenamiento que había recibido antes no abarcaba artes de ese tipo, por ello se había complicado la existencia buscando algo que le gustase incrementar. En eso estaba cuando se tropezó de casualidad y terminó dentro de la biblioteca del palacio interior.
Era una habitación gigante con estantes llenos de libros, tanto en las paredes como en el espacio existente.
Mientras caminaba entre los libros polvorientos pensó que sería bueno leerlos para fomentar la cultura general.A ella siempre le había gustado leer, saber de otros lugares le era fascinante hasta el punto que había llegado a estudiar doce idiomas aparte de su idioma de cuna. Alfred se lo había permitido debido a que podía ser útil para las relaciones y negociaciones.
— ¡ESO ES!— algo entremedio de un grito salió de ella cuando la idea apareció en su cabeza.
Alfred siempre había sabido valorar la mayor habilidad de cada una de ellas. La suya, le había dicho un día, era su inteligencia y capacidad de adaptación. Eso era, la usaría ahora para ayudar al príncipe Vahid.
Aprender idiomas no es algo muy fomentado entre las concubinas porque ellas no pueden formar parte de las negociaciones. No obstante ella no era de las de quedarse sentada y tal vez sí daba el primer paso el papel de las integrantes del harem cambiase un poco. A fin de cuentas su deber no variaba independientemente del medio, ayudar al bienestar de su esposo.
Pero no pensaba quedarse solo con los idiomas, podía aprender de todo con solo quererlo. Al alcance de su mano estaba tomar un libro y adquirir conocimiento tanto como aguantase. ¿Quién sabe para qué podría ser útil algo leído en alguna parte?
Cuando Alfred las había botado del palacio interior de Valghar, había viajado por mucho tiempo. El haber leído sobre las propiedades medicinales de una infinidad de plantas y sus diferentes medios de preparación le valieron su salvación al llegar a un poblado pequeño al final del país, donde la frontera lo dividía de Jaldra.
Había obtenido trabajo como ayudante de herborista. Actualmente sabía mucho más del tema y sin embargo todo lo debía a un libro que leyó un día por placer. El arte medicinal no es algo que las concubinas tengan que aprender, menos aun si son esclavas.
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Encadenada al Desierto
Ficción históricaEn el Oriente del mundo las mujeres son el objeto de lujo de los hombres ricos, por eso mientras más riqueza más grande era el harem que poseían. Elaheh llega a Jaldra huyendo de su antiguo amo, de quien había sido esclava durante toda su vida. Odi...