El regreso de Elaheh no había sido bien visto por las demás concubinas, aunque Pari y las hermanas Asha y Kira sí que la habían recibido por todo lo alto. Además Vahid había ordenado rehacer su guardarropa. Seguía teniendo los saris de baile y ceremonia, pero ahora su ropa del día a día, aunque bonita rozando lo hermoso, era más práctica y cómoda.
También había obtenido cama nueva, esta era más dura y resistente que la anterior. El material era muy fino y delicado, pero al menos ya no se hundía cuando se acostaba.
Habían vuelto los horarios de entrenamiento y las tardes leyendo y aprendiendo idiomas a más no poder. El cansancio no era un impedimento, especialmente cuando por una hora todos los días las 31 concubinas se reunían y pasaban el rato con el príncipe Vahid.
Aunque todas estaban presentes y él hacía hasta lo imposible por prestarle la misma atención a cada una. Era irrefrenable el impulso de mirar a Elaheh cada segundo que pudiese. Fingía que le picaba algo, que le dolía el cuello por la posición, que tenía que alcanzar el agua o el plato de las frutas y bocadillos. Cualquier excusa era buena y válida para verla, pero quería más.
Lo había sentido, la pasión que existía entre los dos que podía llegar a abrasar pueblos enteros sin remordimientos. Su deseo era inmenso. Sabía que no debía, que no podía. Esperaba pacientemente a que ella alcanzase la meta que se había propuesto porque él también necesitaba que ella la obtuviese, de esa manera podrían estar juntos. Era un juego peligroso y divertido.
Elaheh estaba viendo al príncipe compartir con las demás desde una esquina. Leía un libro en ruso, ya había dominado la pronunciación y lectura y ahora trabajaba en la escritura. Su ortografía todavía dejaba bastante que desear y la gramática no era fácil. Aún así ella no era de las que se rendía a la primera.
—Elaheh— la llamó el príncipe. Esto la sobresaltó ya que él rara vez la llamaba delante de las demás— por favor alcánzame una copa con vino.
—Sí, por supuesto— dejó el libro a un lado y se fue en busca de la copa con vino.
Las miradas de las demás concubinas podían prender al cielo en llamas. Elaheh sirvió el vino y caminó hasta donde Vahid. Le ofreció la copa sutilmente intentando que sus manos no se tocaran, no funcionó. Cuando Vahid tomo la copa sus dedos se tocaron y una corriente corrió por ambos haciendo que su excitación fuese reflejada en el color de sus rostros. Desde el beso de la boda habían reprimido muchas cosas los dos.
—Gracias— dijo este y mirándola directo a los ojos sorbió el vino.
De momento su rostro cambió, se puso serio y la lujuria antes reflejada que causaba enojo en sus mujeres fue sustituida por algo más. Elaheh sabía lo que esa mirada era, algo estaba mal.
—Ninguna toque, beba o coma nada más. Llamen al herborista del palacio y a sus ayudantes, este vino está envenado—dijo mientras vertía el líquido en el suelo lentamente.
—Vahid— Elaheh no pudo contenerse corrió hasta él y lo hizo mirarla. En sus ojos vio el efecto.
Se habían empezado a poner rojos y sus pupilas estaban dilatadas aunque la sala estaba altamente iluminada por el sol que entraba por las grandes ventanas.
—Estaré bien. Me hicieron ingerir veneno desde pequeño buscando inmunizarme, solo necesitaré un antídoto básico pero no me matará— explicó él tratando de calmarla— por ahora todas vayan a sus habitaciones. El herborista las atenderá para examinarlas a todas en un rato y no le digan nada a nadie.
Las muchachas fueron saliendo una por una, mirando como Elaheh se quedaba atrás con preocupación.
—Elaheh, tú también deberías ir a tu habitación— Vahid giró para mirarla, pero se llevó una buena sorpresa.
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Encadenada al Desierto
HistoryczneEn el Oriente del mundo las mujeres son el objeto de lujo de los hombres ricos, por eso mientras más riqueza más grande era el harem que poseían. Elaheh llega a Jaldra huyendo de su antiguo amo, de quien había sido esclava durante toda su vida. Odi...